domingo, 24 de julio de 2011

La sentencia

Por Gustavo Abad

La desmesura es esa dimensión de la realidad que supera nuestras capacidades y nos lleva a perder los marcos de referencia que hacen posible la convivencia social. La desmesura es el concepto que mejor aplica a la sentencia contra tres directivos y un ex articulista de diario El Universo en el juicio por supuestas injurias calumniosas que lleva contra ellos el presidente de la República, Rafael Correa. Tres años de cárcel para los demandados más 40 millones de dólares a favor del demandante resultan, desde todo punto de vista, desmesurados. El efecto, además de la pérdida de la libertad de cuatro personas, podría ser la quiebra de esa empresa periodística.

¿Por qué se ha llegado a este estado de cosas? En este caso puntual hay una cadena de hechos que se inscriben en la mencionada línea de lo desmesurado. El artículo “No a las mentiras” de Emilio Palacio, motivo de la demanda, es un monumento a la falta de rigor periodístico; las penas de cárcel y el monto de la indemnización exigidas por Correa sobrepasan lo humanamente razonable; la rapidez con la que el juez Juan Paredes dictó sentencia excede la frontera de lo absurdo, solo para hablar de los hechos más relevantes en este caso. Sin embargo, recordemos que esta sentencia no es aislada, sino que existe una historia y un contexto previos, que explican en gran parte las razones de tamaña locura.

Propongo una reflexión sobre tres aspectos claves: 1. El modelo dramático del conflicto; 2. La conducta periodística dominante; y 3. El ejercicio mezquino del poder en todo este tiempo.

1. El modelo dramático

Lo primero que hay que considerar es que la sentencia contra El Universo representa solo el pico más alto de la confrontación entre los poderes político y mediático en el Ecuador. Es el resultado de cuatro años de golpes bajos que han intercambiado estos dos actores bajo la falsa premisa de que la sobrevivencia del uno depende de la anulación del otro. Si dejamos por un momento en suspenso los aspectos jurídico-políticos de este tema, y lo miramos desde los fundamentos de la dramaturgia, tenemos a dos actores melodramáticos, porque cada uno se declara víctima del otro y, desde esa posición, pretenden enseñarle al mundo lo que es correcto y deseable.

En el melodrama clásico, la fuerza que mueve a los personajes es moral. Toda acción se justifica en nombre de un gran ideal ya sea individual o colectivo. En este caso, el ideal de la “libertad de expresión” de los medios se confronta con el de la “honra del presidente”, como si fueran principios inapelables. Así, tanto la fórmula que opone “gobierno autoritario” contra “medios defensores de la libertad”, como la que opone “gobierno democrático” contra “medios corruptos” han llevado el conflicto a un estado de cosas fuera de la medida. ¿Dónde está el equilibrio entre la legítima demanda de restitución de los derechos de una persona ofendida y una sentencia de tres años de cárcel y 40 millones de indemnización? El tremendismo es otra cara de la desmesura.

Cuando los personajes de un drama creen que actúan movidos por los más altos ideales, no pueden mostrar debilidad. Entonces el conflicto se prolonga hasta el infinito, porque una de las características del melodrama es la imposibilidad de encontrar salida. Se consume en sí mismo y se ahoga en su propia violencia, en este caso, verbal de parte y parte hasta que uno logre la eliminación del otro. Lo grave es que ambos actores pretenden que el resto de la sociedad saque de ellos lecciones para vivir.

2. La conducta periodística

En segundo lugar, no olvidemos que durante todos estos años el discurso mediático, penosamente, ha estado acaparado por sus figuras más sobredimensionadas –Carlos Vera, Jorge Ortiz, Emilio Palacio y otros- que han aportado más rabia y ofuscamiento que serenidad y reflexión. Por eso, cuando el conflicto no logra una salida, aparece la figura del “mártir”, convencido de que su sacrificio salvará a los demás. Muchos periodistas han querido jugar ese rol mediante la estrategia de hacerse despedazar en público por el representante del poder político. El objetivo, lograr contra éste una sanción moral y alcanzar para ellos el sitial de restauradores de la democracia.

En gran medida, lo ocurrido con El Universo obedece a las aspiraciones de su ahora ex editor de opinión de alcanzar el altar de los periodistas inmolados. En varias ocasiones, Palacio ha ido en busca de ese papel, pero ni ha logrado la sanción moral contra el poder ni se ha convertido en salvador de su gremio ni ha restaurado la credibilidad de los medios. Sí ha logrado, en cambio, involucrar en su bronca personal a todo El Universo y poner en riesgo la sobrevivencia de un diario que, no por conservador y sacerdotal, deja de ser una institución histórica del periodismo ecuatoriano.

3. El ejercicio del poder

En tercer lugar, hay que considerar lo que todo esto significa como síntoma político, social y cultural. Si el proyecto oficialista de reformar el sistema de justicia fue considerado una estrategia para controlar a los jueces, ahora ya no queda duda de cuál será la conducta de los jueces designados por la comisión encargada de esa reforma. Un escenario de medios cerrados y periodistas presos está a las puertas. No es del todo cierto que esto provocará censura y autocensura en los medios, pues éstos no pueden quejarse de lo que han practicado toda la vida con sus periodistas. La diferencia es que ahora hay más motivos para pensar que los trabajadores de prensa tendrán que vérselas no solo con la censura de sus jefes sino también con la persecución judicial.

Queda claro que el proyecto de Correa nunca fue la lucha política por la transformación del campo mediático y el mejoramiento del periodismo en este país. Lo suyo es exhibir la cabeza del enemigo para escarmiento de los demás como ya lo ha intentado antes. La rigurosidad periodística y la habilidad discursiva de los autores de “El Gran Hermano” los ha salvado, hasta ahora, de ese objetivo. Pero la deplorable calidad intelectual del artículo de Palacio le ofreció a Correa una oportunidad inmejorable. Uno de los efectos de todo esto es que el proyecto de Ley de Comunicación y la creación de un Consejo de Regulación quedan ahora seriamente lesionados en su legitimidad política.

Al final, y esto también es lamentable, la sentencia contra El Universo es un golpe bajo del poder político contra los medios. Pero solo hasta que el poder mediático se lo devuelva. Correa exhibe su poder de manera impúdica, pero al frente no tiene precisamente a un contendor indefenso y confiable.