Por Gustavo Abad
Súbitamente, como tocados por una revelación o por un destello de lucidez, algunos medios ecuatorianos descubren que los jóvenes son capaces de tomar posición política, generar discurso crítico y desafiar al poder. Y es cierto, los jóvenes son capaces de eso y de mucho más, y merecen todos los espacios y toda la visibilidad que por mucho tiempo se les ha negado. Lo sospechoso es que esos medios vienen a descubrirlo justamente ahora, en un grupo de estudiantes de la Universidad Católica de Guayaquil y, precisamente, en el que está en contra del proyecto de nueva Constitución.
En otras circunstancias, los jóvenes no son para los medios más que un gran mercado por conquistar, como lo demuestran las páginas destinadas a ellos en ciertos diarios, así como muchos programas de televisión y de radio, donde la imagen que se construye de los que andan por los veinte es la de una bola de consumidores seducidos por la moda, los “gadgets”, la farra y el “facebook”. Casi nunca aparecen ahí los jóvenes en su dimensión política, ni en su fuerza movilizadora, que sí la tienen y es mucha.
Por eso la sobreexposición mediática de los activistas por el No en esa universidad privada tiene un tufillo oportunista por parte de los medios. Ya sabemos que la relación entre los poderes político y mediático en el último año y medio ha sido emocional y melodramática. Cada uno ha procurado situarse como víctima del otro. No es extraño entonces que el eje narrativo de las noticias sobre el enfrentamiento entre estudiantes simpatizantes y detractores del proyecto constitucional sean las imágenes violentas de heridos y asfixiados. O sea, la emoción exacerbada. Los jóvenes son los nuevos fetiches de unos medios y unos partidos de oposición que, pasado el efecto electoral de esta riña, difícilmente volverán a ocuparse de ellos o, si lo hacen, será en su función de obnubilados “emos” en los centros comerciales, o de “gamers” hiperactivos.
Los medios y los partidos tradicionales saben encontrar caballos de batalla en cada coyuntura, puntas de lanza, que ahora usan y mañana desechan como si nada. Hace un año, cuando el presidente Correa se refirió fuera de tono a la gordura de una periodista cuyas preguntas le resultaron incómodas, los medios se declararon defensores de todos los gorditos que en el mundo han sido. Durante la semana posterior al incidente, se llenaron de noticias y comentarios que rechazaban la ofensa presidencial. Pero al mismo tiempo, esos mismos medios duplicaban la cantidad de notas y anuncios publicitarios destinados a convencer a la gente de que el camino a la felicidad depende de la dieta, el gimnasio y la liposucción, y de que en el mundo no caben ni gorditos ni glotones. O sea, defienden y condenan según la conveniencia.
Los medios reconstruyen simbólicamente la realidad para, se supone, buscar y proponer un sentido de lo que ocurre. Pero en la actual coyuntura, una de las más intensas en la historia política ecuatoriana, los medios asumen su trabajo desde el impulso emocional. Por eso a los jóvenes que hacen campaña por el No en la Católica de Guayaquil los asocian con “movimientos políticos universitarios”, mientras a los que apoyan el Sí en la avenida de Los Shyris de Quito los identifican con “desorden y basura”, como consta en un titular del diario La Hora.
Los jóvenes les importan a los medios en la medida en que puedan aportar con imágenes escandalosas. Los que murieron en el incendio de la discoteca Factory ocuparon primera plana por lo siniestro de las llamas y la rareza subcultural. Los de la Católica están en los medios no porque estos hayan valorado sus procesos organizativos ni su deliberación política, sino por su cuota de golpes y de sangre, eso sí, mientras todo ello ayude a fortalecer el No al proyecto de nueva Constitución.
El Telégrafo 31-08-2008
sábado, 30 de agosto de 2008
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