sábado, 17 de mayo de 2008

Reporteros

Por Gustavo Abad
Hace pocos días cuando se aprobó el mandato de eliminación del trabajo tercerizado, los asambleístas lo celebraron con aplausos. Pero lo curioso era que entre los reporteros de los diversos medios que cubren la Asamblea muchos también aplaudían a rabiar, porque sentían que, directa o indirectamente, esa decisión los beneficiaba.
Los reporteros se despojaban por un momento de la supuesta asepsia y neutralidad que las teorías positivistas de la información les han endilgado por mucho tiempo y se asumían como lo que son, trabajadores de prensa, con problemas laborales, angustias económicas y aspiraciones salariales como la mayoría de ecuatorianos.
Resulta que en medio de la pugna entre el poder político y el poder mediático, casi nadie se detiene a pensar en la situación de los reporteros, esos soldados rasos de la información, muchos de los cuales viven en permanente conflicto ético entre la obligación de guardar coherencia con las políticas laborales e informativas del medio en el que trabajan y el impulso de deserción motivado por esas mismas políticas.
García Márquez decía que se inició en el periodismo como editorialista político pero que, poco a poco, fue escalando posiciones hasta acceder a la máxima jerarquía de reportero raso. Evidentemente el escritor colombiano expresaba su visión idealizada del reportero como dueño de lo que informa, como responsable directo de la valoración que los medios hacen de los hechos, como un autorizado narrador de la realidad.
Pero en los medios ecuatorianos ocurre todo lo contrario, pues al reportero le han asignado el último lugar en importancia dentro de la cadena de producción. Por eso es el que más trabaja pero el que menos gana, el que da la cara en la calle y aguanta las reprimendas cuando la gente piensa que su medio ha retorcido el significado de los hechos, el que tiene que escribir pese a que la carga de trabajo le ha quitado el alimento de la lectura, el que tiene que transmitir en vivo aunque muchas veces no entienda lo que pasa, el que se autocensura para sobrevivir o exagera para ganar puntos.
Aunque asoma como la cara visible de las distorsiones informativas –lo cual no siempre es cierto, por lo menos no siempre con intención–, el reportero vive además una relación de odio-amor con su empleador, con el responsable de su situación precaria. Si no, preguntémonos ¿Quiénes hicieron que el prestigio social de esta profesión descendiera tanto en los últimos años? Los que mezclaron el periodismo con los negocios.
Puedo ver todos los días a muchos trabajadores de prensa guardarse sus credenciales en los bolsillos o esconder sus micrófonos al ingresar a algún foro donde se discuten problemas que rozan de alguna manera el papel de los medios. ¿Quiénes les endosaron ese sentimiento de culpa, merecido en unos casos pero injusto en otros?
Entre idas y vueltas, mi principal ocupación ha sido la de reportero y, como tal, he visto el rostro de terror con el que colegas de la televisión cubrían un paro en la Amazonía mientras el “anchorman” de su canal despotricaba contra los pobladores de esa región. He compartido el sentimiento desolador entre reporteros y fotógrafos de un diario después de habernos jugado el físico cubriendo las manifestaciones en contra de un gobierno corrupto solo para ver al día siguiente en primera plana ¡la foto del Papa!
En la mayoría de medios ecuatorianos el reportero hace un amague de información porque el sentido se lo construyen en otro lado. Por eso se entiende el aplauso de los que cubren la Asamblea, aunque entre el aplauso y la noticia se cuele un titular que dice que el fin de las tercerizadoras afectará a los empresarios generadores de empleo.

El Telégrafo 18-05-08

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