Por Gustavo Abad
Esa idea perezosa de que una imagen vale más que mil palabras, por fortuna, va cayendo en desuso por efecto de su propia debilidad. En sentido más justo, ocurre lo contrario, son las palabras las que llenan de imágenes nuestra percepción del mundo. Pienso en ello mientras leo este mínimo pero potente fragmento: “Son tan pobres –le dijo una tía suya- que a veces demoran hasta dos días seguidos sin cocinar y el fogón frío se les inunda de lagartijas”. Lo escribe Alberto Salcedo Ramos en su crónica “La eterna parranda de Diomedes”, que narra la historia del cantante de música vallenata Diomedes Díaz con los claroscuros de la gloria y el derrumbe. La crónica es el género de no ficción que mejor nos ofrece esa posibilidad de crear imágenes mediante el diálogo entre la observación y la conciencia, entre la razón y la emoción del narrador. Alberto Salcedo Ramos estuvo en Quito la semana pasada para dirigir un taller de crónica en CIESPAL y, de paso, presentar su libro “La eterna parranda”. Aprovechamos una pausa en medio de ese hervidero para conversar con él.
GA: Tú formas parte de un grupo designado como los nuevos cronistas de Indias, en alusión a esos pioneros del relato latinoamericano ¿Cuál es, desde esa posición, el valor histórico y contemporáneo de la crónica?
ASR: La crónica está ligada a nuestra región desde la época de la conquista. Los cronistas de Indias vinieron en esas expediciones conquistadoras a dejar memoria sobre lo que veían en las Américas. Desde entonces, ha habido en nuestro continente y región una gran tradición de cronistas de todas las modalidades: cronistas de gabinete, cronistas de ideas, cronistas que están viendo el mundo con mucha agudeza y escribiendo sobre él, hasta cronistas reporteros, que van a ensuciarse de barro los pies y, desde el conocimiento directo de la realidad, dejan su testimonio. Me parece que el nombre de nuevos cronistas de Indias es un guiñó a esos primeros que vinieron.
GA:¿Cómo ha evolucionado este género desde ese origen lejano?
ASR: La crónica ha evolucionado, en parte, por la influencia anglosajona, de la escuela estadounidense, que privilegia la investigación, el rigor. Sin embargo, la crónica latinoamericana tiene sus características propias: el desenfado en la mirada, una cierta exuberancia en la voz con la cual se nombra la realidad. Los cronistas de América Latina, aunque hayamos leído a Truman Capote, a Jimmy Breslin, a Tom Wolfe, tenemos nuestro propio sello, nuestro propio acento. La crónica latinoamericana no se rige por los manuales del género, sino que tiene una cierta libertad expositiva, una cierta pérdida del complejo frente al ser subjetivo. Nosotros nos atrevemos a ser subjetivos, lo asumimos, pensamos que esa subjetividad, cuando se asume honestamente, también es una forma válida de explorar la realidad, de conocerla y de transmitírsela a los lectores. Por otro lado, tampoco nos da miedo incluirnos en las historias cuando eso es necesario. Yo creo que a veces el no incluirse en las historias, que parecería un acto de sencillez, puede resultar más arrogante, porque el cronista que no se incluye en la historia se deifica. Él dice, yo no aparezco aquí, tú no me ves, pero yo estoy aquí, como Dios, lo veo todo pero no aparezco. Mientras que el cronista que se incluye en la historia se humaniza, se convierte inmediatamente en un representante del lector en ese entorno que está mostrando.
GA: Has sido muy claro al definir a la crónica como un género narrativo e interpretativo. Podríamos agregarle que se trata de instrumento para la comprensión de la realidad…
ASR: Julio Villanueva Chang, el director y fundador de la revista Etiqueta Negra, dice que ser cronista es ser un traductor de significados profundos. Es decir, escribir crónicas es mostrar la realidad desde un ángulo inesperado. Cristian Alarcón, el gran cronista chileno, dice que la crónica es la versión inesperada de los hechos que uno ve en la prensa. Esa versión inesperada, cuando obedece a una investigación juiciosa, rigurosa, le entrega al lector las herramientas para entender el universo del cual se está ocupando uno, más allá de la anécdota que cuente.
GA: En el contexto actual, marcado por la inmediatez de la información y la fragmentación de los contenidos ¿Cuál es el lugar de un cronista… qué deben hacer los contadores de historias…?
ASR: El lugar del cronista es todo aquel que le dé acogida a sus letras. Hay unos periódicos donde no cabe la crónica. Ya sabemos que en ese periódico no tenemos nada que hacer. Pero en vez de quejarnos, debemos buscar los medios que sí nos dan espacio. Ayer le decía en el taller a uno de los muchachos: busca a quien quiera bailar contigo. Siempre hay alguien que quiere bailar con uno. La pieza la bailamos con una persona que esté dispuesta a bailar. Eso pasa con la crónica, porque es un género de nicho, que no cabe en todas las publicaciones. Entonces, en ese nicho podemos contar las historias que queremos.
GA: ¿Cabe esperar buenos relatos en los nuevos espacios virtuales?
ASR: En los blogs, como en otros espacios virtuales, hay de todo. Yo digo que hay una abundancia y una saturación de información. Entonces, se necesita alguien que ordene el caos, porque información tenemos de sobra. Lo que necesitamos es quien nos ayude a clasificar eso, a traducirlo. Me parece sano que se democratice el uso de la información. Algunos periódicos no tuvieron respuesta a eso porque se acostumbraron, durante muchos años, a exponer unilateralmente un discurso y a sentir que ellos eran dueños de la información, pero el internet, las redes sociales, los blogs democratizaron el uso de la información. Eso tiene de malo que muchas personas no calificadas se creen periodistas por el simple hecho de tomar una foto con un blackberry desde una ventana. Entonces, el gran reto es aprender a separar la paja del trigo en esa hojarasca tremenda que hay en la autopista virtual. La crónica es un género de autor y hay que estar calificado para escribirla.
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