Por Gustavo Abad
La actual confrontación entre el poder político y el poder mediático en el Ecuador alienta diversas lecturas, entre ellas, la de su estructura dramática. Cierto, porque si descartamos momentáneamente las posiciones ideológicas, lo que queda en el fondo es un drama en todo su sentido, con rasgos predominantes del melodrama.
Lo esencial de un drama es el conflicto entre los personajes y, por añadidura, el conflicto de éstos consigo mismos. Entonces ¿cuál es la relación conflictiva entre nuestros dos personajes? El antagonismo exacerbado. El poder mediático y el poder político no tienen posibilidad de reconciliación. Se presentan como enemigos naturales en una lucha en la cual la sobrevivencia del uno depende de la negación del otro.
La fuerza que mueve a los personajes del melodrama es total e inapelable. Todo se justifica en nombre de un gran ideal. En el melodrama tradicional, el sufrimiento de la víctima sirve para ganarse al espectador y mostrarle lo que es correcto no solo para él sino para todo el mundo. En ese sentido, nuestros dos personajes siguen una fórmula melodramática. Cada uno se sitúa como víctima del otro.
Y desde esa condición de víctimas, acuden a una serie de herramientas arcaicas: la descalificación, el escándalo, la violencia verbal. Cada uno ensaya a placer una de las más cotizadas simplezas de la comunicación: el lugar común, esa estructura endurecida que impide el flujo del lenguaje y las ideas.
Veamos algunos de los lugares comunes lanzados en las últimas refriegas entre estos dos poderes en pugna. “Traidores a la patria”, por un lado, “Aliados de las FARC”, por otro, solo para mencionar la coyuntura reciente, marcada no solo por violencia armada, sino por la violencia informativa.
Me pregunto ¿qué significa todo este cruce de acusaciones? Nada, porque el lugar común no es más que una enorme piedra en el desarrollo del pensamiento, una represa que impide la reflexión y nos devuelve a ese estado primigenio de falsa seguridad mediante la organización esquemática del mundo entre víctimas y victimarios, buenos y malos, revolucionarios y reaccionarios, precisamente de lo que se acusan mutuamente el poder político y el poder mediático en el Ecuador.
El poder político se coloca el escudo de la dignidad y la espada de la justicia y emprende una cruzada épica contra los medios de comunicación. Los centinelas de los medios dan la alarma y levantan la barricada de la libertad de expresión para defender el castillo inexpugnable de la democracia y se autoproclaman sus defensores absolutos dispuestos a repeler el ataque con todas las armas a su alcance.
Redoble de tambores y toques de trompeta.
Para que el drama se desarrolle, los personajes necesitan evolucionar, y el factor de evolución son las circunstancias que los rodean, los estímulos y mensajes que les llegan desde el contexto en que se desenvuelven. En el Ecuador, tanto el poder político como el mediático reciben cada día cientos de estímulos para evolucionar, pero no lo hacen.
No hay tregua ni posibilidad de un armisticio, porque cuando los personajes se abanderan de los más altos ideales, no pueden mostrar debilidad. Entonces el conflicto se prolonga hasta el infinito, porque si algo caracteriza al melodrama es la imposibilidad de encontrar salida.
El melodrama, como producto de la emoción exacerbada por ambas partes, se consume en sí mismo y se ahoga en su propio mar de lágrimas o de sangre. En este caso, de violencia verbal e informativa.
El Telégrafo 13-04-08
domingo, 13 de abril de 2008
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