martes, 28 de febrero de 2012

Correa versus El Universo: la verdad, el perdón y la compasión medievales

Por Gustavo Abad

Creer que la sentencia a favor del presidente Correa contra el diario El Universo y el posterior perdón del demandante significan una sanción contra el mal periodismo es tan engañoso como creer que la defensa del periódico guayaquileño es una lucha por la libertad de expresión solamente. De falacias está sembrado este caso y, entre el oportunismo y la pereza mental, mucha gente se suma, sin cuestionamientos, al bullicio de un lado y de otro, como si estar a favor o en contra fueran las únicas posibilidades.

El perdón (la figura legal es remisión) concedido por el mandatario no impide reflexionar sobre temas que, en mi criterio, constituyen el problema de fondo. Queda claro que no se puede combatir al mal periodismo con peores prácticas políticas así como no se puede defender la libertad de expresión con información distorsionada. Si hacemos un balance de este episodio, Correa ha retorcido el sentido de la política y de la justicia tanto como el autor de la columna, motivo de la denuncia, lo ha hecho con el periodismo.

Sin embargo, no se trata de una lucha entre iguales. La diferencia fundamental radica en que los acusados -incluso si los viéramos como representantes del peor periodismo- tienen derecho a exigir garantías jurídicas en su proceso de juzgamiento, mientras que el acusador –precisamente por ser representante del poder político- no puede afianzar con sus actos la sospecha de que la sentencia es producto de un sistema de justicia sometido a sus deseos.

Entonces no estamos ante un problema de libertad de expresión, a la manera como la entienden los medios, sino ante un problema con muchas señales de abuso de poder, que no reconoce el gobierno. Correa, autodefinido como un líder revolucionario, se deslegitima a sí mismo en beneficio de sus adversarios. Convierte en víctimas y regala argumentos éticos a quienes tienen muchas deudas éticas, con lo que debilita el necesario pensamiento crítico respecto de los medios.

Me atrevo a decir que el problema que subyace a todo esto es que el gobierno y los medios, por igual, han llenado este caso de falsas premisas. Los dos han planteado sus argumentos de manera insostenible. Han recuperado conceptos anacrónicos, yo diría medievales, como la verdad, el perdón y la compasión, sobre los que propongo la siguiente lectura:

1.La verdad

Entre los más avanzados planteamientos democráticos en materia informativa están los de la responsabilidad social, el derecho a la información, la participación ciudadana, la formación de audiencias críticas, entre otros, que tienen que ser garantizados no solo por los medios sino también por el Estado.

Sin embargo, en su lucha contra los medios, Correa ha planteado el debate en torno al concepto inasible de la verdad -durante su discurso previo al perdón, se refirió al menos tres veces a este concepto- y éstos no han sido capaces de desmontar ese falso dilema, porque tampoco están muy lejos de ese fundamentalismo según el cual los periodistas trabajan para la verdad y la única que existe es la que ellos publican. En eso, ambos contendores se han comido unos quinientos años de evolución de las ideas.

Gobierno y medios, con la misma intensidad, echan mano de una noción medieval de la verdad, según la cual alguien puede ejercer dominio sobre ésta. Quizá por ello, ninguno ha planteado la lucha por la transformación del campo mediático, ni por el mejoramiento de las prácticas periodísticas, ni por el derecho de la población a contar con información confiable. Todo lo contrario, se han estancado en una pelea por la demostración de quién dice la verdad.

Hay que reconocer que en esto Correa lleva cierta ventaja sobre sus oponentes porque parece haber encontrado el lugar donde reside la verdad: en el discurso oficial, en su palabra y en la de nadie más. Bueno, los medios también tienen la suya, la libertad de expresión que, a su modo de entender, está desligada de toda responsabilidad sobre lo que se dice.

2.El perdón

Emparejado con la noción anterior, el discurso oficial recupera otro concepto medieval: el perdón. Entablar un juicio, ya sea por injurias, daño moral, o cualquier otra figura es una práctica a la que han acudido varios funcionarios de este gobierno y, por lo visto y escuchado, están alentados a seguir haciéndolo.

Por la dinámica de los procesos, la estrategia parece ser la siguiente: demandar y montar una campaña de desprestigio contra el demandado (los medios estatales se han especializado en hacer arqueología de las miserias de los oponentes) hasta lograr la condena. Después, en una demostración de magnanimidad, perdonar al condenado.

Se trata de un acto performativo muy de uso entre los monarcas premodernos, que buscaban la manera de concentrar en su cuerpo y en su verbo todos los signos visibles del poder. El mensaje es tan claro como anacrónico: el poderoso, pese a su capacidad de aplastar al adversario, no deja de ser magnánimo, generoso. Esa es la figura recuperada en este gobierno, seguramente por algún publicista de Carondelet, para representarse a sí mismo.

Varios funcionarios ya lo hicieron antes y de manera poco convincente. Ahora, Correa perdona a El Universo y desiste de la causa contra los autores de “El Gran Hermano”, en una cadena de actos social y políticamente inútiles. A propósito, no se puede confundir a Calderón y Zurita con Palacio. Son casos distintos, con una enorme diferencia periodística entre ellos, algo en lo que no vamos a entrar en este análisis.

3.La compasión

En muchos sentidos, la solidaridad viene a ser la versión laica del concepto religioso de compasión. Originalmente, la palabra compasión significa sentir con (el otro) estar a su lado para ayudarlo física y moralmente. En el caso que nos ocupa, los medios también echan mano de un concepto religioso, pero lo usan en su versión laica: la compasión traducida en solidaridad.

Varios articulistas se preguntan hace meses, palabras más, palabras menos: ¿Por qué la gente no reacciona ante muestras tan grandes de injerencia política en la justicia? En efecto, el grueso de la población mira este enfrentamiento como quien mira llover y, en otros casos, como una pelea distante, que no le compete. A muy poca gente se le ocurre salir a las calles a demostrar solidaridad con los medios. La pregunta es: ¿Cabe esperar que la gente sienta solidaridad por los medios?

Esa pregunta provoca otras:¿Acaso no ha sido práctica recurrente de los medios mirar para otro lado cuando los luchadores sociales han reclamado sus derechos? ¿Por qué deberían solidarizarse ahora los pueblos indios, los pueblos negros, los ecologistas, los estudiantes y otros, si los medios no fueron solidarios con ellos en su momento?

Es más fácil sentir solidaridad con quien se considera cercano, con alguien que es como uno, que siente como uno. Los medios piden solidaridad ahora, cuando no la han ejercido con muchos sectores sociales. Y esto también hay que reconocerlo, los medios no inspiran en gran parte de la población sentimientos de solidaridad (¿compasión?) quizá porque durante mucho tiempo han ignorado que también existe un profundo resentimiento social contra ellos.

ECUAVOLEY: PARTE IV

LOS RELATOS: VOCES Y TESTIMONIOS



Por Gustavo Abad

“El ecuavoley es una religión laica”

Si nos preguntamos cómo mira el mundo un jugador de ecuavoley y, al mismo tiempo, cómo mira el mundo un profesor de filosofía, podríamos pensar que estamos ante dos visiones muy distantes para coincidir en algo. Pero Nelson Reascos es las dos cosas a la vez, jugador y filósofo. Hay dos lugares donde se lo encuentra con seguridad en Quito: las aulas de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Católica, los días ordinarios, y las canchas de ecuavoley del parque La Carolina, los fines de semana. Ese tránsito entre el deporte y la cátedra, entre el juego y la reflexión, hace que uno le apueste confiado a sus ideas.

-¿De qué manera el ecuavoley corresponde a los principales rasgos culturales ecuatorianos?
Primero, es un deporte inventado aquí y, aunque no sepamos el lugar exacto de su nacimiento, no cabe duda de que fue en el Ecuador. Después, corresponde a una mentalidad, un modo de pensar y de vivir propio de los ecuatorianos. No se trata sólo de un deporte, sino de un espectáculo en el que disfrutan jugadores y espectadores, puesto que implica un cierto nivel de riesgo. En la tradición ecuatoriana los juegos más importantes incluyen apuestas, es decir, hay un dinero en juego y se lo lleva el ganador.

-¿Este podría ser un aspecto conflictivo en cierto momento?
Es muy importante ocuparnos de esto, porque muchos ecuatorianos han tenido problemas en Estados Unidos, donde las autoridades consideran que las apuestas en el ecuavoley son un negocio ilícito, incluso algunos han sido detenidos por eso. Creo que el Gobierno debería intervenir para proteger a esos ecuatorianos y explicar que se trata de un asunto cultural. Además, no se trata de apuestas dolosas, para perjudicar al otro, sino que tienen reglas propias, conocidas por todos y donde nadie engaña a nadie.

-Porque corresponden a una misma cultura…
Claro, corresponden a una lógica ecuatoriana que podríamos llamar de pares o cotejas. Es decir, no se trata simplemente de un equipo contra otro, porque un jugador de gran nivel nunca se enfrenta, sin más, contra uno de menor nivel. Los equipos se equiparan y los jugadores se escogen en función del conocimiento mutuo. Si uno es mejor que otro, le ofrece ventajas para nivelar las fuerzas, y eso corresponde a todos los juegos de reciprocidad de la cultura indígena. Se trata de un principio de compensación, de justicia. En esa medida, es un deporte perfectamente adaptado a nuestra cultura. Por eso, en principio, no se juega con desconocidos, salvo que quieras correr voluntariamente el riesgo de que el otro sea mejor y te gane.

-¿Ese riesgo sería parte de la libertad que todos reclamamos?
Sí, porque también interviene lo que conocemos, entre comillas, como vivezas, que no son tanto, porque el otro está avisado de lo que le puede ocurrir. Si no me conoces, yo puedo fingir que no sé jugar y sorprenderte. Sería doloso si tú no supieras de esa posibilidad, pero tú eres capaz de hacer lo mismo, por lo tanto la viveza se neutraliza con otra viveza.

-¿Cómo se expresan esos niveles de astucia en el juego?
Siempre hay un ritual preparatorio, en el que los jugadores negocian la paridad. Después, entran en juego las palabras, los gestos, los desafíos. El ecuavoley es de mucho palabreo, por lo tanto, no es solo un deporte físico, sino también mental. Quiero decir, no solo demanda mucha capacidad estratégica para armar las jugadas, sino también capacidad verbal para disminuir al otro. Al no ser un deporte de contacto, la confrontación es verbal, con el fin de minarle la voluntad al otro. Se usan muchas insinuaciones, incluso de carácter erótico, sexual…

-Como apodarle a un jugador “La Reina”, por ejemplo…
En efecto, son alias que parten de nuestra cultura, que son ingeniosos, sutiles. Casi nunca se usa la broma tosca, sino inteligente, con doble sentido, una especie de insulto vedado, insinuante.

-¿A eso se debe que, después de un buen coloque, le griten al otro “tu marido…”?

Exacto, pero no es un erotismo sexual sino cultural, que tiene la única finalidad de burlarse del rival, porque en el siguiente coloque el otro le hará lo mismo y, en el fondo, están igualados.

-¿Cómo defines el papel del público?
Este es un juego colectivo, con preeminencia del grupo antes que del individuo. Lo colectivo no sólo implica los tres jugadores, sino una buena parte de los espectadores. Es decir, en los partidos se miden un todo contra otro todo. Los que apostaron por éste contra los que apostaron por el otro. Eso es parte de nuestra cultura gregaria, porque en cualquier lugar donde comienza un partido con cierta calidad, inmediatamente la gente lo rodea para mirar, para disfrutar y para apostar.

-¿Por qué los ecuatorianos usamos una red más alta, una pelota más pesada y menos jugadores que en el voleibol si no somos físicamente tan aventajados?
Seguramente por lo que algunos autores llaman las culturas o identidades inversas, que operan al contrario de la lógica occidental. En estas culturas inversas, la justicia no consiste en darle más al que más tiene, sino al que menos tiene. Quizá sea un reflejo de eso, que también es un rasgo muy particular de los ecuatorianos.

-¿En qué adviertes los rasgos de solidaridad que has destacado?
En que todos ganan, no solo los jugadores, sino también el juez, el dueño de la red y la pelota, el público. Además, el que apuesta y gana le ofrece una recompensa al jugador que lo hizo ganar, lo cual lo incentiva a esforzarse. Pero nadie puede ganar siempre o perder siempre, entonces las cosas se equilibran.

-¿Es posible formalizar el ecuavoley, incluidos los aspectos culturales que lo rodean, como las apuestas?
Este deporte se juega todos los días en todo el país. No existe un área de 500 metros a la redonda donde no haya una cancha. Si le pones una lógica occidental tendrías que eliminar todas las apuestas y yo me pregunto ¿el saborcillo dónde queda…? Porque a eso va la gente, a buscar un pretexto para socializar, para competir, incluso para sufrir, porque si pierdes se va también tu plata.

-¿Se perdería una dimensión rica y caótica de la cultura?
Sí, porque es informal y, el momento en que la formalizas, quizá entra en otra lógica, porque la apuesta es un ritual, un estímulo. De todas maneras, yo sí creo que el Gobierno debería apoyar la organización internacional del ecuavoley, porque los migrante lo han llevado a España, Estados Unidos, Italia. En todos esos lugares se juega porque además está asociado con la comida, con tomarse una cerveza. Yo diría que es una religión laica, un juego catártico, porque te emocionas y lloras.

TESTIMONIOS

Carlos Valencia, “Pillao” (ganchador)

Cuando yo era niño jugaba de pasador allá en mi tierra, San Lorenzo. El pasador es el que recoge la pelota que han mandado los ganchadores fuera de la cancha. Ellos me recompensaban con quinientos, a veces mil sucres. Te hablo de finales de los ochentas, cuando yo tenía 14 años, pero ya era alto, delgadito, y muchos me aconsejaban que me dedicara al básquet. Y bueno, allá fui, a jugar básquet aprovechando mi talla -1,93 m.- pero siempre regresaba a la cancha de vóley a ganarme una platita como pasador. El básquet no tenía apoyo en mi tierra. Apenas unos torneos intercantonales por ahí y nada más. En cambio el vóley tenía el atractivo de las apuestas y, al final, me enamoré de este juego y ahí me quedé. “Tienes buena talla, Pillao…”, me decía la gente y me animaba para que jugara de ganchador. El apodo me lo pusieron porque me gustaba bailar una canción de Lisandro Meza que decía “ta pillao…”. Cuando comenzamos, junto con otros amigos, a jugar en las canchas de los buenos, siempre había algún empresario que decía “voy a los muchachos…” y apostaba por nosotros, que no teníamos. A veces ganábamos veinte mil, treinta mil sucres y el empresario nos daba la mitad. Así comencé a crecer en este deporte, física y mentalmente, porque las dos cosas son importantes, cuerpo y experiencia, sabes. Cuando estaba terminando el colegio, llegó un carro de la Base Naval de San Lorenzo a mi casa con el mensaje de que “mi comandante ha apostado a un partido de vóley y quiere que tú representes a la Base”. Pero no era cierto, sino una trampa para reclutarme al servicio militar. Ya que estaba ahí, no me hice problemas, acepté la conscripción y ese año me la pasé jugando vóley. Gané dos campeonatos y me convertí en el mimado de todos. Pero duró poco, porque cuando terminé la conscripción no tenía trabajo en mi tierra. Un arquitecto que me conocía me invitó a trabajar en una fábrica de parquet en Quito y yo acepté. Así llegué, en 1992, a vivir en el Comité del Pueblo, sector La Bota. Por las mañanas trabajaba y por las tardes jugaba. Más dinero ganaba jugando que trabajando. Entonces me llamaron a representar al Banco Central en un campeonato nacional. Yo iba como suplente de un ganchador buenísimo. Sin embargo, en la final comenzamos perdiendo y parecía que no había remedio. Los directivos dijeron entonces “que juegue Pillao”. El rival era nada menos que Gustavo Vinces, un monstruo del ecuavoley y campeón reinante de entonces. El coliseo lleno, la gente gritando, una locura... No sé cómo, pero me inspiro, gano el partido en tres quinces y me corono campeón nacional. Ese fue el inicio de mi fama como ganchador. Después vino la crisis y el banco dejó de apoyar al deporte. Me quedé sin auspiciante, pero ya tenía fama y pronto me buscaron otras instituciones, una de ellas, el club El Nacional. Aunque no pude ganar un campeonato nacional por ese equipo, los dirigentes reconocieron mi esfuerzo y me invitaron a unirme a la milicia. Yo acepté y soy militar desde 1997. He ganado diez veces seguidas el campeonato interfuerzas, donde participan el Ejército, la Marina, la Aviación y la Policía Nacional. Aquí tengo permiso para representar a instituciones privadas “vaya tranquilo Valencia, haga quedar bien a la institución” me dicen. Hace un año y medio tuve un accidente, me fracturé la pierna y recién estoy recuperando mi nivel. Tengo 37 años y he sido cinco veces campeón nacional como civil y diez veces campeón interfuerzas como militar. Ya soy un veterano en esto, quizá uno de los últimos de mi generación, porque ahora los mejores son chicos que no pasan de 23 años. En este deporte, si eres honesto la gente te aprecia y, como en mi caso, puedes conseguir trabajo, formar una familia, tener una vida satisfactoria… Mi esposa también es de Esmeraldas y es educadora. Tengo una hija de 14 años y un hijo de siete meses. Siempre que puedo regreso a San Lorenzo a visitar a mi familia. De allá somos muchos deportistas, unos más famosos que otros. Sólo de mi generación te puedo nombrar a Dennis Ibarra, que jugó en Aucas; Jonathan Arroyo, del Deportivo Cuenca; Damián Valencia, del Manta. De San Lorenzo son los jóvenes que triunfan ahora como Félix Borja, que juega en México; Segundo Castillo, del Deportivo Quito, y por ahí otros más. Estoy contento con lo que he vivido, con mi familia y con mi querido ecuavoley…


Abigaíl Rentería (voladora)

En mi familia jugamos casi todas las mujeres, especialmente mi mamá y mis tías. Mi mamá tiene ya 49 años, pero juega mucho mejor que yo. Ella me enseño a jugar cuando yo tenía apenas 12 años. Ahora tengo 20, soy todavía una niñá, ja,ja... No, hablando en serio, nosotras venimos de una familia de deportistas. Mi papá ha jugado ecuavoley toda la vida, porque viene de una tierra de mucha tradición en este deporte. Él es de Zapotillo, provincia de Loja. Yo vivo en Quito desde chiquita, pero nací en la provincia de Orellana, donde vivía mi familia debido al trabajo de mi padre en una constructora. Normalmente me dedico todos los fines de semana completos al ecuavoley. Casi siempre juego en La Carolina, pero también suelo ir a las canchas de El Pintado, al sur de Quito. Junto con mi mamá y algunas amigas formamos un trío y recibimos invitaciones a jugar en muchos lugares. Ya hemos jugado en Ibarra y Guayaquil, pero siempre a nivel de aficionadas. Nada de creernos profesionales, aunque a veces hay gente que piensa que sí lo somos. Si de mí dependiera, jugaría todos los días, pero no puedo porque trabajo en una empresa y además tengo que cuidar a mi hijo, que tiene apenas tres años. En serio, fui madre a los 17. Ahora no estudio, porque estoy dedicada a mi hijo, pero más adelante sí tengo planes de retomar la carrera de sistemas, que dejé a medias. Claro que este es un deporte dominado por hombres, pero ellos aprecian que una juegue y más bien la respetan, porque saben que somos pocas. Por eso no me gusta discutir ni pelearme con los árbitros, menos con los rivales, porque todos terminamos siendo amigos y, al final, eso es lo único que nos queda…

Marco Sigcha (árbitro)

Yo fui primero futbolista de liga barrial y cancha de tierra. Pero me lesioné las rodillas a los 24 años y ahí se acabó el fútbol, porque tenía que operarme y yo no quería. Demasiado contacto agrava las lesiones. Entonces me dediqué al ecuavoley, aunque en mi tiempo decíamos voley nomás. Y aquí me tiene, con 50 años, dedicado al arbitraje. Llevo ya seis como árbitro, porque en todos los deportes llega el momento en que debemos dar paso a los jóvenes y aplicar lo que uno sabe desde otra posición. Lo más importante para ser buen árbitro es haber sido buen jugador, porque así no lo cogen desprevenido a uno. Las jugadas, los amagues, todo tiene que ser conocido por el árbitro para no tomar decisiones equivocadas. Como árbitro central vigilo la parte técnica, que los jugadores no agarren mucho la pelota, que no toquen la red, que no se pasen de la línea… Existe un reglamento, pero yo lo aplico según el nivel del jugador. Es decir, a un jugador de bajo nivel no le puedo aplicar las normas al pie de la letra, porque paralizaría el partido. En cambio, a un jugador de élite no le puedo permitir un agarrón, una llevada, porque tiene que demostrar por qué es de élite. Cuando no estoy en la cancha, conduzco un transporte escolar a la entrada y salida de los colegios. También manejo mi camioneta de fletes. Después del almuerzo, a eso de las tres, vengo a la cancha. En una buena tarde dirijo hasta tres partidos, a seis dólares por partido, ya tengo un ingreso adicional. Yo también me encargo de recibir las apuestas, que varían según la calidad de los jugadores. Una vez un jugador me agredió porque adujo que yo lo había perjudicado. La directiva del club lo suspendió por un año calendario. Este deporte me ha ayudado a valorarme, a mejorar mi autoestima. Yo mido 1,57 m. y mucha gente cree que con este porte no puedo jugar. De vez en cuando dejo mi puesto y les demuestro que soy capaz de jugar mejor que muchos, sólo con mi experiencia, ni se diga cuando era joven…

PERFIL

Mercedes Mena remata contra el sexismo

Este es un juego de albañiles, le dijo un profesor cuando ella sugirió que le gustaría entrenar ecuavoley. Perpleja al principio y enfurecida después, Mercedes Mena entendió esa tarde que no sería fácil abrirse camino en un deporte dominado por hombres.

Transcurrían los primeros años ochentas y Mercedes, recién ingresada a un colegio de Quito, se negaba a aceptar que en una ciudad grande fuera considerado extraño que las niñas jugaran ecuavoley, cuando en su pueblo natal este juego -al que llamaban vóley simplemente- era una fiesta que convocaba a todos, comenzando por mamá, papá, los vecinos...

Palo Quemado se llama una pequeña población cerca del Toachi en la actual provincia de Santo Domingo. Allí, los cinco hermanos mayores de Mercedes eran practicantes asiduos de voley con la complicidad de su madre, una famosa jugadora que nunca hizo caso de la división de roles masculinos y femeninos en el deporte.

Pero en la ciudad las cosas eran distintas. Todas las canchas estaban ocupadas por hombres. Las apuestas, las barras, todo era una bola de energía masculina poco amigable. No vuelvo a jugar más, le dijo un día Mercedes a su madre, luego de recibir varios comentarios machistas en una cancha en donde había comenzado a practicar.

Pero su declaración de abandono se quedó solo en eso. Poco a poco fue ganando respeto en el colegio por sus condiciones excepcionales, aunque tuvo que practicar voleibol, por tratarse del deporte reconocido oficialmente. Logró un puesto en la selección del colegio Manuela Cañizares, luego en la de Pichincha y finalmente en la Selección Nacional.

Sin embargo, en su entorno barrial, la pelea todavía estaba cuesta arriba. Vivía con su familia en el sector de Cochapamba Norte, y no dejaba de practicar mientras terminaba el colegio e iniciaba la carrera de Educación Física en la Universidad Central, con miras a apuntalar su futuro.

Entonces los dirigentes de la Liga Chaupicruz tomaron una decisión sensata: obligaron a todos sus clubes a presentar equipos femeninos de fútbol y ecuavoley. Su club, el Real Madrid, acató la orden. Por eso Mercedes reivindica su origen deportivo, ligado más a las ligas barriales que al sistema educativo.

Sentada en su oficina de la Dirección Nacional de Educación Física, la ex jugadora y ahora funcionaria, recuerda que, tras esa decisión, no paró de ganar cuantos torneos se le ponían por delante. Durante los últimos veinte años ha sido doce veces campeona nacional de voleibol, nueve de ecuavoley y nueve también de vóley playa en dúo con su amiga Karina Hernández, otra tenaz practicante de las tres modalidades.

Su incursión en el vóley playa obedece a su constante impulso de ir contra corriente. Mercedes y Karina llegaron a dominar el juego sobre la arena, pese a que en Quito no hay playa. Su larga experiencia en el ecuavoley las ayudó a dominar rápidamente los fundamentos del vóley playa.

Entonces se propusieron clasificar por primera vez al Ecuador a un torneo internacional. El Panamericano de Brasil 2007 estaba en la mira. Tenían que convertirse en deportistas de élite y sólo tenían sus ganas, cero apoyo estatal, cero apoyo privado, y unas canchas mal iluminadas en el parque La Carolina, hacia donde acudían por la noche porque en el día trabajaban.

Sin entrenador ni auspiciantes, los taxistas, que se recuperan del entumecimiento diario jugando por las noches, eran a veces sus contendores. Karina, la compañera de Mercedes, trabajaba en una empresa de cárnicos. Cuando pidió permiso a sus jefes para asistir al Panamericano, ellos la pusieron a escoger. El trabajo o el deporte, le dijeron. Ella escogió el deporte y se quedó sin empleo, pero lo soportó con la idea de que luego de un Panamericano a nadie le quitan lo vivido, tampoco lo jugado.

Pero tenían que acumular puntos, y eso significaba ganar todos los torneos que pudieran. Jugaban en Esmeraldas, Manta, Salinas y donde hubiera un torneo válido para clasificar. Viajaban por tierra los viernes de noche y apenas dormían en el trayecto. Jugaban los sábados todo el día y la mañana del domingo. Por la tarde tomaban nuevamente un autobús para llegar a medianoche a Quito y poder estar puntuales el lunes en sus trabajos. Así lograron los puntos que las clasificaron al Panamericano.

En Río de Janeiro logaron un quinto puesto para Ecuador entre 16 países. Durante su participación, se convirtieron en objeto de estudio. Jugadoras y entrenadores rivales no entendían cómo una pareja que venía de una ciudad andina, sin playa, y que no pasaba de 1,60 m. de estatura tuviera tanto dominio del juego.

Las ecuatorianas no remataban fuerte, ni bloqueaban, ni volaban como la mayoría de jugadoras de élite. Se movían por todo el campo y estaban en el lugar preciso en el momento preciso para responder los remates contrarios. Al momento de pasar la pelota, amagaban con un remate fuerte, pero la ponían suavemente en lugares inalcanzables.

Lo que sus rivales no sabían era que las ecuatorianas, sin playa, sin entrenadores, sin canchas y sin apoyos, llevaban muchos años jugando un deporte exclusivo de este país llamado ecuavoley y que habían recorrido todas las canchas donde los grandes colocadores dejan sus enseñanzas sobre el piso de tierra.

Hace dos años, Mercedes y Karina se retiraron de las competencias, pero no del deporte. Hace poco juega con ellas Katherine Chila, una joven esmeraldeña, que fue su rival durante muchos años en el vóley playa y ahora, por razones de trabajo, vive en Quito. Esta última compite, en dupla con la manabita Ariana Vilela, en torneos internacionales con miras a clasificar al Ecuador a competencias del circuito olímpico.

Es usual que cualquier fin de semana embarquen una red y una pelota en el carro de Karina y se vayan de canchas a buscar rivales. Mercedes coloca, Karina sirve y Katherine vuela. Juegan a veces en La Carolina, otras en el Parque Inglés, en Carcelén, en La Mitad del Mundo, donde quiera que asome un equipo dispuesto a ser derrotado por un trío de mujeres.

Mercedes está próxima a terminar su “comisión de servicios” en el Ministerio del Deporte y retornar a su anterior empleo en el área de Atención al Cliente de la Empresa Metropolitana de Agua Potable. Tiene todo listo para que en los próximos campeonatos nacionales intercolegiales se incluya al ecuavoley como disciplina obligatoria.

Para ella, los mejores deportistas deberían formarse en gestión del deporte. Así, cuando ocupen cargos de dirección, podrán tomar decisiones sobre la base de sus propias experiencias. Los que juegan y los que dirigen deben conocerse más, dice esta deportista que representó al país en torneos de élite, sin dinero ni entrenadores, pero con la sapiencia que otorgan dos décadas de ecuavoley.


APORTE AL IDIOMA

Léxico elemental

Árbitro o juez: Máxima autoridad de un partido, decide la validez de las jugadas, sanciona las infracciones, contabiliza el marcador, recauda las apuestas…

Abierta: Sólo se aplica en partidos informales cuando un equipo decide no continuar el juego. De ahí viene la costumbre de decir “me abro” para abandonar algo.

Adentro: Jugada que consiste en que el colocador corre hacia la zona cercana a la red, el servidor se abre hacia atrás, y el volador cubre la zona dejada por el colocador.

Bombeada: Manera de colocar la pelota por sobre la cabeza del colocador hacia la parte posterior del campo.

Combo: Manera de pasar la pelota con predominio de la fuerza y con el puño cerrado.

Cacheteada: Manera de golpear la pelota con la mano extendida.

Cambio: Obtiene un equipo cuando logra un coloque sin estar en posesión del saque

Centro: Manera de colocar la pelota en medio de los tres jugadores rivales.

Colocador: Jugador encargado de colocar la pelota en el campo rival.

Chorreada: Manera de colocar la pelota muy suavemente y a poca distancia de la red.

Chulla: Cuando un jugador de alto nivel acepta hacer uso de una sola mano con la finalidad de equipararse con uno de menor nivel.

Descabezada: Manera de colocar la pelota por sobre la cabeza del servido y delante del volador.

Dos manos: Cuando un jugador hace uso de las dos manos en todas las jugadas y nunca de una sola.

Derecha/izquierda: Cuando un jugador hace uso exclusivamente de esa mano y nunca de las dos juntas.

Fina: Manera de colocar la pelota con una trayectoria paralela y muy cercana a la red.

Gancho: Cuando un jugador pasa la pelota con predominio de la fuerza, en sentido vertical y a una distancia de hasta tres metros contados desde la línea divisoria del campo.

Larga: Manera de colocar una pelota con dirección a la parte posterior del campo rival, entre el colocador y el volador.

Marcada o agarrada: Retención excesiva de la pelota con una o dos manos.

Peinada o vaselina: Manera de colocar la pelota por sobre la cabeza del colocador y hacia la parte media del campo.

Poste: Columnas de madera o metal colocadas a ambos lados de la cancha para sostener la red. De ahí que, cuando un jugador no demuestra agilidad, se lo califica de “poste”

Puestos: Jugada que consiste en mantener los puestos iniciales y esperar el coloque para moverse.

Pare: Orden del árbitro para detener una jugada cuando alguno de los jugadores ha cometido una jugada no reglamentaria. En partidos oficiales se usa un silbato.

Punto: Obtiene un equipo cuando logra un coloque estando en posesión del saque.

Red: Implemento fundamental, consiste en una malla de nylon o cabuya, de 0,75 m. de ancho por 9,5 m. de largo y se coloca a una altura de 2,85 m. en su cuerda superior.

Servidor: Jugador encargado de levantar la pelota para el remate del colocador.

Saque o batida: Golpe con el puño o la mano extendida que hace un jugador desde la línea final de la cancha para enviar la pelota al campo contrario.

Tiempo fuera o llego: Un minuto de descanso solicitado por un equipo para que sus jugadores descansen o acuerden una jugada.

Volador: Jugador encargado de parar el saque y levantar la pelota para el servidor.

Volada: Cuando un jugador se suspende horizontalmente con el fin de alcanzar la pelota.

Mi mayor agradecimiento a todos los jugadores y jugadoras que colaboraron con sus testimonios y enseñanzas para que yo pudiera escribir este texto. Mi homenaje para todos los que juegan, viven y sienten este deporte ecuatoriano.

GA

viernes, 24 de febrero de 2012

ECUAVOLEY: PARTE III

LAS ORGANIZACIONES: EXPERIENCIAS SOCIALES EN TORNO AL ECUAVOLEY



Por Gustavo Abad

Voluntades compartidas


El ecuavoley no es una disciplina reconocida en el sistema olímpico internacional y, por ello, su nivel de organización institucional es todavía incipiente. Aunque se lo practica en todo el país e, incluso, en los países con mayor población migrante ecuatoriana, como España, Italia, Inglaterra y Estados Unidos, las diversas iniciativas de organización, no están todavía articuladas mediante políticas públicas de desarrollo depotivo.

El Ministerio del Deporte propone incluir al ecuavoley dentro de las disciplinas oficiales de los juegos nacionales intercolegiales. La Federación de Ligas Barriales (Fedenaligas) obliga a sus afiliados a mantener equipos masculinos y femeninos en esta disciplina. Un gremio profesional, la Asociación de Periodistas Deportivos de Pichincha (APDP) organiza cada año un campeonato que forma parte del calendario oficial de fiestas de Quito. Paradójicamente, durante el resto del año no entra en las agendas deportivas de los grandes medios.

Un inventario de clubes, asociaciones, canchas, empresas y negocios medianos que promueven el ecuavoley en todo el país rebasa el objetivo de este relato. Desde el Club 6 de Marzo de Esmeraldas hasta la Asociación de Ecuavoley de Guayllabamba; desde Los Profesionales del Ecuavoley, de Quito, hasta el Centro Cultural Catamayo, en Loja, son experiencias de organización social en torno al ecuavoley.

De igual manera, la explanada del Estadio Alberto Spencer, en Guayaquil; las canchas de Jipiro, en Loja; el Parque Infantil, en Esmeraldas; el complejo de Chimbacalle, en Quito; la cancha de Joffre, en Quinindé, y miles de escenarios más son arenas consolidadas de este deporte donde se mantiene viva la práctica, no sólo deportiva sino cultural del ecuavoley.

Todas estas iniciativas se basan en la suma de voluntades particulares, en esfuerzos compartidos, que también son parte del modo de ser ecuatoriano. Aquí, una reseña de las iniciativas más visibles:

Una cita anual en el Julio César Hidalgo

Uno de los torneos con mayor regularidad en el país es la Copa Concentración Deportiva de Pichincha, que organiza todos los años la Asociación de Periodistas Deportivos de Pichincha (APDP) a finales de noviembre. Entre 1998 y 2010 se han desarrollado 13 ediciones interrumpidas.

Los partidos se juegan en el coliseo Julio César Hidaldo (JCH), un escenario emblemático del deporte popular. Sobre sus duelas se han desarrollado jornadas memorables de box y de básquet. Hace poco más de una década, la gente asocia al coliseo con la cita anual del mejor ecuavoley del país.

Aunque pueden inscribirse equipos de todo el país, no es un campeonato nacional estrictamente, puesto que los participantes no representan a provincias o regiones, sino a instituciones públicas y privadas. Así, entre los que destacan cada año constan: Clínica Villaflora, Emaap; El Nacional; Invin; Liga Montúfar; Aucas, Ciudadela Atahualpa, Policía Nacional, Ferroviaria, Sociedad de Egresados del Mejía, entre otros. El último campeón, 2010, es Clínica Villaflora.

Tampoco se trata de un torneo profesional, pues los jugadores no tienen contratos formales y no cuentan con una remuneración fija. Sí reciben una recompensa económica de la entidad auspiciante, más uniformes, viáticos y otros gastos menores. En estricto sentido, no hay ecuavoley profesional en el Ecuador, pero algunos jugadores obtienen buena parte de sus ingresos familiares gracias a este deporte, sostiene Fabián Quilca, directivo de la APDP.

Por decisión de los organizadores, este torneo se juega sólo en la modalidad conocida como “ponedores”, que privilegia el uso de la técnica en lugar de la fuerza, al contrario de los ganchadores. El promedio de asistencia por jornada es de 500 espectadores, pero puede llegar a 3.000 en las semifinales y finales.

La APDP ha sistematizado un reglamento, que sirve de referente a otros torneos, cuya última actualización se hizo en 2010. Aunque por ahora el objetivo principal es ofrecer espectáculo, los organizadores no descartan desarrollar, en el mediano y largo plazo, procesos de formación de nuevos deportistas, especialmente en el ámbito estudiantil y parroquial.

En el torneo de 2002 se incluyeron equipos femeninos, pero el resultado fue negativo. Según testimonios de los organizadores, el grueso del público no vio con agrado el desempeño de las jugadoras, por considerar que no tenían un alto nivel técnico y no protagonizaban jugadas espectaculares como sus colegas hombres. Según esos mismos testimonios, también hubo un alto nivel de sexismo, que amerita un trabajo de remoción de estos patrones culturales. Los organizadores decidieron tomarse un tiempo antes de intentar una nueva participación femenina y creen que ese proceso debería desarrollarse en el sistema educativo.

Los Profesionales del Ecuavoley

La avenida Amazonas es una de las más ajetreadas del norte de Quito y en torno a ella corre la actividad productiva, comercial, financiera… La prisa es el factor común en esta zona, donde la gente trabaja y, al mismo tiempo, agoniza en su metro cuadrado de oficina o de mostrador. Es la vida dedicada al trabajo, el tiempo de la producción y el mercado.

Junto a esa misma avenida, en la esquina con la calle Japón, la prisa pierde vigencia. En un espacio de 70 x 30 metros, se juntan todos los días, entre las tres de la tarde y las siete de la noche, no menos de trescientas personas en torno a dos canchas de tierra. La gente mira los partidos, juega a las cartas, intercambia saludos y discusiones, abrazos y desafíos. Los jóvenes hablan con los viejos, algo que ya no ocurre en otros lugares; los burócratas se escapan de las oficinas para revivir en la cancha. Es el tiempo de la naturaleza, de la vida cotidiana, mejor dicho, la única que existe.

“Club Social, Cultural y Deportivo Los profesionales del Ecuavoley” señala un letrero con el nombre de la agrupación que ocupa este espacio hace una década y tiene todo un sistema organizativo. Debajo constan las normas de conducta que deben observar los que juegan en este escenario. “Los profesionales…”, como les gusta llamarse a sí mismos a los 300 socios, convirtieron un pedazo de terreno en un referente del deporte popular.

La historia de esta singular organización está ligada a un grupo de estudiantes de la Universidad Central que se reunían, a principios de la década de 1970, a jugar todos los sábados frente al legendario Teatro Universitario, cuando todavía pasaban películas de Fellini y los bustos de los héroes indígenas de América rodeaban la pileta. Después de graduados, cada uno tomó el camino de su profesión y su familia, pero no dejaron de convocarse para a jugar los fines de semana.

Lejos ya de las aulas, se dedicaron a colonizar cualquier espacio que les permitiera trazar una cancha y templar una red. En la década de los noventas, se instalaron en la avenida Mariana de Jesús, junto a la 10 de Agosto, que fue por muchos años la arena de los mejores ecuavolistas de la ciudad. Ante las quejas de los vecinos por la acumulación de desperdicios, las autoridades municipales les pidieron abandonar el sitio y les asignaron el terreno que hoy ocupan a un costado del parque La Carolina.

“Los profesionales…” son una de las experiencias más visibles de organización social en torno al ecuavoley. Funcionan como club desde 1996 y se rigen por La Ley del Deporte. Para solventar los gastos, cada jugador aporta con dos dólares por partido, que sirven para comprar pelotas y redes, pagar a los árbitros, cubrir los consumos de luz y agua, ampliar y mejorar las instalaciones. Junto a las canchas funcionan varios locales de comidas, una sala de póker y una de reuniones.

“Los profesionales…”, también contribuyen a la salud mental de la población, pues los desempleados encuentran en un partido de ecuavoley el sosiego que les permite eludir la frustración y continuar en la lucha. Por otra parte, cumplen una función geriátrica, porque ahí se encuentran cada tarde cientos de jubilados, cariñosamente conocidos como “los sub-70” a conversar y pasar la tarde sin apuros. En esta, como en toda cancha de ecuavoley, el tiempo de la naturaleza se impone al tiempo de la producción. Aquí la gente también recupera el valor de las cosas inútiles.

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miércoles, 15 de febrero de 2012

ECUAVOLEY: PARTE II

TRES TOQUES: ACERCA DE LOS JUGADORES Y LAS TÉCNICAS

Por Gustavo Abad



El sentido del juego

Un partido se inicia con el saque o batida a cargo del equipo que haya ganado el sorteo previo. El saque se ejecuta desde atrás de la línea final y consiste en golpear la pelota con el puño o con la mano extendida y enviarla al campo rival. Esta ligera ventaja inicial es importante porque pone al abridor muy cerca de marcar el primer punto a su favor.

Un punto se obtiene cuando: a) el contrincante no logar parar el saque; b) cuando no logra retornar la pelota por sobre la red; c) cuando la envía fuera de la cancha; d) cuando realiza una jugada no permitida por el reglamento, como hacer más de tres toques, pisar la línea divisoria del campo, entre otras. En cualquier caso, para anotar un punto el equipo tiene que estar en posesión del saque. De lo contrario, sólo obtiene un cambio.

La dinámica del partido consiste básicamente en un intercambio de la pelota con diversos niveles de habilidad y fuerza. El objetivo es colocarla en el campo contrario o, por lo menos, obligar a fallar al rival. Pero éste tiene la misma intención. Entonces el juego se convierte en una competencia de astucias, engaños, amagues, incluso intercambios verbales para disminuir al adversario. No hay violencia en ello, sólo impulso agresivo, que no es lo mismo.

Por lo general, el volador recibe el saque y pasa la pelota al servidor para que éste la levante hacia la red de manera que el colocador pueda, con un toque, colocarla en terreno adversario. Cuando el colocador la pasa con predominio de la técnica, se conoce como “coloque fino”. Cuando lo hace con predominio de la fuerza y en sentido vertical, se conoce como “gancho”. No es lo usual pero, cuando se enfrentan un ganchador contra un colocador fino, también conocido como “ponedor” , el espectáculo es excepcional porque escenifica la lucha entre la fuerza y la inteligencia.

Si hacemos un breve perfil técnico de los integrantes de un trío de ecuavoley tenemos lo siguiente:

El colocador

Representa el elemento ofensivo, el encargado de colocar la pelota en el campo contrario y en quien recae la mayor responsabilidad en el triunfo o la derrota. Puede ser ganchador o “ponedor” dependiendo de su estatura. Por lo general, se lo considera el líder del equipo, el que propone la estrategia, aunque las decisiones se toman de consenso con sus compañeros. El biotipo ideal del colocador es alto y delgado.

El servidor

Representa el elemento creativo, el encargado de levantar la pelota a la altura adecuada para que el colocador quede en buena posición de realizar su mejor jugada. Su función es vital, puesto que puede convertir una pelota fácil en difícil o viceversa. En determinado momento puede ejercer de colocador cuando se requiere aprovechar un descuido del rival. El biotipo ideal del servidor es de estatura mediana, rápido física y mentalmente.

El volador

Representa el elemento defensivo, el encargado de recibir el saque y levantar la pelota hacia el servidor. Su responsabilidad es grande, puesto que debe garantizar la seguridad desde el primer toque. Un buen volador le ofrece al colocador la posibilidad de moverse con libertad por el resto del campo si sus espacios están bien cubiertos. Puede ocupar el puesto del colocador cuándo éste ha quedado en mala posición. El biotipo ideal del volador es de estatura mediana, fuerte pero ágil a la vez.

Los protagonistas de un cuadrangular relámpago

Cuando Daniel Cedeño era niño tenía el pelo largo, lacio y colorado. Así andaba por las calles de su natal Santa Ana, provincia de Manabí. Los más grandes no tardaron en apodarlo “La Pepona”, porque parecía una copia pequeña de José Omar Reinaldi, un argentino que jugó en el Barcelona de Guayaquil a mediados de los setentas, conocido como “La Pepona” Reinaldi.

En el mundo del ecuavoley es raro que los jugadores se conozcan por el nombre. Más fácil resulta el apodo, que no sólo es la versión caricaturesca de su identidad, sino una síntesis precisa de su historia personal o de su modo de ser, y nadie rehúye a llevar uno. Por eso, cuando alguien pregunta por “el señor que encargó los trofeos para este cuadrangular… “, Cedeño, ahora ya cuarentón, se adelanta: “ese soy yo, La Pepona, conmigo tienes que hablar” y reivindica para sí una autoridad ganada en las canchas y sellada con su apodo famoso.

Viernes por la tarde, cancha de tierra de la Asociación de Ecuavoley de Guayllabamba. “La Pepona” no para de hablar por su celular. “Vea papá, no se haga líos, si viene con su esposa, coja un taxi y aquí le pago, ya, ya… suerte papá…”, instruye a uno de los jugadores que viene a participar en un “cuadrangular relámpago”, que ha organizado en esa parroquia del norte de Quito para mirar buenos partidos, pero también para ganarse unos dólares como empresario a pequeña escala de ecuavoley.

Es la segunda vez que este veterano volador las oficia de organizador, gracias a la buena relación que surgió el año pasado con los dueños de la cancha, que es en realidad una aspiración de coliseo, con piso de tierra, cuatro filas de gradas de cemento por los cuatro costados y columnas de hierro que sostienen una cubierta de cinc, la estructura típica de los escenarios deportivos rurales. Un voluntario riega la cancha con agua para que ni una pisca de polvo empañe el espectáculo de esta noche.

El teléfono suena otra vez. “¿Dónde está?... ya, dígale al chofer que lo deje a la entrada de Guayllambamba, no se vaya a pasar… de ahí camine nomás, que la cancha está cerca del parque, ya, ya…” Diálogos de ese orden ha tenido “La Pepona” durante las últimas tres semanas con los mejores jugadores del país, con quienes ha logrado un cartel de élite, figuras que casi nunca aparecen en las páginas deportivas de los diarios, pero sí en el "boca en boca" de los asiduos a este deporte.

Un cuadrangular es el torneo más sencillo y viable. Se realiza en dos jornadas de dos partidos cada una y los rivales salen por sorteo. Los perdedores de la primera jornada se enfrentan en la segunda por el tercer lugar, mientras que los ganadores lo hacen por el primero. El concepto es redondo, nada sobra ni falta.

La gente comienza a llegar, la mayoría se acerca a un letrero de cartulina, donde se anuncian los equipos y los premios. La lista incluye a Invin, Compucintas, Asaderos Reina del Cisne y Car-Service. Pero los nombres comerciales no llaman la atención como el nombre, más bien el apodo, del colocador, el líder del trío, que ha sido cuidadosamente resaltado para evitar confusiones.

Por Invin llegará “Pillao” (Carlos Valencia) acompañado por “Gatillo” y “Mocache”; por Compucintas estará Emerson (uno de los pocos que no tiene apodo pero casi nadie sabe su apellido, Niola) junto con “Negro Celi” y “Miguelito”; por Asaderos Reina del Cisne se anuncia a “La Reina” (Cristian Valero), flanqueado por “Chulla Bola” y “Mono Gil”; y por Car-Service vienen el “Zurdo Misil” en compañía de “Frank” y Carlos Toro.

Todo es cuestión de palabra, aquí no hay contratos ni empresarios ni federaciones. Un cuadrangular tiene éxito según la confianza de los jugadores y del público en el organizador, quien pone en juego lo que los sociólogos llamarían su “capital simbólico”, es decir, su imagen y su reputación. Aunque no hay documentos formales, todos los compromisos se guardan en la memoria de los jugadores, que van de cancha en cancha por todo el país, cumplen acuerdos verbales, aceptan desafíos y conceden revanchas, sin que nada los obligue, excepto la confianza que unos depositan en otros.

El trío ganador se llevará 800 dólares; el segundo ganará 600; el tercero 400 y el cuarto 200. Haciendo sumas y restas, cada integrante del mejor trío se embolsará no menos de 300 (incluida alguna recompensa de los apostadores) y los perdedores se consolarán con 60 cada uno. No está mal para un fin de semana.

“La Pepona” piensa financiar los 2000 dólares de los cuatro premios con la taquilla. Ha fijado la entrada en dos dólares por persona y necesita que entren al menos 1000 espectadores para cumplir su compromiso. Su ganancia dependerá de cuántos rebasen esa cifra. Para no correr demasiados riegos, pidió a empresas y negocios pequeños que ayuden a financiar los pasajes y estadía de algunos jugadores. Si no logra ganancias, al menos mantendrá en alto su reputación, y eso es lo importante.

Comienza a oscurecer y también a llegar los jugadores. Son una especie de cofradía unida por el deporte. Todos se conocen y todos se han enfrentado varias veces. Aunque tienen revanchas pendientes, los afectos salen a flote en medio de bromas y choques de mano con el pulgar arriba.

Ahí están, por orden de llegada, “Pillao”, un afroesmeraldeño de 1,93 m. y la fuerza de un tractor; después llega “La Reina”, un orense flaco y rubio, de 1.88 m., que no se despega de su blackberry donde mira los videos que sus seguidores han subido a youtube; el “Zurdo Misil”, con 1,85 m., flaco y fibroso, como vara de chonta, saluda discreta pero amablemente con todos; finalmente, Emerson, otro orense, que compensa su tamaño, relativamente bajo para un jugador de élite, con unas pantorrillas que funcionan como propulsores y lo elevan casi un metro en cada salto.

El primer partido será “Pillao” versus “La Reina”. Pese a que un duelo entre ganchadores puede resultar monótono, por el predominio de la fuerza, éste no lo es. Saben que la gente vino a ver espectáculo y se lo dan. Al final, es una cuestión de estado físico. La potencia de “Pillao” es superior a la resistencia de “La Reina” y el esmeraldeño gana sin objeción en dos sets.

En el segundo partido, el “Zurdo Misil” y Emerson protagonizan un duelo de antología. Intercambian ganchos y coloques, fuerza e inteligencia. El público delira ante tal demostración de agilidad física y mental. El partido se define en tres sets a favor de Emerson, gracias a una reserva de energía que guardó estratégicamente para el último tramo, como lo demuestra su camiseta empapada.

Son las doce de la noche y la cancha tarda en quedarse vacía. De rato en rato, algunos apostadores favorecidos se acercan a los ganadores y les extienden un billete de cinco dólares, como recompensa por su buena actuación. Sentado en una silla, junto a la salida, “La Pepona” mira todo serenamente y calcula cuánto le falta para cubrir los premios. A esas alturas ya sabe que su ganancia no será mucha, pero tampoco quedará endeudado. Está tranquilo y se premia a sí mismo con una cerveza fría.

Además de un evento deportivo, un cuadrangular de ecuavoley es un circuito de economía solidaria donde todos ganan algo. Los jugadores se hacen de un premio aunque pierdan; las pequeñas empresas que los auspician ganan clientes con la publicidad colocada en los uniformes; ganan los árbitros que ponen su tarifa según el nivel de los jugadores y el volumen de apuestas; ganan también los dueños de la cancha que se la alquilan al organizador; gana el público que, por una entrada de dos dólares, mira un espectáculo de alto nivel y pasa un fin de semana distendido.

La noche de la final, un olor a linimento inunda la cancha. La gente comienza a llegar en mayor número que la noche anterior. “La Pepona” celebra la entrada de cada aficionado como si fuera un hermano. Sabe que ahora se decide su ganancia y espera que su esfuerzo le deje algo.

Llega Emerson, imperturbable, con una bien ganada fama de luchador hasta el final. Ya sabe que el equipo rival tiene una estrategia para doblegarlo. En lugar de “Pillao” comenzará jugando Quintero, otro ganchador de 1,90 m. que tiene la misión de ablandarlo. En efecto, el primer set es una confrontación de dos estilos distintos. Mientras Quintero aterroriza con la fuerza de sus ganchos junto a la red, Emerson coloca la pelota con suavidad hacia el vacío. “Yo creo que este ha de ser pianista cuando no juega”, comenta un aficionado que aprecia el estilo artístico del jugador orense.

Al final, la estrategia funciona. Emerson gana el primer set, pero pierde el segundo contra “Pillao”, que ya ha reemplazado a Quintero. El tercer set se jugará entre un ganchador fresco y un colocador demasiado exigido. Los que gustan de la fuerza del ganchador lo celebran, como una proyección de sus propias carencias. Los que prefieren la inteligencia del colocador lamentan que haya tenido que lidiar contra dos monumentales rivales. El equipo liderado por “Pillao” se alza con la copa y los 800 dólares.

“La Pepona” hace el último balance, los números en la cabeza. “Parece que salí a tablas nomás mi hermano”, resume, entre aliviado y desencantado. “Por lo menos no le quedo mal a nadie, tú viste, todos tienen su premio”. La gente tarda en dejar la cancha. “La Pepona” se acerca a los jugadores y los invita a cenar arroz con langostinos que ha preparado su esposa.

“Todo bien…”, dice como sentencia final,” ya vendrá la revancha”. Y es cierto, porque en el mundo del ecuavoley todos tienen derecho a pedir y a que se les conceda una justa revancha…

Razón de algunos fetiches

Todos los deportes, y en esto el ecuavoley no es la excepción, tienen su propio universo simbólico. Hay objetos y costumbres que funcionan especialmente en un ámbito deportivo más que en otro y son lo más parecido a un adorado fetiche. Podemos mencionar tres muy ligados a este deporte: las zapatillas, la pelota y los apodos. Aquí su razón y vigencia:

Zapatillas Venus

No hay una regla escrita, pero la mayoría de ecuavolistas juegan con zapatillas marca Venus, especialmente cuando la cancha es de tierra, porque permiten desplazarse con mayor facilidad. No ocurre lo mismo cuando la cancha es de cemento o de parquet como en los coliseos. En ese caso, las Venus no funcionan y hay que buscar zapatillas con gomas gruesas y de mayor firmeza. Desde que las Venus se pusieron de moda entre los jóvenes de toda condición social, los jugadores lo lamentan, pues se elevó su precio de cuatro dólares a diez.

Pelota Mikasa

Un aspecto llamativo del ecuavoley es que se juega con la pelota número cinco de fútbol, debido a su peso, tamaño y dureza ideales. La pelota de fútbol reemplazó a las antiguas de bleris de la prehistoria deportiva, pero las últimas innovaciones mundialistas no son del gusto de los jugadores de ecuavoley, que se quedaron con la clásica número cinco de la marca Mikasa, que consta incluso como pelota oficial en varios torneos nacionales.

Los apodos

Los apodos son como las máscaras, sirven para ocultar pero también para revelar. Hay apodos de lo más comunes: “Chivo”, “Látigo”, “Cadáver”…; también los hay con cierta alcurnia deportiva:” Lapentti”, “Beckenbauer”, “Platiní” …; algunos celebran las ventajas físicas: “Misil”, “Kfir”, “Tanque”…; otros son artísticos: “Dicaprio”, “Chuck Norris”, “Pavarotti”…

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jueves, 9 de febrero de 2012

ECUAVOLEY: PARTE I

ECUAVOLEY: MEMORIA Y VIGENCIA DE UN JUEGO DE ASTUCIAS

Por Gustavo Abad



LOS ORÍGENES: UN ENFOQUE HISTÓRICO Y CULTURAL


Una singular complicidad

La pelota sube justo hasta la cuerda superior de la red y, por fracciones de segundo, queda suspendida en el aire. La respiración de trescientos espectadores tam-bién se detiene, la mirada fija en la pelota, nadie puede intuir el desenlace. Entonces… ¡tac!... El colocador la toca suavemente, con los dedos extendidos. Tan imperceptible es el movimiento de su muñeca, que nadie adivina su intención sino hasta que la pelota toca el piso al otro lado de la red. Los jugadores rivales se paran en seco y sus movimientos abortan antes de consumarse. Sorprendidos y avergonzados, solo atinan a mirarse las caras. El colocador, complacido por su habilidad, saluda en tono burlesco… “¡buenas tardes, señores!”...

El público suelta un griterío que libera todo el aire contenido. Unos aplauden, otros rechiflan, algunos se toman la cabeza simulando vergüenza ajena. “Los tres chiflados…”, comenta uno desde las gradas para recalcar la comicidad de la maniobra, que consiste en colocar la pelota en un punto equidistante entre los tres jugadores rivales, de modo que sus movimientos se neutralicen. Se la aplica por arrogancia, para disminuir sicológicamente al adversario, o por desesperación, para salvar una pelota mal servida. De cualquier manera, es sólo una de tantas expresiones lúdicas que ofrece el ecuavoley, el más popular de los deportes inventados en el Ecuador.

El ecuavoley permite una complicidad total entre jugadores y espectadores. Los primeros no cobran por jugar y los segundos no pagan por mirar; los jugadores se exponen voluntariamente a la ovación, pero también a la burla; los espectadores ejercen a placer el halago o la crítica. Y nadie se enoja por ello. Los primeros corren, saltan, se esfuerzan hasta el agotamiento; los segundos apuestan, comentan y se divierten a sus anchas. Los que juegan no pueden abandonar la cancha en cualquier momento porque sería un irrespeto al contendor; los que miran, en cambio, se levantan y se van cuando les place. En este deporte, jugadores y espectadores forman una dualidad inquebrantable, porque unos necesitan de otros para que haya juego.

Aunque no hay un solo modo de ser ecuatoriano, sino muchos y diversos, el ecuavoley es quizá el deporte que mejor refleja un modo de ser y estar en el mundo que podría llamarse ecuatoriano.

Cuerpos comunes con destrezas fuera de lo común

En su sentido elemental, el ecuavoley consiste en colocar una pelota (generalmente de cuero) en el campo contrario con la suficiente habilidad o fuerza para que toque el piso sin que pueda evitarlo el rival. Se juega entre dos equipos de tres jugadores (colocador, servidor y volador) y sólo se admite un máximo de tres toques por lado. En todos los casos, la pelota deberá pasar por sobre una red (generalmente de nylon) templada entre dos postes, por sobre la línea divisoria del campo.

No se permite patear, cabecear o tocar la pelota con otra parte del cuerpo que no sean las manos o los antebrazos. Se juega a tres sets pero, si un equipo gana los dos primeros, no es necesario jugar el tercero. Un set se gana con 15 o 12 puntos de acuerdo con la región y la costumbre. La máxima autoridad es el árbitro, quien dictamina si la pelota cayó dentro o fuera de la cancha así como la validez o no de las jugadas.

Se considera al ecuavoley una variante o adaptación del voleibol internacional pero, si nos detenemos en las características de uno y otro, podemos advertir grandes diferencias. Aunque comparten el mismo principio, sus elementos y proporciones son a la inversa.

El voleibol se juega entre equipos de seis jugadores, que generalmente sobrepasan el 1,80 m. de estatura; se usan una pelota de apenas 280 gramos y una red cuya banda superior no supera los 2,43 m. de altura. Predominan la fuerza, la estatura de los jugadores y los esquemas tácticos. El ecuavoley, en cambio, se juega entre equipos de tres jugadores, con estatura ecuatoriana promedio de 1,65 m. (excepto los ganchadores, que son un grupo selecto); se usan una pelota de 450 gramos y una red cuya cuerda superior alcanza los 2,85 m. de altura. Predominan la habilidad y la astucia para compensar las desventajas atléticas.

Al contrario del fútbol, el básquet, la natación y otros deportes cuyos practicantes exhiben una extraordinaria condición física, los cultores del ecuavoley hacen gala de una condición de lo más común. Ser bajito y barrigón no es impedimento para jugar bien; tampoco lo es tener un cuerpo flaco y desgarbado. La capacidad de ubicación, la rapidez de movimientos, la precisión en los coloques surgen de una sabiduría cultivada sólo con la práctica y con el contacto diario entre jugadores de todas las edades.

Los ecuavolistas, como les gusta denominarse, aprenden los fundamentos en la cancha, observando a los experimentados, pues no existen escuelas ni instructores que hayan sistematizado una pedagogía para este deporte. Los conocimientos se pasan de generación en generación, como parte de una memoria colectiva, de unos saberes intuitivos, que sólo se hacen visibles en el juego.

La manera de parar un gancho, por ejemplo, es algo que no se explica, se sabe. La ocasión para cambiar de puestos no está escrita, se intuye simplemente. El ecuavoley se practica entre personas comunes, con cuerpos comunes, pero dotados con destrezas fuera de lo común.

Un origen ligado a los cuarteles

Muchas veces, las cosas no son como ocurrieron sino como las recordamos o como las imaginamos. Ese parece ser el caso del ecuavoley, cuya génesis resulta esquiva incluso para quienes han investigado los juegos en la cultura popular. No hay un dato preciso, pero la mayoría de relatos coincide en que debió nacer en un cuartel militar, policial o de bomberos. La hipótesis más generalizada asocia su nacimiento con la necesidad de matar esas largas horas de aburrimiento que acechan a todo grupo masculino, uniformado y disciplinado, cuyos miembros tienen que canalizar físicamente su energía para no volverse locos en sus literas.

Desde la altura de sus 86 años y su amplia bibliografía sobre historia y cultura popular, el antropólogo Alfredo Costales mira con admiración el desarrollo de este deporte. El ecuavoley, según este investigador chimboracense, pertenece a una extensa familia de juegos populares, como los trompos, los cabes, la pelota nacional, la perinola, los cocos, la bomba, el boliche y otros. El rasgo que los une, dice Costales, es que nacen de la imaginación popular y cumplen la función de “una ventana abierta para el alma de la gente desocupada”.

A diferencia de muchos juegos populares de raigambre indígena, el ecuavoley proviene más del ámbito mestizo, urbano y de bien entrado el siglo XX. Costales también se inclina por la tesis de que surgió como un remedio contra el aburrimiento en los cuarteles.

En el documento “Ecuavoley, deporte ecuatoriano por tradición” constan imágenes provenientes del Archivo Histórico del Banco Central. En una foto, que data de 1930, en algún lugar de Loja, se puede ver a varias personas vestidas de blanco, algunas con pantalones cortos, jugando con una pelota y una red. Entre los espectadores se distinguen hombres de traje y sombrero, algunas damas de faldas largas, y no pocos uniformados, que bien podrían ser militares o policías.

Aunque son datos escuetos, esas imágenes más la tradición de buenos jugadores lojanos, sugieren que esa provincia fue uno de los primeros escenarios de este deporte en el país. Hay otras fotos que también apuntan a la zona austral: niños y niñas junto a una red y una pelota en una escuela (Loja, 1935); un grupo de militares junto a una cancha (Loja, 1935); un partido en el Parque del Ejército de Cuenca y, como espectadores, militares con sable al costado (Cuenca, 1930), entre otras.

Una revisión de esas fotos viejas sugiere también que, entre los eventos antiguos más documentados en imágenes están las Primeras Olimpíadas Militares realizadas en Quito, en el Batallón Vencedores (1949), lo cual refuerza la teoría de su origen cuartelero. No en vano, en una foto que testimonia el Primer Campeonato de Ecuavoley del Celegio Nacional Mejía, aparece un militar presidiendo un equipo (1949)

¿Por qué este deporte logró anidar más que otros en el gusto de la gente? Alfredo Costales lo atribuye a su sencillez, no solo en el sentido del juego, sino en que todos sus implementos se encuentran al alcance de la mano. En todo lugar del mundo hay un rectángulo plano, un par de postes, una cuerda y una pelota, aunque sea de trapo. Lo único que se necesita son las ganas y tres personas por lado, aunque en casos extremos también puede jugarse uno contra uno. Es un deporte a escala humana, porque no necesita de gran infraestructura, como ocurre con otros.

Otro aspecto a su favor, dice Costales, ha sido su sentido incluyente, superior a otros deportes ecuatorianos. La pelota nacional, por ejemplo, dejaba fuera a niños y adolescentes, quienes no tenían la fuerza de brazo suficiente para manejar una tabla tan pesada, que además era costosa y requería invertir ciertos ahorros. En cambio el ecuavoley no exigía ni gran fuerza ni dinero. Por eso todos volvieron sus ojos a este juego, que por mucho tiempo se jugó con pelota de bleris , antes de adoptar la actual número cinco, expropiada al fútbol por su peso, tamaño y dureza ideales.

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