martes, 28 de febrero de 2012

ECUAVOLEY: PARTE IV

LOS RELATOS: VOCES Y TESTIMONIOS



Por Gustavo Abad

“El ecuavoley es una religión laica”

Si nos preguntamos cómo mira el mundo un jugador de ecuavoley y, al mismo tiempo, cómo mira el mundo un profesor de filosofía, podríamos pensar que estamos ante dos visiones muy distantes para coincidir en algo. Pero Nelson Reascos es las dos cosas a la vez, jugador y filósofo. Hay dos lugares donde se lo encuentra con seguridad en Quito: las aulas de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Católica, los días ordinarios, y las canchas de ecuavoley del parque La Carolina, los fines de semana. Ese tránsito entre el deporte y la cátedra, entre el juego y la reflexión, hace que uno le apueste confiado a sus ideas.

-¿De qué manera el ecuavoley corresponde a los principales rasgos culturales ecuatorianos?
Primero, es un deporte inventado aquí y, aunque no sepamos el lugar exacto de su nacimiento, no cabe duda de que fue en el Ecuador. Después, corresponde a una mentalidad, un modo de pensar y de vivir propio de los ecuatorianos. No se trata sólo de un deporte, sino de un espectáculo en el que disfrutan jugadores y espectadores, puesto que implica un cierto nivel de riesgo. En la tradición ecuatoriana los juegos más importantes incluyen apuestas, es decir, hay un dinero en juego y se lo lleva el ganador.

-¿Este podría ser un aspecto conflictivo en cierto momento?
Es muy importante ocuparnos de esto, porque muchos ecuatorianos han tenido problemas en Estados Unidos, donde las autoridades consideran que las apuestas en el ecuavoley son un negocio ilícito, incluso algunos han sido detenidos por eso. Creo que el Gobierno debería intervenir para proteger a esos ecuatorianos y explicar que se trata de un asunto cultural. Además, no se trata de apuestas dolosas, para perjudicar al otro, sino que tienen reglas propias, conocidas por todos y donde nadie engaña a nadie.

-Porque corresponden a una misma cultura…
Claro, corresponden a una lógica ecuatoriana que podríamos llamar de pares o cotejas. Es decir, no se trata simplemente de un equipo contra otro, porque un jugador de gran nivel nunca se enfrenta, sin más, contra uno de menor nivel. Los equipos se equiparan y los jugadores se escogen en función del conocimiento mutuo. Si uno es mejor que otro, le ofrece ventajas para nivelar las fuerzas, y eso corresponde a todos los juegos de reciprocidad de la cultura indígena. Se trata de un principio de compensación, de justicia. En esa medida, es un deporte perfectamente adaptado a nuestra cultura. Por eso, en principio, no se juega con desconocidos, salvo que quieras correr voluntariamente el riesgo de que el otro sea mejor y te gane.

-¿Ese riesgo sería parte de la libertad que todos reclamamos?
Sí, porque también interviene lo que conocemos, entre comillas, como vivezas, que no son tanto, porque el otro está avisado de lo que le puede ocurrir. Si no me conoces, yo puedo fingir que no sé jugar y sorprenderte. Sería doloso si tú no supieras de esa posibilidad, pero tú eres capaz de hacer lo mismo, por lo tanto la viveza se neutraliza con otra viveza.

-¿Cómo se expresan esos niveles de astucia en el juego?
Siempre hay un ritual preparatorio, en el que los jugadores negocian la paridad. Después, entran en juego las palabras, los gestos, los desafíos. El ecuavoley es de mucho palabreo, por lo tanto, no es solo un deporte físico, sino también mental. Quiero decir, no solo demanda mucha capacidad estratégica para armar las jugadas, sino también capacidad verbal para disminuir al otro. Al no ser un deporte de contacto, la confrontación es verbal, con el fin de minarle la voluntad al otro. Se usan muchas insinuaciones, incluso de carácter erótico, sexual…

-Como apodarle a un jugador “La Reina”, por ejemplo…
En efecto, son alias que parten de nuestra cultura, que son ingeniosos, sutiles. Casi nunca se usa la broma tosca, sino inteligente, con doble sentido, una especie de insulto vedado, insinuante.

-¿A eso se debe que, después de un buen coloque, le griten al otro “tu marido…”?

Exacto, pero no es un erotismo sexual sino cultural, que tiene la única finalidad de burlarse del rival, porque en el siguiente coloque el otro le hará lo mismo y, en el fondo, están igualados.

-¿Cómo defines el papel del público?
Este es un juego colectivo, con preeminencia del grupo antes que del individuo. Lo colectivo no sólo implica los tres jugadores, sino una buena parte de los espectadores. Es decir, en los partidos se miden un todo contra otro todo. Los que apostaron por éste contra los que apostaron por el otro. Eso es parte de nuestra cultura gregaria, porque en cualquier lugar donde comienza un partido con cierta calidad, inmediatamente la gente lo rodea para mirar, para disfrutar y para apostar.

-¿Por qué los ecuatorianos usamos una red más alta, una pelota más pesada y menos jugadores que en el voleibol si no somos físicamente tan aventajados?
Seguramente por lo que algunos autores llaman las culturas o identidades inversas, que operan al contrario de la lógica occidental. En estas culturas inversas, la justicia no consiste en darle más al que más tiene, sino al que menos tiene. Quizá sea un reflejo de eso, que también es un rasgo muy particular de los ecuatorianos.

-¿En qué adviertes los rasgos de solidaridad que has destacado?
En que todos ganan, no solo los jugadores, sino también el juez, el dueño de la red y la pelota, el público. Además, el que apuesta y gana le ofrece una recompensa al jugador que lo hizo ganar, lo cual lo incentiva a esforzarse. Pero nadie puede ganar siempre o perder siempre, entonces las cosas se equilibran.

-¿Es posible formalizar el ecuavoley, incluidos los aspectos culturales que lo rodean, como las apuestas?
Este deporte se juega todos los días en todo el país. No existe un área de 500 metros a la redonda donde no haya una cancha. Si le pones una lógica occidental tendrías que eliminar todas las apuestas y yo me pregunto ¿el saborcillo dónde queda…? Porque a eso va la gente, a buscar un pretexto para socializar, para competir, incluso para sufrir, porque si pierdes se va también tu plata.

-¿Se perdería una dimensión rica y caótica de la cultura?
Sí, porque es informal y, el momento en que la formalizas, quizá entra en otra lógica, porque la apuesta es un ritual, un estímulo. De todas maneras, yo sí creo que el Gobierno debería apoyar la organización internacional del ecuavoley, porque los migrante lo han llevado a España, Estados Unidos, Italia. En todos esos lugares se juega porque además está asociado con la comida, con tomarse una cerveza. Yo diría que es una religión laica, un juego catártico, porque te emocionas y lloras.

TESTIMONIOS

Carlos Valencia, “Pillao” (ganchador)

Cuando yo era niño jugaba de pasador allá en mi tierra, San Lorenzo. El pasador es el que recoge la pelota que han mandado los ganchadores fuera de la cancha. Ellos me recompensaban con quinientos, a veces mil sucres. Te hablo de finales de los ochentas, cuando yo tenía 14 años, pero ya era alto, delgadito, y muchos me aconsejaban que me dedicara al básquet. Y bueno, allá fui, a jugar básquet aprovechando mi talla -1,93 m.- pero siempre regresaba a la cancha de vóley a ganarme una platita como pasador. El básquet no tenía apoyo en mi tierra. Apenas unos torneos intercantonales por ahí y nada más. En cambio el vóley tenía el atractivo de las apuestas y, al final, me enamoré de este juego y ahí me quedé. “Tienes buena talla, Pillao…”, me decía la gente y me animaba para que jugara de ganchador. El apodo me lo pusieron porque me gustaba bailar una canción de Lisandro Meza que decía “ta pillao…”. Cuando comenzamos, junto con otros amigos, a jugar en las canchas de los buenos, siempre había algún empresario que decía “voy a los muchachos…” y apostaba por nosotros, que no teníamos. A veces ganábamos veinte mil, treinta mil sucres y el empresario nos daba la mitad. Así comencé a crecer en este deporte, física y mentalmente, porque las dos cosas son importantes, cuerpo y experiencia, sabes. Cuando estaba terminando el colegio, llegó un carro de la Base Naval de San Lorenzo a mi casa con el mensaje de que “mi comandante ha apostado a un partido de vóley y quiere que tú representes a la Base”. Pero no era cierto, sino una trampa para reclutarme al servicio militar. Ya que estaba ahí, no me hice problemas, acepté la conscripción y ese año me la pasé jugando vóley. Gané dos campeonatos y me convertí en el mimado de todos. Pero duró poco, porque cuando terminé la conscripción no tenía trabajo en mi tierra. Un arquitecto que me conocía me invitó a trabajar en una fábrica de parquet en Quito y yo acepté. Así llegué, en 1992, a vivir en el Comité del Pueblo, sector La Bota. Por las mañanas trabajaba y por las tardes jugaba. Más dinero ganaba jugando que trabajando. Entonces me llamaron a representar al Banco Central en un campeonato nacional. Yo iba como suplente de un ganchador buenísimo. Sin embargo, en la final comenzamos perdiendo y parecía que no había remedio. Los directivos dijeron entonces “que juegue Pillao”. El rival era nada menos que Gustavo Vinces, un monstruo del ecuavoley y campeón reinante de entonces. El coliseo lleno, la gente gritando, una locura... No sé cómo, pero me inspiro, gano el partido en tres quinces y me corono campeón nacional. Ese fue el inicio de mi fama como ganchador. Después vino la crisis y el banco dejó de apoyar al deporte. Me quedé sin auspiciante, pero ya tenía fama y pronto me buscaron otras instituciones, una de ellas, el club El Nacional. Aunque no pude ganar un campeonato nacional por ese equipo, los dirigentes reconocieron mi esfuerzo y me invitaron a unirme a la milicia. Yo acepté y soy militar desde 1997. He ganado diez veces seguidas el campeonato interfuerzas, donde participan el Ejército, la Marina, la Aviación y la Policía Nacional. Aquí tengo permiso para representar a instituciones privadas “vaya tranquilo Valencia, haga quedar bien a la institución” me dicen. Hace un año y medio tuve un accidente, me fracturé la pierna y recién estoy recuperando mi nivel. Tengo 37 años y he sido cinco veces campeón nacional como civil y diez veces campeón interfuerzas como militar. Ya soy un veterano en esto, quizá uno de los últimos de mi generación, porque ahora los mejores son chicos que no pasan de 23 años. En este deporte, si eres honesto la gente te aprecia y, como en mi caso, puedes conseguir trabajo, formar una familia, tener una vida satisfactoria… Mi esposa también es de Esmeraldas y es educadora. Tengo una hija de 14 años y un hijo de siete meses. Siempre que puedo regreso a San Lorenzo a visitar a mi familia. De allá somos muchos deportistas, unos más famosos que otros. Sólo de mi generación te puedo nombrar a Dennis Ibarra, que jugó en Aucas; Jonathan Arroyo, del Deportivo Cuenca; Damián Valencia, del Manta. De San Lorenzo son los jóvenes que triunfan ahora como Félix Borja, que juega en México; Segundo Castillo, del Deportivo Quito, y por ahí otros más. Estoy contento con lo que he vivido, con mi familia y con mi querido ecuavoley…


Abigaíl Rentería (voladora)

En mi familia jugamos casi todas las mujeres, especialmente mi mamá y mis tías. Mi mamá tiene ya 49 años, pero juega mucho mejor que yo. Ella me enseño a jugar cuando yo tenía apenas 12 años. Ahora tengo 20, soy todavía una niñá, ja,ja... No, hablando en serio, nosotras venimos de una familia de deportistas. Mi papá ha jugado ecuavoley toda la vida, porque viene de una tierra de mucha tradición en este deporte. Él es de Zapotillo, provincia de Loja. Yo vivo en Quito desde chiquita, pero nací en la provincia de Orellana, donde vivía mi familia debido al trabajo de mi padre en una constructora. Normalmente me dedico todos los fines de semana completos al ecuavoley. Casi siempre juego en La Carolina, pero también suelo ir a las canchas de El Pintado, al sur de Quito. Junto con mi mamá y algunas amigas formamos un trío y recibimos invitaciones a jugar en muchos lugares. Ya hemos jugado en Ibarra y Guayaquil, pero siempre a nivel de aficionadas. Nada de creernos profesionales, aunque a veces hay gente que piensa que sí lo somos. Si de mí dependiera, jugaría todos los días, pero no puedo porque trabajo en una empresa y además tengo que cuidar a mi hijo, que tiene apenas tres años. En serio, fui madre a los 17. Ahora no estudio, porque estoy dedicada a mi hijo, pero más adelante sí tengo planes de retomar la carrera de sistemas, que dejé a medias. Claro que este es un deporte dominado por hombres, pero ellos aprecian que una juegue y más bien la respetan, porque saben que somos pocas. Por eso no me gusta discutir ni pelearme con los árbitros, menos con los rivales, porque todos terminamos siendo amigos y, al final, eso es lo único que nos queda…

Marco Sigcha (árbitro)

Yo fui primero futbolista de liga barrial y cancha de tierra. Pero me lesioné las rodillas a los 24 años y ahí se acabó el fútbol, porque tenía que operarme y yo no quería. Demasiado contacto agrava las lesiones. Entonces me dediqué al ecuavoley, aunque en mi tiempo decíamos voley nomás. Y aquí me tiene, con 50 años, dedicado al arbitraje. Llevo ya seis como árbitro, porque en todos los deportes llega el momento en que debemos dar paso a los jóvenes y aplicar lo que uno sabe desde otra posición. Lo más importante para ser buen árbitro es haber sido buen jugador, porque así no lo cogen desprevenido a uno. Las jugadas, los amagues, todo tiene que ser conocido por el árbitro para no tomar decisiones equivocadas. Como árbitro central vigilo la parte técnica, que los jugadores no agarren mucho la pelota, que no toquen la red, que no se pasen de la línea… Existe un reglamento, pero yo lo aplico según el nivel del jugador. Es decir, a un jugador de bajo nivel no le puedo aplicar las normas al pie de la letra, porque paralizaría el partido. En cambio, a un jugador de élite no le puedo permitir un agarrón, una llevada, porque tiene que demostrar por qué es de élite. Cuando no estoy en la cancha, conduzco un transporte escolar a la entrada y salida de los colegios. También manejo mi camioneta de fletes. Después del almuerzo, a eso de las tres, vengo a la cancha. En una buena tarde dirijo hasta tres partidos, a seis dólares por partido, ya tengo un ingreso adicional. Yo también me encargo de recibir las apuestas, que varían según la calidad de los jugadores. Una vez un jugador me agredió porque adujo que yo lo había perjudicado. La directiva del club lo suspendió por un año calendario. Este deporte me ha ayudado a valorarme, a mejorar mi autoestima. Yo mido 1,57 m. y mucha gente cree que con este porte no puedo jugar. De vez en cuando dejo mi puesto y les demuestro que soy capaz de jugar mejor que muchos, sólo con mi experiencia, ni se diga cuando era joven…

PERFIL

Mercedes Mena remata contra el sexismo

Este es un juego de albañiles, le dijo un profesor cuando ella sugirió que le gustaría entrenar ecuavoley. Perpleja al principio y enfurecida después, Mercedes Mena entendió esa tarde que no sería fácil abrirse camino en un deporte dominado por hombres.

Transcurrían los primeros años ochentas y Mercedes, recién ingresada a un colegio de Quito, se negaba a aceptar que en una ciudad grande fuera considerado extraño que las niñas jugaran ecuavoley, cuando en su pueblo natal este juego -al que llamaban vóley simplemente- era una fiesta que convocaba a todos, comenzando por mamá, papá, los vecinos...

Palo Quemado se llama una pequeña población cerca del Toachi en la actual provincia de Santo Domingo. Allí, los cinco hermanos mayores de Mercedes eran practicantes asiduos de voley con la complicidad de su madre, una famosa jugadora que nunca hizo caso de la división de roles masculinos y femeninos en el deporte.

Pero en la ciudad las cosas eran distintas. Todas las canchas estaban ocupadas por hombres. Las apuestas, las barras, todo era una bola de energía masculina poco amigable. No vuelvo a jugar más, le dijo un día Mercedes a su madre, luego de recibir varios comentarios machistas en una cancha en donde había comenzado a practicar.

Pero su declaración de abandono se quedó solo en eso. Poco a poco fue ganando respeto en el colegio por sus condiciones excepcionales, aunque tuvo que practicar voleibol, por tratarse del deporte reconocido oficialmente. Logró un puesto en la selección del colegio Manuela Cañizares, luego en la de Pichincha y finalmente en la Selección Nacional.

Sin embargo, en su entorno barrial, la pelea todavía estaba cuesta arriba. Vivía con su familia en el sector de Cochapamba Norte, y no dejaba de practicar mientras terminaba el colegio e iniciaba la carrera de Educación Física en la Universidad Central, con miras a apuntalar su futuro.

Entonces los dirigentes de la Liga Chaupicruz tomaron una decisión sensata: obligaron a todos sus clubes a presentar equipos femeninos de fútbol y ecuavoley. Su club, el Real Madrid, acató la orden. Por eso Mercedes reivindica su origen deportivo, ligado más a las ligas barriales que al sistema educativo.

Sentada en su oficina de la Dirección Nacional de Educación Física, la ex jugadora y ahora funcionaria, recuerda que, tras esa decisión, no paró de ganar cuantos torneos se le ponían por delante. Durante los últimos veinte años ha sido doce veces campeona nacional de voleibol, nueve de ecuavoley y nueve también de vóley playa en dúo con su amiga Karina Hernández, otra tenaz practicante de las tres modalidades.

Su incursión en el vóley playa obedece a su constante impulso de ir contra corriente. Mercedes y Karina llegaron a dominar el juego sobre la arena, pese a que en Quito no hay playa. Su larga experiencia en el ecuavoley las ayudó a dominar rápidamente los fundamentos del vóley playa.

Entonces se propusieron clasificar por primera vez al Ecuador a un torneo internacional. El Panamericano de Brasil 2007 estaba en la mira. Tenían que convertirse en deportistas de élite y sólo tenían sus ganas, cero apoyo estatal, cero apoyo privado, y unas canchas mal iluminadas en el parque La Carolina, hacia donde acudían por la noche porque en el día trabajaban.

Sin entrenador ni auspiciantes, los taxistas, que se recuperan del entumecimiento diario jugando por las noches, eran a veces sus contendores. Karina, la compañera de Mercedes, trabajaba en una empresa de cárnicos. Cuando pidió permiso a sus jefes para asistir al Panamericano, ellos la pusieron a escoger. El trabajo o el deporte, le dijeron. Ella escogió el deporte y se quedó sin empleo, pero lo soportó con la idea de que luego de un Panamericano a nadie le quitan lo vivido, tampoco lo jugado.

Pero tenían que acumular puntos, y eso significaba ganar todos los torneos que pudieran. Jugaban en Esmeraldas, Manta, Salinas y donde hubiera un torneo válido para clasificar. Viajaban por tierra los viernes de noche y apenas dormían en el trayecto. Jugaban los sábados todo el día y la mañana del domingo. Por la tarde tomaban nuevamente un autobús para llegar a medianoche a Quito y poder estar puntuales el lunes en sus trabajos. Así lograron los puntos que las clasificaron al Panamericano.

En Río de Janeiro logaron un quinto puesto para Ecuador entre 16 países. Durante su participación, se convirtieron en objeto de estudio. Jugadoras y entrenadores rivales no entendían cómo una pareja que venía de una ciudad andina, sin playa, y que no pasaba de 1,60 m. de estatura tuviera tanto dominio del juego.

Las ecuatorianas no remataban fuerte, ni bloqueaban, ni volaban como la mayoría de jugadoras de élite. Se movían por todo el campo y estaban en el lugar preciso en el momento preciso para responder los remates contrarios. Al momento de pasar la pelota, amagaban con un remate fuerte, pero la ponían suavemente en lugares inalcanzables.

Lo que sus rivales no sabían era que las ecuatorianas, sin playa, sin entrenadores, sin canchas y sin apoyos, llevaban muchos años jugando un deporte exclusivo de este país llamado ecuavoley y que habían recorrido todas las canchas donde los grandes colocadores dejan sus enseñanzas sobre el piso de tierra.

Hace dos años, Mercedes y Karina se retiraron de las competencias, pero no del deporte. Hace poco juega con ellas Katherine Chila, una joven esmeraldeña, que fue su rival durante muchos años en el vóley playa y ahora, por razones de trabajo, vive en Quito. Esta última compite, en dupla con la manabita Ariana Vilela, en torneos internacionales con miras a clasificar al Ecuador a competencias del circuito olímpico.

Es usual que cualquier fin de semana embarquen una red y una pelota en el carro de Karina y se vayan de canchas a buscar rivales. Mercedes coloca, Karina sirve y Katherine vuela. Juegan a veces en La Carolina, otras en el Parque Inglés, en Carcelén, en La Mitad del Mundo, donde quiera que asome un equipo dispuesto a ser derrotado por un trío de mujeres.

Mercedes está próxima a terminar su “comisión de servicios” en el Ministerio del Deporte y retornar a su anterior empleo en el área de Atención al Cliente de la Empresa Metropolitana de Agua Potable. Tiene todo listo para que en los próximos campeonatos nacionales intercolegiales se incluya al ecuavoley como disciplina obligatoria.

Para ella, los mejores deportistas deberían formarse en gestión del deporte. Así, cuando ocupen cargos de dirección, podrán tomar decisiones sobre la base de sus propias experiencias. Los que juegan y los que dirigen deben conocerse más, dice esta deportista que representó al país en torneos de élite, sin dinero ni entrenadores, pero con la sapiencia que otorgan dos décadas de ecuavoley.


APORTE AL IDIOMA

Léxico elemental

Árbitro o juez: Máxima autoridad de un partido, decide la validez de las jugadas, sanciona las infracciones, contabiliza el marcador, recauda las apuestas…

Abierta: Sólo se aplica en partidos informales cuando un equipo decide no continuar el juego. De ahí viene la costumbre de decir “me abro” para abandonar algo.

Adentro: Jugada que consiste en que el colocador corre hacia la zona cercana a la red, el servidor se abre hacia atrás, y el volador cubre la zona dejada por el colocador.

Bombeada: Manera de colocar la pelota por sobre la cabeza del colocador hacia la parte posterior del campo.

Combo: Manera de pasar la pelota con predominio de la fuerza y con el puño cerrado.

Cacheteada: Manera de golpear la pelota con la mano extendida.

Cambio: Obtiene un equipo cuando logra un coloque sin estar en posesión del saque

Centro: Manera de colocar la pelota en medio de los tres jugadores rivales.

Colocador: Jugador encargado de colocar la pelota en el campo rival.

Chorreada: Manera de colocar la pelota muy suavemente y a poca distancia de la red.

Chulla: Cuando un jugador de alto nivel acepta hacer uso de una sola mano con la finalidad de equipararse con uno de menor nivel.

Descabezada: Manera de colocar la pelota por sobre la cabeza del servido y delante del volador.

Dos manos: Cuando un jugador hace uso de las dos manos en todas las jugadas y nunca de una sola.

Derecha/izquierda: Cuando un jugador hace uso exclusivamente de esa mano y nunca de las dos juntas.

Fina: Manera de colocar la pelota con una trayectoria paralela y muy cercana a la red.

Gancho: Cuando un jugador pasa la pelota con predominio de la fuerza, en sentido vertical y a una distancia de hasta tres metros contados desde la línea divisoria del campo.

Larga: Manera de colocar una pelota con dirección a la parte posterior del campo rival, entre el colocador y el volador.

Marcada o agarrada: Retención excesiva de la pelota con una o dos manos.

Peinada o vaselina: Manera de colocar la pelota por sobre la cabeza del colocador y hacia la parte media del campo.

Poste: Columnas de madera o metal colocadas a ambos lados de la cancha para sostener la red. De ahí que, cuando un jugador no demuestra agilidad, se lo califica de “poste”

Puestos: Jugada que consiste en mantener los puestos iniciales y esperar el coloque para moverse.

Pare: Orden del árbitro para detener una jugada cuando alguno de los jugadores ha cometido una jugada no reglamentaria. En partidos oficiales se usa un silbato.

Punto: Obtiene un equipo cuando logra un coloque estando en posesión del saque.

Red: Implemento fundamental, consiste en una malla de nylon o cabuya, de 0,75 m. de ancho por 9,5 m. de largo y se coloca a una altura de 2,85 m. en su cuerda superior.

Servidor: Jugador encargado de levantar la pelota para el remate del colocador.

Saque o batida: Golpe con el puño o la mano extendida que hace un jugador desde la línea final de la cancha para enviar la pelota al campo contrario.

Tiempo fuera o llego: Un minuto de descanso solicitado por un equipo para que sus jugadores descansen o acuerden una jugada.

Volador: Jugador encargado de parar el saque y levantar la pelota para el servidor.

Volada: Cuando un jugador se suspende horizontalmente con el fin de alcanzar la pelota.

Mi mayor agradecimiento a todos los jugadores y jugadoras que colaboraron con sus testimonios y enseñanzas para que yo pudiera escribir este texto. Mi homenaje para todos los que juegan, viven y sienten este deporte ecuatoriano.

GA

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