Por Gustavo Abad
Es un género que tuvo su auge en la década de los 90 y que muchos pensábamos que se encontraba en un lento pero bien merecido proceso de extinción, luego de que se comprobara que muchos de sus programas estaban basados en el fraude.
Pero resulta que el sentimiento de alivio era una ilusión, porque el talk show, uno de los géneros estrella de la telebasura, está de vuelta, justo ahora cuando aumentan las voces que reclaman una televisión de mejor calidad y existe un gran debate acerca del uso que hacen los medios privados de las frecuencias otorgadas por el Estado.
Ecuavisa acaba de insuflar nueva vida al talk show y lo hace los domingos en horario estelar, con “El momento de la verdad” –una franquicia, propiedad de la empresa estadounidense Reveille, llevada a 23 países– como para restregarle al público en su propia cara que un canal privado asume como le da la gana el sentir de las audiencias, que puede despreciar una demanda educativa y perpetuar una corriente embrutecedora.
Siempre pensé que a los productores de esta clase de programas les sobraba descaro, pero les faltaba imaginación, puesto que siempre apelaban al recurso fácil de provocar el insulto y la agresión entre los participantes. Esos espectáculos de hombres o mujeres golpeándose entre sí al enterarse de alguna infidelidad eran grotescos pero de alguna manera superficiales y vacíos, debido a su excesiva teatralidad y su delirante puesta en escena, que los volvía más fáciles de desechar, aunque no por ello inofensivos.
Hasta hace poco, la mayoría de talk shows se basaban en las emociones exaltadas. Sin embargo, su propia desmesura terminaba por vaciar de sentido lo que intentaban representar, debido a que el bodrio se neutralizaba a sí mismo, por efecto de sobresaturación, como ocurre con la crónica roja o la pornografía –que perdieron la capacidad de asustar o escandalizar– al convertirse en lenguajes vacíos.
Pero “El momento de la verdad” es distinto, yo diría más refinado, porque ya no apela al burdo espectáculo de los insultos y los golpes, sino más bien a un sistemático acorralamiento del participante, al que el conductor somete a una exposición morbosa, ya no de su cuerpo ni sus reacciones, sino de su psiquis y sus traumas. El conductor, como ejecutor de un deseo colectivo, se solaza con la víctima, le muestra un señuelo económico, le ofrece la posibilidad de ganar 30.000 dólares, pero a cambio de que le permita escarbar, mediante 21 preguntas, en su intimidad hasta llevarla al límite de su humillación pública.
El conductor ya no busca en el participante un exabrupto que lo convierta en objeto de burla. Lo que busca de manera insistente es alguna muestra de perversión psíquica o moral que escandalice a los espectadores pero que satisfaga su voyeurismo: ¿has tenido relaciones sexuales para cubrir una apuesta? ¿te consideras una persona inmoral?, ¿has sobornado a un vigilante?, ¿le has pegado a tu madre?, ¿has orinado en la vía pública?, entre otras preguntas vertidas en los primeros programas.
Hay en todo esto un impulso escatológico, ese deseo de hurgar en la suciedad y los excrementos, al que el participante, previamente sometido a un detector de mentiras, contribuye con su dosis de exhibicionismo y pobre autoestima.
Hay también cinismo. “La verdad te hace libre…”, sentencia el conductor ante un aturdido participante que no sabe si reír o llorar por haber permitido que lo desnudaran no solo a él, sino también a sus familiares presentes en el set, quienes, en caso de sufrir una crisis emocional, lo han dicho los productores, serán tranquilizados por psicólogos que trabajan en el programa ¡Qué considerados!
El Telégrafo 04-05-08
domingo, 4 de mayo de 2008
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1 comentario:
Encuentro en la red a este inesperado y entrañable companñero de aula y lo leo emocionado con su linea libertaria ... Mi querido Gustavo desde este espacio en que estoy te envio mi abrazo y mis parabienes para compartir esta alegria de reencontrarte a taves de tus letras. Eduardo Alcazar
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