Por Gustavo Abad
Según una definición clásica, el periodismo es una actividad de servicio público que se basa en la búsqueda y difusión de información veraz y oportuna. De acuerdo, pero yo le añadiría que también es una actividad de intervención política, social y cultural a partir de la lectura e interpretación de los acontecimientos y su significado histórico.
En ambos casos, el interés de los medios de comunicación, se supone, está orientado a los asuntos de interés común a la mayoría de los miembros de una sociedad.
El problema surge cuando existen demasiadas señales de que el grueso de los medios de comunicación que se sostienen en una estructura y unos capitales privados no siempre apuntan hacia el interés común o, por lo menos, lo hacen de manera sesgada a favor de los intereses particulares.
Entonces cobra sentido la oposición entre medios públicos y privados, bajo la premisa de que los primeros, al contar con recursos estatales y autogestionados, están libres de las presiones del capital privado, por lo tanto pueden ejercer un periodismo con mayor rigurosidad y, sobre todo, mayor credibilidad, tan venida a menos en los privados.
El Ecuador tiene la oportunidad histórica de comprobarlo al iniciar una experiencia inédita con dos medios públicos: El Telégrafo (que ya circula con nuevos formato y propuesta periodística desde el 17 de marzo) y Ecuador TV (que se encuentra en etapa de prueba y abrirá sus transmisiones regulares el 14 de abril), lo cual por sí mismo es un paso enorme y significativo en el anhelo de contar con un periodismo más preocupado del interés ciudadano y las demandas sociales, que del espectáculo y el infoentretenimiento que tienen casa permanente en un gran número de medios privados.
Los medios públicos se someten entonces a un escrutinio y a una vigilancia por parte de la población que, en mi criterio, podría evaluarlos sobre la base de las siguientes preguntas: ¿Defienden el interés público antes que el gubernamental? ¿Ejercen pedagogía ciudadana en deberes y derechos? ¿Hacen visibles otras formas de vida? ¿Ofrecen información de coyuntura, de análisis y servicios? ¿Nos ayudan a tomar decisiones sobre nuestras vidas? ¿Observan las prácticas del buen oficio?, entre otras que el lector quiera agregar según su experiencia, feliz o infeliz, con los medios privados tradicionales.
Esa evaluación, en un razonable plazo, nos ayudará a saber si el Estado aprovecha o desperdicia una oportunidad histórica. Una evaluación que mida la mayor o menor empatía que estos medios logren generar con las audiencias, así como la importancia de los temas que consigan incluir en la agenda y el debate públicos.
La revista Vanguardia ya hizo un primer análisis sobre El Telégrafo y dijo que carece de una portada y un diseño vendedores en el mercado. Me pregunto ¿esos son los únicos parámetros de evaluación de un proyecto histórico? Cierto es que la presentación cuenta y que este diario podría mejorar, por ejemplo, en la calidad de su impresión, para captar anunciantes, pues un medio público no puede negarse a la publicidad comercial.
Sin embargo, creo que su valor y su atractivo hay que buscarlos en otros aspectos, como los nuevos enfoques y narrativas de lo social o las nuevas voces y rostros que este medio pueda hacer visibles. En suma, el proyecto de un medio público es una alternativa frente a la sospecha y la desconfianza que los medios privados han logrado sembrar respecto de sí mismos en la mayoría de la población, una rebelión de las audiencias que no se esconde con el diseño, ni los efectos, ni la pirotecnia del mercado.
El Telégrafo 06-04-08
lunes, 7 de abril de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario