Por Gustavo Abad
Los medios de comunicación en el banquillo era algo que no se había visto en el Ecuador hasta hace pocos años, pese a las corrientes de pensamiento que venían impugnando desde mucho antes sus discursos y sus prácticas en todo el mundo.
La aparición en algunos diarios de espacios para el análisis y la reflexión acerca de este tema fue recibida con entusiasmo por un amplio sector que, de diversas maneras, entendía que el periodismo, al ser parte del discurso público, tenía que someterse también a la vigilancia y al debate públicos.
Con ello, algunos medios daban muestras de una cierta voluntad de autocrítica, legitimada por el hecho de que esos espacios estaban a cargo de periodistas profesionales y no de académicos, a quienes se mira con recelo tanto en las redacciones como en los estudios de televisión y otros ambientes mediáticos. Pero ya habrá otro momento para hablar de la desconfianza mutua entre periodistas y académicos.
Por ahora, lo que interesa es tomar nota de la suerte de esos espacios críticos que, poco a poco, han sido eliminados o reducidos a su mínima expresión Los testimonios de varios periodistas que vivieron ese proceso dicen que la censura –ese peligroso fantasma al que tanto aseguran temer los voceros de ciertos medios y que se lo endilgan solamente al poder político– en realidad se ejerce de manera persistente dentro de las mismas empresas mediáticas.
Es inevitable sospechar de este vade retro en contra de la autocrítica. El diario El Comercio, que fue pionero en la crítica, especialmente a los programas de televisión, hace rato no genera reflexión sobre los medios y solo dedica los domingos un comentario sobre periodismo internacional. El diario Hoy, que algún momento también tuvo periodistas dedicados a esa tarea, eliminó esos espacios y se quedó solo con la columna del Defensor del Lector, que recoge denuncias y las procesa. Hace poco renunció el periodista que estaba a cargo de la página de medios en El Universo e hizo públicas sus razones, entre las cuales, asegura haber sido objeto de censura y de no contar con las condiciones para ejercer su trabajo con libertad y respecto. Incluso la televisión, donde poco se reflexiona sobre lo que se hace, hizo alguna vez su aporte con un programa en Teleamazonas, donde se planteaban temas relacionados con las buenas o malas prácticas periodísticas. Eso también desapareció.
¿El pensamiento crítico sobre los medios se volvió demasiado incómodo a la hora de escoger entre libertad de expresión y libertad de mercado? ¿Mantener esos espacios impugnadores era ofrecer ventaja ante un poder político que ha sabido capitalizar a su favor el descontento popular respecto de partidos políticos y medios tradicionales? ¿Resulta peligroso tener voces disidentes en su interior justo ahora cuando lo más conveniente es acudir al espíritu de cuerpo?
Yo diría que en un campo con demasiados intereses cruzados como el mediático, el bajo perfil de la autocrítica obedece a todo lo anotado. Hay medios que exigen transparencia pero no la practican en su interior. Un ejemplo: hace pocos meses, un funcionario de una entidad cultural quiteña fue despedido por denunciar irregularidades por parte de los directivos, lo cual ameritó una intervención de las autoridades de control. Un diario cortó la publicación de una serie de reportajes sobre el tema y una revista se hizo de la vista gorda por ser auspiciante de esa entidad. La doble moral consiste en sostener públicamente una cosa y hacer en privado lo contrario.
El Telégrafo 27-07-08
viernes, 8 de agosto de 2008
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