Por Gustavo Abad
Entre las diversas nociones acerca de la memoria, una de las más sencillas y contundentes es aquella que la define como conciencia de nosotros mismos, ya sea como imaginario colectivo o como representación individual.
Entonces, a esa conciencia inevitablemente le corresponde una narración, que no es otra cosa que el cuento que nos hacemos de la vida ya sea que tomemos como pretexto la política, la cultura, el amor, la comida o el fútbol.
Así construimos nuestro cuento y el de los otros, porque la vida está atravesada por una infinidad de narraciones que intentan dar cuenta de la realidad. Y los que narran son esos nuevos hablantes, no importa si lo hacen con mayor o menor ideología, con ira o con desparpajo, con llanto o con risa. La potencia del juego radica en las múltiples posibilidades de jugarlo, como múltiples son las maneras de entender el mundo.
Mucho de esto lo podemos ver en el Festival Encuentros del Otro Cine (EDOC), del 8 al 18 de mayo en Quito y del 12 al 25 en Guayaquil, organizado por la Fundación Cinememoria, que impulsa la cultura cinematográfica en el Ecuador.
Precisamente, la noción de otro cine, lo han dicho los organizadores, se construye sobre la diferencia con relación al cine comercial y expresa de alguna manera una declaración de disidencia respecto de la industria cultural globalizada, esa inmensa moledora que impone los modelos de construcción, circulación y consumo de productos culturales.
El festival presenta 72 trabajos de América Latina, Estados Unidos, Europa y África, pero un dato muy importante es que, de los 200 postulantes iniciales, 30 eran ecuatorianos. No todos fueron escogidos, pero eso revela una tendencia cada vez mayor entre los jóvenes realizadores e investigadores de este país, que hallan en el documental la posibilidad de nuevos lenguajes y narrativas.
Así aparecen los dueños de esas voces que, a partir del reconocimiento de su lugar no solo físico, sino social, cultural o existencial, se narran a sí mismos, pues la tendencia, por lo que se ha visto en ediciones anteriores, es la poca intervención el autor, pero sí la innegable huella de su intención.
El auge del género documental en los últimos años en el Ecuador probablemente tiene relación con una cierta decadencia de algunos registros canónicos de la realidad, como el de los medios de comunicación, especialmente de la televisión.
Tanto los realizadores como el público incrementan su avidez por acceder a otros relatos de lo social. Y eso encuentran en el documental, un género que, a decir Manolo Sarmiento, director del festival, se caracteriza por su libertad, porque permite combinar el arte con el registro de la realidad.
Pero el documental resulta además un gran vehículo de la memoria, no solo por los temas, sino por los procesos de búsqueda de información, por esa inmersión que se dan en muchos casos los realizadores en bibliotecas, hemerotecas, archivos fílmicos y otros lugares donde reposa una gran porción de la memoria que reclama ser contada, pero antes de eso, cuidada, sistematizada y preservada.
El creciente interés en este género ha permitido revalorizar las fuentes, ya sean institucionales o particulares, de esa memoria. Se ha visto como los realizadores recogen material disperso, fragmentado y en muchos casos olvidado, y lo integran a una nueva narrativa que hace posible redescubrir su valor, pero también constatar que falta mucho por hacer en la conservación de esos materiales.
El otro cine pone a hablar a otras voces pero también construye y conserva la memoria.
El Telégrafo, 11-05-2008
lunes, 12 de mayo de 2008
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