jueves, 24 de mayo de 2012

Laclau y Ramonet: uso político y negación mediática

Por Gustavo Abad

Los dos visitaron Quito hace pocos días y ambos, a su manera, expusieron ideas que, por muchas razones, no necesariamente acordes con su planteamiento original, resultan funcionales al discurso dominante del gobierno ecuatoriano respecto de la política y la comunicación. Ignacio Ramonet, en la Capilla del Hombre, y Ernesto Laclau, en la Flacso, dijeron lo que el oficialismo necesitaba oír en su estrategia de instrumentalizar a su favor cualquier corriente de pensamiento reconocida.

El tono religioso con el que el gobierno y los medios estatales se refirieron a estos pensadores contrasta con las versiones descalificadoras que sobre ellos construyeron la mayoría de medios privados y sectores de oposición. Instrumentalización de las ideas, por un lado, y descalificación de sus autores, por otro, solo pueden resumirse en desinformación, es decir, en negarle a la población una información contextualizada que le permita ampliar sus horizontes conceptuales en lugar de reducirlos.  

Laclau y Ramonet no son precisamente una dupla como las muchas que ha habido en la tradición intelectual, pero en el Ecuador las circunstancias los juntan de manera curiosa. Para el gobierno y los medios estatales, ellos son la reserva intelectual de su proyecto de revolución ciudadana. Para la oposición y los medios privados, unos oscuros académicos al servicio del gobierno. ¿Podemos dar por válidas esas dos posiciones sin antes preguntarnos cuáles son los aportes y los límites atribuidos al  pensamiento de uno y otro y de qué manera dialogan con la realidad local y regional? Eso, ni al gobierno ni a los medios les interesa aclarar, sumidos como siguen, en una lógica de negación mutua. 

Sin embargo, el principal ejercicio de negación de sus propias ideas corre a cargo de Ramonet. El ideólogo del quinto poder repitió lo que viene diciendo hace más de una década pero pasó por alto el contexto ecuatoriano. Surgida en un momento histórico de expansión de internet y de los circuitos de difusión informativos, la teoría del quinto poder consiste, en palabras del propio Ramonet, en “oponer una fuerza cívica ciudadana a la nueva coalición dominante. Un quinto poder cuya función sería denunciar el superpoder de los grandes grupos mediáticos, cómplices y difusores de la globalización liberal”. Una idea fuerte que sigue vigente como ideal social.

La negación radica en que Ramonet no se inmuta ante el hecho de que esa función crítica, esa capacidad impugnadora acerca de los medios no está siendo ejercida en el Ecuador por las audiencias, sino por el poder político, con todas las distorsiones respecto del planteamiento inicial. Lo que menos puede exhibir el gobierno ecuatoriano en estos momentos es alguna iniciativa respetable de formación de audiencias críticas. La confrontación discursiva con los medios y la disputa por el relato social no la ejerce la sociedad organizada sino el aparato de propaganda gubernamental que, en lugar de expandir el pensamiento, lo asfixia. 

La lectura crítica de los medios, ese proceso intelectual que nos permite analizar, explicar, cuestionar y, en determinado momento, disputar con los medios el monopolio del relato social, ha sido suplantada en este gobierno por un conjunto de alegatos en torno a la verdad, de enjuiciamientos a periodistas y otros recursos que poco aportan al pensamiento crítico. Ramonet tiene demasiado camino a sus espaldas como para no darse cuenta de ello, pero no parece hacerlo en medio de tanto repique de campanas a su paso. Esa comodidad con el halago interesado provoca dudas acerca de su honradez intelectual.

En cuanto a Laclau, sobra decir que su aporte a las ciencias sociales es de otra tesitura. El conjunto de sus reflexiones acerca del llamado populismo arroja luces sobre esa dimensión de la política, tradicionalmente identificada con un orden instintivo, emocional y caótico, despreciado por las teorías liberales así como por los modelos racionales y positivistas de la democracia y el poder. 

Laclau aparta al populismo de su carga peyorativa y lo define, no como una anomalía vergonzante, sino como una forma distinta y posible de canalizar la experiencia política de una sociedad en un momento especialmente difuso e inestable, donde se hace necesario construir algún sentido relevante, alguna acción convocante, algún liderazgo fuerte. La palabra populismo, según Laclau, es apenas la  convención idiomática usada por los cientistas sociales para nombrar una expresión política antisistémica que no tendría cauce por vías racionales ni programáticas.

En gran medida, la ola de indignación moral que llevó a Rafael Correa al poder y que lo sostiene ahí, proviene de esa zona emocional, despreciada por la ideología liberal. Sin embargo, la práctica del poder que exhibe el proyecto llamado revolución ciudadana está muy lejos de esa fuerza moral que reivindica Laclau. Todo lo contrario, su modelo de desarrollo (extractivista), su aparato administrativo (tecnocrático), su idea del orden (verticalista), su sentido de la gobernabilidad (criminalización de la protesta) y de la comunicación política (propaganda oficial) y otros rasgos visibles no pueden ser más racionales, positivistas y sistémicos.

De manera contradictoria, el oficialismo se monta en el discurso de Laclau para justificar una práctica política que tiene más de positivismo autoritario que de energía social antisistémica. Entre los dos hay uno que está haciendo uso fraudulento del otro. Apuesto a que el fraude no es de Laclau.


miércoles, 9 de mayo de 2012

Marco Lara Klahr, el periodismo y su compromiso con la cultura de paz


Por Gustavo Abad

A un extremo, los detenidos parados en hilera con la mirada al piso, como frente a un pelotón de fusilamiento, y al otro, los periodistas también en hilera con las cámaras y los micrófonos dispuestos a para un relato acusador. Esa es quizá una de las imágenes más recurrentes en la práctica del periodismo judicial y uno de los síntomas más visibles de esa tendencia a informar desde una visión punitiva y espectacular. El periodista mexicano Marco Lara Klahr cuestiona esas prácticas, no solo de los sistemas de justicia, sino también de los sistemas de información. Lara Klahr dirigió en CIESPAL un taller para periodistas que cubren los temas de justicia, con énfasis en salidas alternativas y procedimientos especiales. Este es un diálogo con Mediaciones.

GA:
Has dicho que los periodistas que cubren temas judiciales lo hacen desde una visión inquisitorial, por un lado, y de entretenimiento, por otro ¿Cuál consideras que debe ser la visión que permita al periodismo superar esas prácticas?

MLK: Yo propongo un periodismo judicial cuyas bases o referentes sean el respecto irrestricto a los derechos humanos y, particularmente, a los más sensibles como son los derechos al debido proceso y los derechos de personalidad. Me parece que el periodismo, cuando se práctica de manera no profesional, se pierde la oportunidad de ser un instrumento de diseminación y fortalecimiento de la cultura de la legalidad y de paz. Quiero decir que los periodistas tenemos un compromiso claro con la paz y la legalidad. Sin embargo esto no significa eludir conflictos, sino mostrarlos y dar la voz a los actores que proponen visiones diferentes a la violencia en la resolución conflictos sociales. Me parece que ese es un aporte, modesto pero importante.

GA: ¿Cómo desarrollar esos nuevos valores en una cultura periodística tradicional, que privilegia el espectáculo por sobre las demandas sociales en materia de justicia?

MLK: Me parece que la industria periodística, la de los medios noticiosos, históricamente ha privilegiado la rentabilidad, sobre todo, en culturas con tradición autoritaria, de nula participación ciudadana en el espacio público. Esa es una industria no profesionalizada, parasitaria, que vive de la publicidad institucional, que ha precarizado las condiciones laborales de los periodistas y se caracteriza por su altísima adicción a la información barata, que proviene de las instituciones. En ese sentido, diría que los periodistas estamos expuestos a una serie de desafíos y de presiones  relacionadas con nuestra intervención en esa industria, ya que somos su fuerza laboral. No obstante, no propongo que los periodistas perdamos nuestro empleo, sino que negociemos,  que ganemos reputación pública y mejoremos nuestras condiciones laborales al cambiar, con ayuda de esa reputación, la correlación de fuerzas ante las empresas para las que trabajamos.

GA: ¿Un cambio en las prácticas antes que en las estructuras?

MLK: Lo que digo es que el principal desafío para los periodistas es que tenemos que cambiar primero nosotros. De nada sirve soñar y dejar en nuestro imaginario la idea de que la industria tiene que cambiar, cuando nosotros mismos estamos inoculados con los mismos valores autoritarios de las viejas redacciones, sempiternas, verticales. Primero tenemos que convertirnos nosotros en agentes de cambio social, tanto dentro de nuestro gremio como dentro de nuestra comunidad. Y no lo digo con soberbia, porque no pienso que seamos actores ciudadanos privilegiados. Pienso que nosotros somos actores sociales importantes porque somos el instrumento de la comunidad para el ejercicio de su derecho a la información. Eso exige, por un lado, un activismo gremial y, por otro, un comportamiento de altísima sensibilidad y noción de comunidad. Los periodistas funcionamos, habitualmente, sin noción de comunidad. Necesitamos adquirir una poderosísima noción de comunidad, que nos permita vincularnos con nuestros conciudadanos para serles útiles a partir de las herramientas que nosotros manejamos en nuestra profesión.

GA: ¿Y crees que las grandes empresas tienen cabida para dar ese giro al periodismo?

MLK: Yo creo que es una combinación de las dos cosas. Sin duda los medios establecidos tienen, en algunos países más y en otros menos, espacios reducidos para el periodismo investigativo. Medios que históricamente habían sido luminosos como Miami Herald, como Chicago Tribune, Los Ángeles Times y otros están postrados en términos de investigación. Medios latinoamericanos de gran tradición están semipostrados, como Clarín de Argentina, como Reforma de México. Aquí, El Universo es un medio que me parece digno, importante, que yo respeto y, sin embargo, me parece que su inversión en periodismo de investigación es cada vez menor, aunque sigue haciendo un esfuerzo. También pienso que las organizaciones colegiadas de periodistas están produciendo cosas muy interesantes. En México hay una organización que se llama Periodistas de a Pie, que está haciendo cosas importantes, en cuanto a periodismo de investigación, de empoderamiento profesional y, por otro lado, estamos los periodistas que trabajamos y que nos debemos a la sociedad civil organizada.

GA: ¿Podemos apostar entonces por un periodismo hecho fuera de las empresas mediáticas?

MLK: Todo el periodismo que yo hago y la interacción que tengo con mis colegas, es cien por ciento patrocinado por las sociedad civil organizada, global, regional y local. Es decir, yo no tengo salario, soy un periodista freelance, que vive de sus reportajes, de sus historias, de sus libros teóricos, de sus manuales de periodismo, de sus conferencias y de sus talleres. Y todo eso le da vida al periodismo que propongo, y no digo que sea ni mejor ni peor, sino un periodismo específico, con una mirada específica, no necesariamente original, y creo que todo eso se debe a mi capacidad de interacción con la sociedad civil organizada. Entonces, me parece que la ruta del periodismo que sobrevive es el que se muestra competitivo respecto de la diversificación de fuentes. La paradoja es que el periodismo de la posmodernidad sigue dependiendo de un valor de la modernidad o de la premodernidad, como es la independencia. El mejor periodismo es el independiente, autónomo, lo que no significa que no trabaje para una corporación, sino que tenga el espacio creativo para producir información que sea socialmente útil.

GA: Cómo se complementan el periodismo y la justicia en la construcción de una cultura de paz sin que el uno deje de ser periodismo y la otra deje de ser justicia?

MLK: Es una pregunta muy pertinente, porque en diversos países de América Latina estamos en un proceso de transformación estructural. Estamos en un tránsito del modelo inquisitorio de justicia penal al modelo acusatorio. En algunos más avanzados que en otros. Ya tenemos las leyes, las instituciones, los procedimientos, pero falta la transformación de la cultura, como es el caso de Ecuador. Ya tienen todo, pero les falta transformar la cultura de los jueces, de los defensores, lo que se llama el modelo mental del ciudadano mismo, del periodista, del fiscal. Entonces, el periodismo adquiere una dimensión fundamental en este proceso, porque se trata de convertir al sistema de justicia penal en un sistema eficaz que provea justicia. El sistema inquisitorio se basa en presumir la culpabilidad, es escrito, burocrático y opaco. El sistema acusatorio tiende a privilegiar los derechos de la víctima, a ser público y a proveer justicia más que castigo. A mí me parece que en el sistema inquisitorio los periodistas recibíamos migajas del fiscal, del juez, del policía, de los abogados, e informábamos a partir de esas migajas a la ciudadanía. Ahora tenemos las audiencias. El principio del sistema acusatorio nos ofrece una enorme posibilidad de transparencia y de acceso a la información que se ventila en un proceso. Sin embargo, los periodistas no podemos convertirnos en voceros del sistema porque eso compromete nuestra función social y genera conflictos de intereses. No es lo que la sociedad espera de nosotros. En realidad, el mejor servicio que le podemos hacer a la comunidad y al sistema de justicia es constituirnos en vigilantes, veedores, por cuenta de la ciudadanía, de la función pública. Nuestro papel es decir si el sistema de justicia penal está funcionando o no lo está; por qué está funcionando precariamente; cuáles son los vicios y las rémoras que vienen del viejo modelo hacia el nuevo. Lo mejor que podemos hacer para trabajar por una sociedad más justa es vigilar al sistema. No podemos hacer un periodismo acrítico que solo hable bonito del sistema, pero tampoco podemos dinamitarlo. Más nos vale a los periodistas que haya un sistema justo. En México están matando a compañeros nuestros y ese mismo sistema injusto y arbitrario, que no provee justicia y que promueve impunidad, no resuelve los asesinatos contra los periodistas. Es decir, hay más de una razón para que nos preocupemos por la eficacia de nuestro sistema de justicia penal.

jueves, 3 de mayo de 2012

Una norma impracticable

Por Gustavo Abad

Hace varios años, en la redacción de un diario chileno se produjo un debate entre dos periodistas. Uno de ellos había descrito como “el anciano senador…” a Augusto Pinochet, quien todavía manejaba los restos de su poder desde una curul de legislador. Su colega lo retaba a que se refiriera al personaje, más bien, como “el ex dictador acusado de genocidio…” porque consideraba que esa descripción se ajustaba más a la realidad.

¿Quién estaba en lo cierto? Los dos… ¿Era Pinochet un anciano senador? Sí… ¿Era un ex dictador acusado de genocidio? También… ¿Se puede otorgar mayor validez a una afirmación por sobre la otra? ¿Se puede establecer de manera inequívoca los efectos de cada manera de nombrar? Dejemos la respuesta para más adelante, en caso de que haya alguna.

Por ahora, recordemos que el periodismo es una narración de la realidad y, como toda narración, implica una mirada, una visión no libre de subjetividad. Eso se manifiesta, sobre todo, en el enfoque, uno de los componentes fundamentales del relato periodístico. El enfoque consiste en situar los hechos, de manera intencional y consciente, dentro de un modelo interpretativo. Significa construir un sentido, proponer un modo de entender las cosas.

Por ello, resulta fuera de lugar el veto presidencial al artículo 203 de las Reformas al Código de la Democracia, que propone: “Los medios de comunicación se abstendrán de hacer promoción directa o indirecta, ya sea a través de reportajes, especiales o cualquier otra forma de mensaje, que tienda a incidir a favor o en contra de determinado candidato, postulado, opciones, preferencias electorales o tesis política". Frente a las demandas de inconstitucionalidad contra esta posibilidad, la Corte Constitucional deberá emitir, a fines de este mes, un informe sobre el que existen sobradas expectativas.

Si analizamos desde criterios comunicacionales el contenido del veto, lo que propone el representante del poder político es regular el enfoque de la información, es decir, ponerle reglas al último territorio del periodismo donde la subjetividad está autorizada.

El enfoque es la mirada particular que el narrador construye mediante la información recabada. No hay relato periodístico sin enfoque, así como no hay gobierno sin proyecto político, sin importar si lo consideramos bueno o malo. La pregunta es ¿Se puede calificar y sancionar un relato por considerarlo favorable o perjudicial a cierto actor político sin violentar el derecho del periodista a ejercer libremente un enfoque informativo por bueno o malo que nos parezca?

Veamos un escenario hipotético relacionado con las próximas elecciones. El diario “X” publica un perfil del potencial candidato Lucio Gutiérrez y lo define como “el militar que lideró una sublevación popular que puso fin a un gobierno favorable a los banqueros, como el de Jamil Mahuad…”. En el mismo contexto, el diario “Y” publica también un perfil, pero define al mismo candidato como “el ex militar que, en el clímax de una sublevación popular contra su gobierno, huyó del poder en helicóptero …” Nuevamente ¿Quién está en lo cierto? Otra vez los dos… La diferencia está en el enfoque, como ya dijimos, el reducto de subjetividad al que tiene derecho el periodismo.

Más ejemplos hipotéticos. El canal “X” publica un reportaje sobre el potencial candidato Rafael Correa y lo define como “el líder de un proceso revolucionario que está transformando al país…”, mientras que el canal “Y” hace lo mismo pero lo define como “el mandatario en cuyo gobierno decenas de líderes indígenas han sido enjuiciados por el supuesto delito de terrorismo…” ¿Significa que el primer medio tiene que ser sancionado por incidir a favor del candidato y el segundo también por incidir en contra? Dicho de otra manera ¿Significa que ambos mintieron o que sus afirmaciones son insostenibles?

Adicionalmente, no hay garantías de que se pueda conformar un organismo o designar a una autoridad con capacidad para dirimir con justicia respecto, no de uno, sino de miles de productos informativos que pudieran se impugnados desde esa visión simplista de estar a favor o en contra de alguien. Lo que para unos es favorable, para otros es perjudicial. Tendríamos a una multitud enfrentada a otra multitud y, en medio de las dos, el señuelo inalcanzable de la verdad.

Esto no significa que los periodistas puedan desarrollar su trabajo desde la subjetividad absoluta, porque entonces cualquiera podría vendernos propaganda por periodismo y hacer campaña disfrazada de información. De hecho, esa ha sido una práctica recurrente en los medios –recordemos la campaña en contra de la Ley de Comunicación- y es el resorte que mueve al gobierno a plantear una normativa al respecto, aunque de manera poco viable.

El riesgo de una visión sobrecargada a cualquier lado se aplaca mediante un equilibrio informativo, una diversidad de fuentes, unos datos verificables, unos testimonios coherentes, y otros aspectos que conforman la especificidad de la información periodística. La correcta o deficiente aplicación de estos principios hace del periodismo un relato confiable o sospechoso. De eso depende la democratización de la información y no de una norma que, por lo que hemos argumentado, resulta impracticable o, lo que es lo mismo, inútil.

miércoles, 18 de abril de 2012

Alberto Salcedo Ramos, la crónica y el valor de la subjetividad

Por Gustavo Abad

Esa idea perezosa de que una imagen vale más que mil palabras, por fortuna, va cayendo en desuso por efecto de su propia debilidad. En sentido más justo, ocurre lo contrario, son las palabras las que llenan de imágenes nuestra percepción del mundo. Pienso en ello mientras leo este mínimo pero potente fragmento: “Son tan pobres –le dijo una tía suya- que a veces demoran hasta dos días seguidos sin cocinar y el fogón frío se les inunda de lagartijas”. Lo escribe Alberto Salcedo Ramos en su crónica “La eterna parranda de Diomedes”, que narra la historia del cantante de música vallenata Diomedes Díaz con los claroscuros de la gloria y el derrumbe. La crónica es el género de no ficción que mejor nos ofrece esa posibilidad de crear imágenes mediante el diálogo entre la observación y la conciencia, entre la razón y la emoción del narrador. Alberto Salcedo Ramos estuvo en Quito la semana pasada para dirigir un taller de crónica en CIESPAL y, de paso, presentar su libro “La eterna parranda”. Aprovechamos una pausa en medio de ese hervidero para conversar con él.

GA: Tú formas parte de un grupo designado como los nuevos cronistas de Indias, en alusión a esos pioneros del relato latinoamericano ¿Cuál es, desde esa posición, el valor histórico y contemporáneo de la crónica?

ASR: La crónica está ligada a nuestra región desde la época de la conquista. Los cronistas de Indias vinieron en esas expediciones conquistadoras a dejar memoria sobre lo que veían en las Américas. Desde entonces, ha habido en nuestro continente y región una gran tradición de cronistas de todas las modalidades: cronistas de gabinete, cronistas de ideas, cronistas que están viendo el mundo con mucha agudeza y escribiendo sobre él, hasta cronistas reporteros, que van a ensuciarse de barro los pies y, desde el conocimiento directo de la realidad, dejan su testimonio. Me parece que el nombre de nuevos cronistas de Indias es un guiñó a esos primeros que vinieron.

GA:¿Cómo ha evolucionado este género desde ese origen lejano?

ASR: La crónica ha evolucionado, en parte, por la influencia anglosajona, de la escuela estadounidense, que privilegia la investigación, el rigor. Sin embargo, la crónica latinoamericana tiene sus características propias: el desenfado en la mirada, una cierta exuberancia en la voz con la cual se nombra la realidad. Los cronistas de América Latina, aunque hayamos leído a Truman Capote, a Jimmy Breslin, a Tom Wolfe, tenemos nuestro propio sello, nuestro propio acento. La crónica latinoamericana no se rige por los manuales del género, sino que tiene una cierta libertad expositiva, una cierta pérdida del complejo frente al ser subjetivo. Nosotros nos atrevemos a ser subjetivos, lo asumimos, pensamos que esa subjetividad, cuando se asume honestamente, también es una forma válida de explorar la realidad, de conocerla y de transmitírsela a los lectores. Por otro lado, tampoco nos da miedo incluirnos en las historias cuando eso es necesario. Yo creo que a veces el no incluirse en las historias, que parecería un acto de sencillez, puede resultar más arrogante, porque el cronista que no se incluye en la historia se deifica. Él dice, yo no aparezco aquí, tú no me ves, pero yo estoy aquí, como Dios, lo veo todo pero no aparezco. Mientras que el cronista que se incluye en la historia se humaniza, se convierte inmediatamente en un representante del lector en ese entorno que está mostrando.

GA: Has sido muy claro al definir a la crónica como un género narrativo e interpretativo. Podríamos agregarle que se trata de instrumento para la comprensión de la realidad…

ASR: Julio Villanueva Chang, el director y fundador de la revista Etiqueta Negra, dice que ser cronista es ser un traductor de significados profundos. Es decir, escribir crónicas es mostrar la realidad desde un ángulo inesperado. Cristian Alarcón, el gran cronista chileno, dice que la crónica es la versión inesperada de los hechos que uno ve en la prensa. Esa versión inesperada, cuando obedece a una investigación juiciosa, rigurosa, le entrega al lector las herramientas para entender el universo del cual se está ocupando uno, más allá de la anécdota que cuente.

GA: En el contexto actual, marcado por la inmediatez de la información y la fragmentación de los contenidos ¿Cuál es el lugar de un cronista… qué deben hacer los contadores de historias…?

ASR: El lugar del cronista es todo aquel que le dé acogida a sus letras. Hay unos periódicos donde no cabe la crónica. Ya sabemos que en ese periódico no tenemos nada que hacer. Pero en vez de quejarnos, debemos buscar los medios que sí nos dan espacio. Ayer le decía en el taller a uno de los muchachos: busca a quien quiera bailar contigo. Siempre hay alguien que quiere bailar con uno. La pieza la bailamos con una persona que esté dispuesta a bailar. Eso pasa con la crónica, porque es un género de nicho, que no cabe en todas las publicaciones. Entonces, en ese nicho podemos contar las historias que queremos.

GA: ¿Cabe esperar buenos relatos en los nuevos espacios virtuales?

ASR: En los blogs, como en otros espacios virtuales, hay de todo. Yo digo que hay una abundancia y una saturación de información. Entonces, se necesita alguien que ordene el caos, porque información tenemos de sobra. Lo que necesitamos es quien nos ayude a clasificar eso, a traducirlo. Me parece sano que se democratice el uso de la información. Algunos periódicos no tuvieron respuesta a eso porque se acostumbraron, durante muchos años, a exponer unilateralmente un discurso y a sentir que ellos eran dueños de la información, pero el internet, las redes sociales, los blogs democratizaron el uso de la información. Eso tiene de malo que muchas personas no calificadas se creen periodistas por el simple hecho de tomar una foto con un blackberry desde una ventana. Entonces, el gran reto es aprender a separar la paja del trigo en esa hojarasca tremenda que hay en la autopista virtual. La crónica es un género de autor y hay que estar calificado para escribirla.

martes, 28 de febrero de 2012

Correa versus El Universo: la verdad, el perdón y la compasión medievales

Por Gustavo Abad

Creer que la sentencia a favor del presidente Correa contra el diario El Universo y el posterior perdón del demandante significan una sanción contra el mal periodismo es tan engañoso como creer que la defensa del periódico guayaquileño es una lucha por la libertad de expresión solamente. De falacias está sembrado este caso y, entre el oportunismo y la pereza mental, mucha gente se suma, sin cuestionamientos, al bullicio de un lado y de otro, como si estar a favor o en contra fueran las únicas posibilidades.

El perdón (la figura legal es remisión) concedido por el mandatario no impide reflexionar sobre temas que, en mi criterio, constituyen el problema de fondo. Queda claro que no se puede combatir al mal periodismo con peores prácticas políticas así como no se puede defender la libertad de expresión con información distorsionada. Si hacemos un balance de este episodio, Correa ha retorcido el sentido de la política y de la justicia tanto como el autor de la columna, motivo de la denuncia, lo ha hecho con el periodismo.

Sin embargo, no se trata de una lucha entre iguales. La diferencia fundamental radica en que los acusados -incluso si los viéramos como representantes del peor periodismo- tienen derecho a exigir garantías jurídicas en su proceso de juzgamiento, mientras que el acusador –precisamente por ser representante del poder político- no puede afianzar con sus actos la sospecha de que la sentencia es producto de un sistema de justicia sometido a sus deseos.

Entonces no estamos ante un problema de libertad de expresión, a la manera como la entienden los medios, sino ante un problema con muchas señales de abuso de poder, que no reconoce el gobierno. Correa, autodefinido como un líder revolucionario, se deslegitima a sí mismo en beneficio de sus adversarios. Convierte en víctimas y regala argumentos éticos a quienes tienen muchas deudas éticas, con lo que debilita el necesario pensamiento crítico respecto de los medios.

Me atrevo a decir que el problema que subyace a todo esto es que el gobierno y los medios, por igual, han llenado este caso de falsas premisas. Los dos han planteado sus argumentos de manera insostenible. Han recuperado conceptos anacrónicos, yo diría medievales, como la verdad, el perdón y la compasión, sobre los que propongo la siguiente lectura:

1.La verdad

Entre los más avanzados planteamientos democráticos en materia informativa están los de la responsabilidad social, el derecho a la información, la participación ciudadana, la formación de audiencias críticas, entre otros, que tienen que ser garantizados no solo por los medios sino también por el Estado.

Sin embargo, en su lucha contra los medios, Correa ha planteado el debate en torno al concepto inasible de la verdad -durante su discurso previo al perdón, se refirió al menos tres veces a este concepto- y éstos no han sido capaces de desmontar ese falso dilema, porque tampoco están muy lejos de ese fundamentalismo según el cual los periodistas trabajan para la verdad y la única que existe es la que ellos publican. En eso, ambos contendores se han comido unos quinientos años de evolución de las ideas.

Gobierno y medios, con la misma intensidad, echan mano de una noción medieval de la verdad, según la cual alguien puede ejercer dominio sobre ésta. Quizá por ello, ninguno ha planteado la lucha por la transformación del campo mediático, ni por el mejoramiento de las prácticas periodísticas, ni por el derecho de la población a contar con información confiable. Todo lo contrario, se han estancado en una pelea por la demostración de quién dice la verdad.

Hay que reconocer que en esto Correa lleva cierta ventaja sobre sus oponentes porque parece haber encontrado el lugar donde reside la verdad: en el discurso oficial, en su palabra y en la de nadie más. Bueno, los medios también tienen la suya, la libertad de expresión que, a su modo de entender, está desligada de toda responsabilidad sobre lo que se dice.

2.El perdón

Emparejado con la noción anterior, el discurso oficial recupera otro concepto medieval: el perdón. Entablar un juicio, ya sea por injurias, daño moral, o cualquier otra figura es una práctica a la que han acudido varios funcionarios de este gobierno y, por lo visto y escuchado, están alentados a seguir haciéndolo.

Por la dinámica de los procesos, la estrategia parece ser la siguiente: demandar y montar una campaña de desprestigio contra el demandado (los medios estatales se han especializado en hacer arqueología de las miserias de los oponentes) hasta lograr la condena. Después, en una demostración de magnanimidad, perdonar al condenado.

Se trata de un acto performativo muy de uso entre los monarcas premodernos, que buscaban la manera de concentrar en su cuerpo y en su verbo todos los signos visibles del poder. El mensaje es tan claro como anacrónico: el poderoso, pese a su capacidad de aplastar al adversario, no deja de ser magnánimo, generoso. Esa es la figura recuperada en este gobierno, seguramente por algún publicista de Carondelet, para representarse a sí mismo.

Varios funcionarios ya lo hicieron antes y de manera poco convincente. Ahora, Correa perdona a El Universo y desiste de la causa contra los autores de “El Gran Hermano”, en una cadena de actos social y políticamente inútiles. A propósito, no se puede confundir a Calderón y Zurita con Palacio. Son casos distintos, con una enorme diferencia periodística entre ellos, algo en lo que no vamos a entrar en este análisis.

3.La compasión

En muchos sentidos, la solidaridad viene a ser la versión laica del concepto religioso de compasión. Originalmente, la palabra compasión significa sentir con (el otro) estar a su lado para ayudarlo física y moralmente. En el caso que nos ocupa, los medios también echan mano de un concepto religioso, pero lo usan en su versión laica: la compasión traducida en solidaridad.

Varios articulistas se preguntan hace meses, palabras más, palabras menos: ¿Por qué la gente no reacciona ante muestras tan grandes de injerencia política en la justicia? En efecto, el grueso de la población mira este enfrentamiento como quien mira llover y, en otros casos, como una pelea distante, que no le compete. A muy poca gente se le ocurre salir a las calles a demostrar solidaridad con los medios. La pregunta es: ¿Cabe esperar que la gente sienta solidaridad por los medios?

Esa pregunta provoca otras:¿Acaso no ha sido práctica recurrente de los medios mirar para otro lado cuando los luchadores sociales han reclamado sus derechos? ¿Por qué deberían solidarizarse ahora los pueblos indios, los pueblos negros, los ecologistas, los estudiantes y otros, si los medios no fueron solidarios con ellos en su momento?

Es más fácil sentir solidaridad con quien se considera cercano, con alguien que es como uno, que siente como uno. Los medios piden solidaridad ahora, cuando no la han ejercido con muchos sectores sociales. Y esto también hay que reconocerlo, los medios no inspiran en gran parte de la población sentimientos de solidaridad (¿compasión?) quizá porque durante mucho tiempo han ignorado que también existe un profundo resentimiento social contra ellos.

ECUAVOLEY: PARTE IV

LOS RELATOS: VOCES Y TESTIMONIOS



Por Gustavo Abad

“El ecuavoley es una religión laica”

Si nos preguntamos cómo mira el mundo un jugador de ecuavoley y, al mismo tiempo, cómo mira el mundo un profesor de filosofía, podríamos pensar que estamos ante dos visiones muy distantes para coincidir en algo. Pero Nelson Reascos es las dos cosas a la vez, jugador y filósofo. Hay dos lugares donde se lo encuentra con seguridad en Quito: las aulas de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Católica, los días ordinarios, y las canchas de ecuavoley del parque La Carolina, los fines de semana. Ese tránsito entre el deporte y la cátedra, entre el juego y la reflexión, hace que uno le apueste confiado a sus ideas.

-¿De qué manera el ecuavoley corresponde a los principales rasgos culturales ecuatorianos?
Primero, es un deporte inventado aquí y, aunque no sepamos el lugar exacto de su nacimiento, no cabe duda de que fue en el Ecuador. Después, corresponde a una mentalidad, un modo de pensar y de vivir propio de los ecuatorianos. No se trata sólo de un deporte, sino de un espectáculo en el que disfrutan jugadores y espectadores, puesto que implica un cierto nivel de riesgo. En la tradición ecuatoriana los juegos más importantes incluyen apuestas, es decir, hay un dinero en juego y se lo lleva el ganador.

-¿Este podría ser un aspecto conflictivo en cierto momento?
Es muy importante ocuparnos de esto, porque muchos ecuatorianos han tenido problemas en Estados Unidos, donde las autoridades consideran que las apuestas en el ecuavoley son un negocio ilícito, incluso algunos han sido detenidos por eso. Creo que el Gobierno debería intervenir para proteger a esos ecuatorianos y explicar que se trata de un asunto cultural. Además, no se trata de apuestas dolosas, para perjudicar al otro, sino que tienen reglas propias, conocidas por todos y donde nadie engaña a nadie.

-Porque corresponden a una misma cultura…
Claro, corresponden a una lógica ecuatoriana que podríamos llamar de pares o cotejas. Es decir, no se trata simplemente de un equipo contra otro, porque un jugador de gran nivel nunca se enfrenta, sin más, contra uno de menor nivel. Los equipos se equiparan y los jugadores se escogen en función del conocimiento mutuo. Si uno es mejor que otro, le ofrece ventajas para nivelar las fuerzas, y eso corresponde a todos los juegos de reciprocidad de la cultura indígena. Se trata de un principio de compensación, de justicia. En esa medida, es un deporte perfectamente adaptado a nuestra cultura. Por eso, en principio, no se juega con desconocidos, salvo que quieras correr voluntariamente el riesgo de que el otro sea mejor y te gane.

-¿Ese riesgo sería parte de la libertad que todos reclamamos?
Sí, porque también interviene lo que conocemos, entre comillas, como vivezas, que no son tanto, porque el otro está avisado de lo que le puede ocurrir. Si no me conoces, yo puedo fingir que no sé jugar y sorprenderte. Sería doloso si tú no supieras de esa posibilidad, pero tú eres capaz de hacer lo mismo, por lo tanto la viveza se neutraliza con otra viveza.

-¿Cómo se expresan esos niveles de astucia en el juego?
Siempre hay un ritual preparatorio, en el que los jugadores negocian la paridad. Después, entran en juego las palabras, los gestos, los desafíos. El ecuavoley es de mucho palabreo, por lo tanto, no es solo un deporte físico, sino también mental. Quiero decir, no solo demanda mucha capacidad estratégica para armar las jugadas, sino también capacidad verbal para disminuir al otro. Al no ser un deporte de contacto, la confrontación es verbal, con el fin de minarle la voluntad al otro. Se usan muchas insinuaciones, incluso de carácter erótico, sexual…

-Como apodarle a un jugador “La Reina”, por ejemplo…
En efecto, son alias que parten de nuestra cultura, que son ingeniosos, sutiles. Casi nunca se usa la broma tosca, sino inteligente, con doble sentido, una especie de insulto vedado, insinuante.

-¿A eso se debe que, después de un buen coloque, le griten al otro “tu marido…”?

Exacto, pero no es un erotismo sexual sino cultural, que tiene la única finalidad de burlarse del rival, porque en el siguiente coloque el otro le hará lo mismo y, en el fondo, están igualados.

-¿Cómo defines el papel del público?
Este es un juego colectivo, con preeminencia del grupo antes que del individuo. Lo colectivo no sólo implica los tres jugadores, sino una buena parte de los espectadores. Es decir, en los partidos se miden un todo contra otro todo. Los que apostaron por éste contra los que apostaron por el otro. Eso es parte de nuestra cultura gregaria, porque en cualquier lugar donde comienza un partido con cierta calidad, inmediatamente la gente lo rodea para mirar, para disfrutar y para apostar.

-¿Por qué los ecuatorianos usamos una red más alta, una pelota más pesada y menos jugadores que en el voleibol si no somos físicamente tan aventajados?
Seguramente por lo que algunos autores llaman las culturas o identidades inversas, que operan al contrario de la lógica occidental. En estas culturas inversas, la justicia no consiste en darle más al que más tiene, sino al que menos tiene. Quizá sea un reflejo de eso, que también es un rasgo muy particular de los ecuatorianos.

-¿En qué adviertes los rasgos de solidaridad que has destacado?
En que todos ganan, no solo los jugadores, sino también el juez, el dueño de la red y la pelota, el público. Además, el que apuesta y gana le ofrece una recompensa al jugador que lo hizo ganar, lo cual lo incentiva a esforzarse. Pero nadie puede ganar siempre o perder siempre, entonces las cosas se equilibran.

-¿Es posible formalizar el ecuavoley, incluidos los aspectos culturales que lo rodean, como las apuestas?
Este deporte se juega todos los días en todo el país. No existe un área de 500 metros a la redonda donde no haya una cancha. Si le pones una lógica occidental tendrías que eliminar todas las apuestas y yo me pregunto ¿el saborcillo dónde queda…? Porque a eso va la gente, a buscar un pretexto para socializar, para competir, incluso para sufrir, porque si pierdes se va también tu plata.

-¿Se perdería una dimensión rica y caótica de la cultura?
Sí, porque es informal y, el momento en que la formalizas, quizá entra en otra lógica, porque la apuesta es un ritual, un estímulo. De todas maneras, yo sí creo que el Gobierno debería apoyar la organización internacional del ecuavoley, porque los migrante lo han llevado a España, Estados Unidos, Italia. En todos esos lugares se juega porque además está asociado con la comida, con tomarse una cerveza. Yo diría que es una religión laica, un juego catártico, porque te emocionas y lloras.

TESTIMONIOS

Carlos Valencia, “Pillao” (ganchador)

Cuando yo era niño jugaba de pasador allá en mi tierra, San Lorenzo. El pasador es el que recoge la pelota que han mandado los ganchadores fuera de la cancha. Ellos me recompensaban con quinientos, a veces mil sucres. Te hablo de finales de los ochentas, cuando yo tenía 14 años, pero ya era alto, delgadito, y muchos me aconsejaban que me dedicara al básquet. Y bueno, allá fui, a jugar básquet aprovechando mi talla -1,93 m.- pero siempre regresaba a la cancha de vóley a ganarme una platita como pasador. El básquet no tenía apoyo en mi tierra. Apenas unos torneos intercantonales por ahí y nada más. En cambio el vóley tenía el atractivo de las apuestas y, al final, me enamoré de este juego y ahí me quedé. “Tienes buena talla, Pillao…”, me decía la gente y me animaba para que jugara de ganchador. El apodo me lo pusieron porque me gustaba bailar una canción de Lisandro Meza que decía “ta pillao…”. Cuando comenzamos, junto con otros amigos, a jugar en las canchas de los buenos, siempre había algún empresario que decía “voy a los muchachos…” y apostaba por nosotros, que no teníamos. A veces ganábamos veinte mil, treinta mil sucres y el empresario nos daba la mitad. Así comencé a crecer en este deporte, física y mentalmente, porque las dos cosas son importantes, cuerpo y experiencia, sabes. Cuando estaba terminando el colegio, llegó un carro de la Base Naval de San Lorenzo a mi casa con el mensaje de que “mi comandante ha apostado a un partido de vóley y quiere que tú representes a la Base”. Pero no era cierto, sino una trampa para reclutarme al servicio militar. Ya que estaba ahí, no me hice problemas, acepté la conscripción y ese año me la pasé jugando vóley. Gané dos campeonatos y me convertí en el mimado de todos. Pero duró poco, porque cuando terminé la conscripción no tenía trabajo en mi tierra. Un arquitecto que me conocía me invitó a trabajar en una fábrica de parquet en Quito y yo acepté. Así llegué, en 1992, a vivir en el Comité del Pueblo, sector La Bota. Por las mañanas trabajaba y por las tardes jugaba. Más dinero ganaba jugando que trabajando. Entonces me llamaron a representar al Banco Central en un campeonato nacional. Yo iba como suplente de un ganchador buenísimo. Sin embargo, en la final comenzamos perdiendo y parecía que no había remedio. Los directivos dijeron entonces “que juegue Pillao”. El rival era nada menos que Gustavo Vinces, un monstruo del ecuavoley y campeón reinante de entonces. El coliseo lleno, la gente gritando, una locura... No sé cómo, pero me inspiro, gano el partido en tres quinces y me corono campeón nacional. Ese fue el inicio de mi fama como ganchador. Después vino la crisis y el banco dejó de apoyar al deporte. Me quedé sin auspiciante, pero ya tenía fama y pronto me buscaron otras instituciones, una de ellas, el club El Nacional. Aunque no pude ganar un campeonato nacional por ese equipo, los dirigentes reconocieron mi esfuerzo y me invitaron a unirme a la milicia. Yo acepté y soy militar desde 1997. He ganado diez veces seguidas el campeonato interfuerzas, donde participan el Ejército, la Marina, la Aviación y la Policía Nacional. Aquí tengo permiso para representar a instituciones privadas “vaya tranquilo Valencia, haga quedar bien a la institución” me dicen. Hace un año y medio tuve un accidente, me fracturé la pierna y recién estoy recuperando mi nivel. Tengo 37 años y he sido cinco veces campeón nacional como civil y diez veces campeón interfuerzas como militar. Ya soy un veterano en esto, quizá uno de los últimos de mi generación, porque ahora los mejores son chicos que no pasan de 23 años. En este deporte, si eres honesto la gente te aprecia y, como en mi caso, puedes conseguir trabajo, formar una familia, tener una vida satisfactoria… Mi esposa también es de Esmeraldas y es educadora. Tengo una hija de 14 años y un hijo de siete meses. Siempre que puedo regreso a San Lorenzo a visitar a mi familia. De allá somos muchos deportistas, unos más famosos que otros. Sólo de mi generación te puedo nombrar a Dennis Ibarra, que jugó en Aucas; Jonathan Arroyo, del Deportivo Cuenca; Damián Valencia, del Manta. De San Lorenzo son los jóvenes que triunfan ahora como Félix Borja, que juega en México; Segundo Castillo, del Deportivo Quito, y por ahí otros más. Estoy contento con lo que he vivido, con mi familia y con mi querido ecuavoley…


Abigaíl Rentería (voladora)

En mi familia jugamos casi todas las mujeres, especialmente mi mamá y mis tías. Mi mamá tiene ya 49 años, pero juega mucho mejor que yo. Ella me enseño a jugar cuando yo tenía apenas 12 años. Ahora tengo 20, soy todavía una niñá, ja,ja... No, hablando en serio, nosotras venimos de una familia de deportistas. Mi papá ha jugado ecuavoley toda la vida, porque viene de una tierra de mucha tradición en este deporte. Él es de Zapotillo, provincia de Loja. Yo vivo en Quito desde chiquita, pero nací en la provincia de Orellana, donde vivía mi familia debido al trabajo de mi padre en una constructora. Normalmente me dedico todos los fines de semana completos al ecuavoley. Casi siempre juego en La Carolina, pero también suelo ir a las canchas de El Pintado, al sur de Quito. Junto con mi mamá y algunas amigas formamos un trío y recibimos invitaciones a jugar en muchos lugares. Ya hemos jugado en Ibarra y Guayaquil, pero siempre a nivel de aficionadas. Nada de creernos profesionales, aunque a veces hay gente que piensa que sí lo somos. Si de mí dependiera, jugaría todos los días, pero no puedo porque trabajo en una empresa y además tengo que cuidar a mi hijo, que tiene apenas tres años. En serio, fui madre a los 17. Ahora no estudio, porque estoy dedicada a mi hijo, pero más adelante sí tengo planes de retomar la carrera de sistemas, que dejé a medias. Claro que este es un deporte dominado por hombres, pero ellos aprecian que una juegue y más bien la respetan, porque saben que somos pocas. Por eso no me gusta discutir ni pelearme con los árbitros, menos con los rivales, porque todos terminamos siendo amigos y, al final, eso es lo único que nos queda…

Marco Sigcha (árbitro)

Yo fui primero futbolista de liga barrial y cancha de tierra. Pero me lesioné las rodillas a los 24 años y ahí se acabó el fútbol, porque tenía que operarme y yo no quería. Demasiado contacto agrava las lesiones. Entonces me dediqué al ecuavoley, aunque en mi tiempo decíamos voley nomás. Y aquí me tiene, con 50 años, dedicado al arbitraje. Llevo ya seis como árbitro, porque en todos los deportes llega el momento en que debemos dar paso a los jóvenes y aplicar lo que uno sabe desde otra posición. Lo más importante para ser buen árbitro es haber sido buen jugador, porque así no lo cogen desprevenido a uno. Las jugadas, los amagues, todo tiene que ser conocido por el árbitro para no tomar decisiones equivocadas. Como árbitro central vigilo la parte técnica, que los jugadores no agarren mucho la pelota, que no toquen la red, que no se pasen de la línea… Existe un reglamento, pero yo lo aplico según el nivel del jugador. Es decir, a un jugador de bajo nivel no le puedo aplicar las normas al pie de la letra, porque paralizaría el partido. En cambio, a un jugador de élite no le puedo permitir un agarrón, una llevada, porque tiene que demostrar por qué es de élite. Cuando no estoy en la cancha, conduzco un transporte escolar a la entrada y salida de los colegios. También manejo mi camioneta de fletes. Después del almuerzo, a eso de las tres, vengo a la cancha. En una buena tarde dirijo hasta tres partidos, a seis dólares por partido, ya tengo un ingreso adicional. Yo también me encargo de recibir las apuestas, que varían según la calidad de los jugadores. Una vez un jugador me agredió porque adujo que yo lo había perjudicado. La directiva del club lo suspendió por un año calendario. Este deporte me ha ayudado a valorarme, a mejorar mi autoestima. Yo mido 1,57 m. y mucha gente cree que con este porte no puedo jugar. De vez en cuando dejo mi puesto y les demuestro que soy capaz de jugar mejor que muchos, sólo con mi experiencia, ni se diga cuando era joven…

PERFIL

Mercedes Mena remata contra el sexismo

Este es un juego de albañiles, le dijo un profesor cuando ella sugirió que le gustaría entrenar ecuavoley. Perpleja al principio y enfurecida después, Mercedes Mena entendió esa tarde que no sería fácil abrirse camino en un deporte dominado por hombres.

Transcurrían los primeros años ochentas y Mercedes, recién ingresada a un colegio de Quito, se negaba a aceptar que en una ciudad grande fuera considerado extraño que las niñas jugaran ecuavoley, cuando en su pueblo natal este juego -al que llamaban vóley simplemente- era una fiesta que convocaba a todos, comenzando por mamá, papá, los vecinos...

Palo Quemado se llama una pequeña población cerca del Toachi en la actual provincia de Santo Domingo. Allí, los cinco hermanos mayores de Mercedes eran practicantes asiduos de voley con la complicidad de su madre, una famosa jugadora que nunca hizo caso de la división de roles masculinos y femeninos en el deporte.

Pero en la ciudad las cosas eran distintas. Todas las canchas estaban ocupadas por hombres. Las apuestas, las barras, todo era una bola de energía masculina poco amigable. No vuelvo a jugar más, le dijo un día Mercedes a su madre, luego de recibir varios comentarios machistas en una cancha en donde había comenzado a practicar.

Pero su declaración de abandono se quedó solo en eso. Poco a poco fue ganando respeto en el colegio por sus condiciones excepcionales, aunque tuvo que practicar voleibol, por tratarse del deporte reconocido oficialmente. Logró un puesto en la selección del colegio Manuela Cañizares, luego en la de Pichincha y finalmente en la Selección Nacional.

Sin embargo, en su entorno barrial, la pelea todavía estaba cuesta arriba. Vivía con su familia en el sector de Cochapamba Norte, y no dejaba de practicar mientras terminaba el colegio e iniciaba la carrera de Educación Física en la Universidad Central, con miras a apuntalar su futuro.

Entonces los dirigentes de la Liga Chaupicruz tomaron una decisión sensata: obligaron a todos sus clubes a presentar equipos femeninos de fútbol y ecuavoley. Su club, el Real Madrid, acató la orden. Por eso Mercedes reivindica su origen deportivo, ligado más a las ligas barriales que al sistema educativo.

Sentada en su oficina de la Dirección Nacional de Educación Física, la ex jugadora y ahora funcionaria, recuerda que, tras esa decisión, no paró de ganar cuantos torneos se le ponían por delante. Durante los últimos veinte años ha sido doce veces campeona nacional de voleibol, nueve de ecuavoley y nueve también de vóley playa en dúo con su amiga Karina Hernández, otra tenaz practicante de las tres modalidades.

Su incursión en el vóley playa obedece a su constante impulso de ir contra corriente. Mercedes y Karina llegaron a dominar el juego sobre la arena, pese a que en Quito no hay playa. Su larga experiencia en el ecuavoley las ayudó a dominar rápidamente los fundamentos del vóley playa.

Entonces se propusieron clasificar por primera vez al Ecuador a un torneo internacional. El Panamericano de Brasil 2007 estaba en la mira. Tenían que convertirse en deportistas de élite y sólo tenían sus ganas, cero apoyo estatal, cero apoyo privado, y unas canchas mal iluminadas en el parque La Carolina, hacia donde acudían por la noche porque en el día trabajaban.

Sin entrenador ni auspiciantes, los taxistas, que se recuperan del entumecimiento diario jugando por las noches, eran a veces sus contendores. Karina, la compañera de Mercedes, trabajaba en una empresa de cárnicos. Cuando pidió permiso a sus jefes para asistir al Panamericano, ellos la pusieron a escoger. El trabajo o el deporte, le dijeron. Ella escogió el deporte y se quedó sin empleo, pero lo soportó con la idea de que luego de un Panamericano a nadie le quitan lo vivido, tampoco lo jugado.

Pero tenían que acumular puntos, y eso significaba ganar todos los torneos que pudieran. Jugaban en Esmeraldas, Manta, Salinas y donde hubiera un torneo válido para clasificar. Viajaban por tierra los viernes de noche y apenas dormían en el trayecto. Jugaban los sábados todo el día y la mañana del domingo. Por la tarde tomaban nuevamente un autobús para llegar a medianoche a Quito y poder estar puntuales el lunes en sus trabajos. Así lograron los puntos que las clasificaron al Panamericano.

En Río de Janeiro logaron un quinto puesto para Ecuador entre 16 países. Durante su participación, se convirtieron en objeto de estudio. Jugadoras y entrenadores rivales no entendían cómo una pareja que venía de una ciudad andina, sin playa, y que no pasaba de 1,60 m. de estatura tuviera tanto dominio del juego.

Las ecuatorianas no remataban fuerte, ni bloqueaban, ni volaban como la mayoría de jugadoras de élite. Se movían por todo el campo y estaban en el lugar preciso en el momento preciso para responder los remates contrarios. Al momento de pasar la pelota, amagaban con un remate fuerte, pero la ponían suavemente en lugares inalcanzables.

Lo que sus rivales no sabían era que las ecuatorianas, sin playa, sin entrenadores, sin canchas y sin apoyos, llevaban muchos años jugando un deporte exclusivo de este país llamado ecuavoley y que habían recorrido todas las canchas donde los grandes colocadores dejan sus enseñanzas sobre el piso de tierra.

Hace dos años, Mercedes y Karina se retiraron de las competencias, pero no del deporte. Hace poco juega con ellas Katherine Chila, una joven esmeraldeña, que fue su rival durante muchos años en el vóley playa y ahora, por razones de trabajo, vive en Quito. Esta última compite, en dupla con la manabita Ariana Vilela, en torneos internacionales con miras a clasificar al Ecuador a competencias del circuito olímpico.

Es usual que cualquier fin de semana embarquen una red y una pelota en el carro de Karina y se vayan de canchas a buscar rivales. Mercedes coloca, Karina sirve y Katherine vuela. Juegan a veces en La Carolina, otras en el Parque Inglés, en Carcelén, en La Mitad del Mundo, donde quiera que asome un equipo dispuesto a ser derrotado por un trío de mujeres.

Mercedes está próxima a terminar su “comisión de servicios” en el Ministerio del Deporte y retornar a su anterior empleo en el área de Atención al Cliente de la Empresa Metropolitana de Agua Potable. Tiene todo listo para que en los próximos campeonatos nacionales intercolegiales se incluya al ecuavoley como disciplina obligatoria.

Para ella, los mejores deportistas deberían formarse en gestión del deporte. Así, cuando ocupen cargos de dirección, podrán tomar decisiones sobre la base de sus propias experiencias. Los que juegan y los que dirigen deben conocerse más, dice esta deportista que representó al país en torneos de élite, sin dinero ni entrenadores, pero con la sapiencia que otorgan dos décadas de ecuavoley.


APORTE AL IDIOMA

Léxico elemental

Árbitro o juez: Máxima autoridad de un partido, decide la validez de las jugadas, sanciona las infracciones, contabiliza el marcador, recauda las apuestas…

Abierta: Sólo se aplica en partidos informales cuando un equipo decide no continuar el juego. De ahí viene la costumbre de decir “me abro” para abandonar algo.

Adentro: Jugada que consiste en que el colocador corre hacia la zona cercana a la red, el servidor se abre hacia atrás, y el volador cubre la zona dejada por el colocador.

Bombeada: Manera de colocar la pelota por sobre la cabeza del colocador hacia la parte posterior del campo.

Combo: Manera de pasar la pelota con predominio de la fuerza y con el puño cerrado.

Cacheteada: Manera de golpear la pelota con la mano extendida.

Cambio: Obtiene un equipo cuando logra un coloque sin estar en posesión del saque

Centro: Manera de colocar la pelota en medio de los tres jugadores rivales.

Colocador: Jugador encargado de colocar la pelota en el campo rival.

Chorreada: Manera de colocar la pelota muy suavemente y a poca distancia de la red.

Chulla: Cuando un jugador de alto nivel acepta hacer uso de una sola mano con la finalidad de equipararse con uno de menor nivel.

Descabezada: Manera de colocar la pelota por sobre la cabeza del servido y delante del volador.

Dos manos: Cuando un jugador hace uso de las dos manos en todas las jugadas y nunca de una sola.

Derecha/izquierda: Cuando un jugador hace uso exclusivamente de esa mano y nunca de las dos juntas.

Fina: Manera de colocar la pelota con una trayectoria paralela y muy cercana a la red.

Gancho: Cuando un jugador pasa la pelota con predominio de la fuerza, en sentido vertical y a una distancia de hasta tres metros contados desde la línea divisoria del campo.

Larga: Manera de colocar una pelota con dirección a la parte posterior del campo rival, entre el colocador y el volador.

Marcada o agarrada: Retención excesiva de la pelota con una o dos manos.

Peinada o vaselina: Manera de colocar la pelota por sobre la cabeza del colocador y hacia la parte media del campo.

Poste: Columnas de madera o metal colocadas a ambos lados de la cancha para sostener la red. De ahí que, cuando un jugador no demuestra agilidad, se lo califica de “poste”

Puestos: Jugada que consiste en mantener los puestos iniciales y esperar el coloque para moverse.

Pare: Orden del árbitro para detener una jugada cuando alguno de los jugadores ha cometido una jugada no reglamentaria. En partidos oficiales se usa un silbato.

Punto: Obtiene un equipo cuando logra un coloque estando en posesión del saque.

Red: Implemento fundamental, consiste en una malla de nylon o cabuya, de 0,75 m. de ancho por 9,5 m. de largo y se coloca a una altura de 2,85 m. en su cuerda superior.

Servidor: Jugador encargado de levantar la pelota para el remate del colocador.

Saque o batida: Golpe con el puño o la mano extendida que hace un jugador desde la línea final de la cancha para enviar la pelota al campo contrario.

Tiempo fuera o llego: Un minuto de descanso solicitado por un equipo para que sus jugadores descansen o acuerden una jugada.

Volador: Jugador encargado de parar el saque y levantar la pelota para el servidor.

Volada: Cuando un jugador se suspende horizontalmente con el fin de alcanzar la pelota.

Mi mayor agradecimiento a todos los jugadores y jugadoras que colaboraron con sus testimonios y enseñanzas para que yo pudiera escribir este texto. Mi homenaje para todos los que juegan, viven y sienten este deporte ecuatoriano.

GA

viernes, 24 de febrero de 2012

ECUAVOLEY: PARTE III

LAS ORGANIZACIONES: EXPERIENCIAS SOCIALES EN TORNO AL ECUAVOLEY



Por Gustavo Abad

Voluntades compartidas


El ecuavoley no es una disciplina reconocida en el sistema olímpico internacional y, por ello, su nivel de organización institucional es todavía incipiente. Aunque se lo practica en todo el país e, incluso, en los países con mayor población migrante ecuatoriana, como España, Italia, Inglaterra y Estados Unidos, las diversas iniciativas de organización, no están todavía articuladas mediante políticas públicas de desarrollo depotivo.

El Ministerio del Deporte propone incluir al ecuavoley dentro de las disciplinas oficiales de los juegos nacionales intercolegiales. La Federación de Ligas Barriales (Fedenaligas) obliga a sus afiliados a mantener equipos masculinos y femeninos en esta disciplina. Un gremio profesional, la Asociación de Periodistas Deportivos de Pichincha (APDP) organiza cada año un campeonato que forma parte del calendario oficial de fiestas de Quito. Paradójicamente, durante el resto del año no entra en las agendas deportivas de los grandes medios.

Un inventario de clubes, asociaciones, canchas, empresas y negocios medianos que promueven el ecuavoley en todo el país rebasa el objetivo de este relato. Desde el Club 6 de Marzo de Esmeraldas hasta la Asociación de Ecuavoley de Guayllabamba; desde Los Profesionales del Ecuavoley, de Quito, hasta el Centro Cultural Catamayo, en Loja, son experiencias de organización social en torno al ecuavoley.

De igual manera, la explanada del Estadio Alberto Spencer, en Guayaquil; las canchas de Jipiro, en Loja; el Parque Infantil, en Esmeraldas; el complejo de Chimbacalle, en Quito; la cancha de Joffre, en Quinindé, y miles de escenarios más son arenas consolidadas de este deporte donde se mantiene viva la práctica, no sólo deportiva sino cultural del ecuavoley.

Todas estas iniciativas se basan en la suma de voluntades particulares, en esfuerzos compartidos, que también son parte del modo de ser ecuatoriano. Aquí, una reseña de las iniciativas más visibles:

Una cita anual en el Julio César Hidalgo

Uno de los torneos con mayor regularidad en el país es la Copa Concentración Deportiva de Pichincha, que organiza todos los años la Asociación de Periodistas Deportivos de Pichincha (APDP) a finales de noviembre. Entre 1998 y 2010 se han desarrollado 13 ediciones interrumpidas.

Los partidos se juegan en el coliseo Julio César Hidaldo (JCH), un escenario emblemático del deporte popular. Sobre sus duelas se han desarrollado jornadas memorables de box y de básquet. Hace poco más de una década, la gente asocia al coliseo con la cita anual del mejor ecuavoley del país.

Aunque pueden inscribirse equipos de todo el país, no es un campeonato nacional estrictamente, puesto que los participantes no representan a provincias o regiones, sino a instituciones públicas y privadas. Así, entre los que destacan cada año constan: Clínica Villaflora, Emaap; El Nacional; Invin; Liga Montúfar; Aucas, Ciudadela Atahualpa, Policía Nacional, Ferroviaria, Sociedad de Egresados del Mejía, entre otros. El último campeón, 2010, es Clínica Villaflora.

Tampoco se trata de un torneo profesional, pues los jugadores no tienen contratos formales y no cuentan con una remuneración fija. Sí reciben una recompensa económica de la entidad auspiciante, más uniformes, viáticos y otros gastos menores. En estricto sentido, no hay ecuavoley profesional en el Ecuador, pero algunos jugadores obtienen buena parte de sus ingresos familiares gracias a este deporte, sostiene Fabián Quilca, directivo de la APDP.

Por decisión de los organizadores, este torneo se juega sólo en la modalidad conocida como “ponedores”, que privilegia el uso de la técnica en lugar de la fuerza, al contrario de los ganchadores. El promedio de asistencia por jornada es de 500 espectadores, pero puede llegar a 3.000 en las semifinales y finales.

La APDP ha sistematizado un reglamento, que sirve de referente a otros torneos, cuya última actualización se hizo en 2010. Aunque por ahora el objetivo principal es ofrecer espectáculo, los organizadores no descartan desarrollar, en el mediano y largo plazo, procesos de formación de nuevos deportistas, especialmente en el ámbito estudiantil y parroquial.

En el torneo de 2002 se incluyeron equipos femeninos, pero el resultado fue negativo. Según testimonios de los organizadores, el grueso del público no vio con agrado el desempeño de las jugadoras, por considerar que no tenían un alto nivel técnico y no protagonizaban jugadas espectaculares como sus colegas hombres. Según esos mismos testimonios, también hubo un alto nivel de sexismo, que amerita un trabajo de remoción de estos patrones culturales. Los organizadores decidieron tomarse un tiempo antes de intentar una nueva participación femenina y creen que ese proceso debería desarrollarse en el sistema educativo.

Los Profesionales del Ecuavoley

La avenida Amazonas es una de las más ajetreadas del norte de Quito y en torno a ella corre la actividad productiva, comercial, financiera… La prisa es el factor común en esta zona, donde la gente trabaja y, al mismo tiempo, agoniza en su metro cuadrado de oficina o de mostrador. Es la vida dedicada al trabajo, el tiempo de la producción y el mercado.

Junto a esa misma avenida, en la esquina con la calle Japón, la prisa pierde vigencia. En un espacio de 70 x 30 metros, se juntan todos los días, entre las tres de la tarde y las siete de la noche, no menos de trescientas personas en torno a dos canchas de tierra. La gente mira los partidos, juega a las cartas, intercambia saludos y discusiones, abrazos y desafíos. Los jóvenes hablan con los viejos, algo que ya no ocurre en otros lugares; los burócratas se escapan de las oficinas para revivir en la cancha. Es el tiempo de la naturaleza, de la vida cotidiana, mejor dicho, la única que existe.

“Club Social, Cultural y Deportivo Los profesionales del Ecuavoley” señala un letrero con el nombre de la agrupación que ocupa este espacio hace una década y tiene todo un sistema organizativo. Debajo constan las normas de conducta que deben observar los que juegan en este escenario. “Los profesionales…”, como les gusta llamarse a sí mismos a los 300 socios, convirtieron un pedazo de terreno en un referente del deporte popular.

La historia de esta singular organización está ligada a un grupo de estudiantes de la Universidad Central que se reunían, a principios de la década de 1970, a jugar todos los sábados frente al legendario Teatro Universitario, cuando todavía pasaban películas de Fellini y los bustos de los héroes indígenas de América rodeaban la pileta. Después de graduados, cada uno tomó el camino de su profesión y su familia, pero no dejaron de convocarse para a jugar los fines de semana.

Lejos ya de las aulas, se dedicaron a colonizar cualquier espacio que les permitiera trazar una cancha y templar una red. En la década de los noventas, se instalaron en la avenida Mariana de Jesús, junto a la 10 de Agosto, que fue por muchos años la arena de los mejores ecuavolistas de la ciudad. Ante las quejas de los vecinos por la acumulación de desperdicios, las autoridades municipales les pidieron abandonar el sitio y les asignaron el terreno que hoy ocupan a un costado del parque La Carolina.

“Los profesionales…” son una de las experiencias más visibles de organización social en torno al ecuavoley. Funcionan como club desde 1996 y se rigen por La Ley del Deporte. Para solventar los gastos, cada jugador aporta con dos dólares por partido, que sirven para comprar pelotas y redes, pagar a los árbitros, cubrir los consumos de luz y agua, ampliar y mejorar las instalaciones. Junto a las canchas funcionan varios locales de comidas, una sala de póker y una de reuniones.

“Los profesionales…”, también contribuyen a la salud mental de la población, pues los desempleados encuentran en un partido de ecuavoley el sosiego que les permite eludir la frustración y continuar en la lucha. Por otra parte, cumplen una función geriátrica, porque ahí se encuentran cada tarde cientos de jubilados, cariñosamente conocidos como “los sub-70” a conversar y pasar la tarde sin apuros. En esta, como en toda cancha de ecuavoley, el tiempo de la naturaleza se impone al tiempo de la producción. Aquí la gente también recupera el valor de las cosas inútiles.

Continúa...