Por Gustavo Abad
En junio de 1959, decenas de jóvenes fueron asesinados por las fuerzas del orden en Guayaquil cuando protestaban contra el gobierno de Camilo Ponce. No hay un dato exacto, pero los registros de prensa señalan que el gobierno reconoció la muerte de 16 personas, aunque algunos testimonios sostienen que fueron muchas más. Esta matanza ha sido recuperada para la memoria ecuatoriana y latinoamericana en el documental “La muerte de Jaime Roldós”, de Manolo Sarmiento y Lisandra Rivera, recientes ganadores del Premio Gabriel García Márquez de periodismo.
Quizá la cadena de hechos perturbadores que ofrece el documental –la hipótesis de un complot internacional para acabar con la vida de Roldós- opaca el testimonio, no menos perturbador, del recordado productor Gabriel Tramontana, quien documentó con su cámara de cine la matanza. En el epílogo del filme, Tramontana le cuenta a Sarmiento que todas las imágenes de esa terrible noche guayaquileña se las entregó al presidente Ponce para que éste hiciera con ellas lo que más le conviniera. Obviamente, desaparecieron.
Según el razonamiento de Tramontana, lo suyo fue un acto de lealtad debido a que “el hombre estaba haciendo las cosas”. Se refiere a la obra pública de ese entonces: puentes, carreteras, represas. “El progreso del país”, termina diciendo Tramontana, quien murió antes de realizar su proyecto de convertir su enorme archivo fílmico en una película sobre la historia del Ecuador en la que –a juzgar por sus palabras- estaba dispuesto a destacar el avance material en lugar de la riqueza cultural y la complejidad social y política de este país.
Nos detenemos con mis alumnos de periodismo en este punto del documental para reflexionar cómo el discurso del progreso, del desarrollo material, de la racionalidad técnica se usa, con mayor frecuencia de lo que pensamos, como justificación de la violencia y del abuso de poder. Tramontana, estoy seguro, era un buen tipo –su esmero por conservar un patrimonio fílmico solo puede ser el de un hombre bueno-, pero sabía lo que se debía mostrar de esa historia y lo que convenía ocultar. En otras palabras, sabía editar la memoria.
En muchos sentidos, el Ecuador actual asiste a un proceso de edición de la memoria. El discurso oficial ha instalado con bastante éxito en el imaginario colectivo la idea de que su proyecto modernizador y capitalista justifica todas las arbitrariedades que el gobierno comete y puede cometer contra la vida democrática y contra los derechos de las personas. La idea de que la razón instrumental debe imponerse por sobre la razón histórica para alcanzar el progreso es la savia que recorre todo el discurso oficial. Y con esa idea procura borrar toda manifestación que lo cuestione. Toda señal de inconformidad social tiene que ser aplacada. Todo pensamiento disidente tiene que ser silenciado. Un alto dirigente propone incluso unificar el saludo.
De esa manera, el gobierno insiste en vendernos un falso dilema: el desarrollo no es posible sin la vulneración de derechos. Y esa proposición tramposa es la base de una cadena mayor de falsedades: las metas de crecimiento solo son posibles mediante la destrucción de la organización social; la transformación del país será más expedita si se elimina el pensamiento crítico; cualquier duda sobre la infalibilidad del proyecto que nos gobierna equivale a insurrección, y manifestarla en las calles es un acto desestabilizador.
Cada vez resulta más claro que siete años de propaganda gubernamental logran mayores efectos en la conciencia colectiva que cualquier sistema filosófico. La angustia de Walter Benjamin ante el avance del fascismo en la Europa anterior a la Segunda Guerra Mundial provenía de mirar cómo ese proyecto totalitario se presentaba ante la gente como algo históricamente ineludible. Salvando las distancias y los tiempos, no tanto las intenciones, en el Ecuador el aparato de propaganda gubernamental está orientado a profundizar la noción de que un estado autoritario no solo es necesario sino inevitable.
En esa tarea, el gobierno ha logrado posicionar en el debate cotidiano un ícono del desarrollo: las carreteras. En cualquier charla, si alguien cuestiona la injerencia del ejecutivo en la justicia, no falta quien refute: ¡pero mira en cambio lo bien que están las carreteras!; si otro se queja por la represión contra los movimientos sociales, habrá alguno que replique: ¿pero acaso no has visto las nuevas carreteras?; y si alguien más no se resigna a la impunidad frente a la corrupción, seguramente obtendrá como respuesta: ¡pero nadie ha hecho tantas carreteras!...
Las carreteras, convertidas en un lugar común, una piedra que obstruye el fluir del pensamiento, un necio argumento a favor del abuso.
La edición de la memoria, tal como la practica el poder político, consiste en narrarse a sí mismo como la luz que irrumpe en un mundo de tinieblas, una mano organizadora del caos. El discurso oficial edita la memoria a favor de una modernización capitalista que ahoga la diversidad cultural, política y social. En otras palabras, el gobierno edita la memoria para borrar la huella de las luchas sociales, para anular su capacidad de acción y palabra, para negarle al otro su condición humana.
jueves, 30 de octubre de 2014
martes, 16 de septiembre de 2014
¿Por qué no controlan también el horóscopo?
Por Gustavo Abad
A estas alturas resulta extraño que el correísmo no haya descubierto todavía los beneficios de la astrología para su proyecto político. El horóscopo es uno de los pocos lugares de la fantasía que le falta poner a su servicio en la pelea contra todo aquello que, desde la teoría conspirativa del poder, huele a insurrección.Si ya ha descubierto el impulso sedicioso de levantar el dedo medio cuando pasa el presidente; la amenaza de las caricaturas para la paz social; la inclinación terrorista de los estudiantes; la vocación conspiradora de los ecologistas… Digo, si el correísmo es capaz de hallar enemigos hasta en las empanadas de verde, ¿por qué no controla también el horóscopo?
Les doy un dato a los profetas del buen vivir: Goebbels, el jefe de propaganda nazi, usaba las páginas de astrología de los periódicos para influir en la opinión pública. Lo advirtió poco antes de morir el escritor argentino Roberto Arlt y lo confirmó en su testimonio de ancianidad Albert Speer, uno de los arquitectos al servicio de ese proyecto demencial. En esos horóscopos manipulados, decía Speer, se hablaba de valles que había que atravesar, de enemigos que enfrentar, pero también de líderes a los que había que seguir…
Nada podía quedar fuera de su control.
¿Por qué no imita el correísmo esa estrategia tan acorde con su proyecto megalómano? Los funcionarios de la Secom, la Supercom, el Cordicom, que se disputan los modos de agradar al Supremo, tendrían una gran oportunidad de lucirse enjuiciando a cada astrólogo, cartomántico, adivino o lo que fuera, cuando sus predicciones no se ajustaran a la doctrina del buen vivir.
Por ejemplo, ahí donde el horóscopo dijera: “se avecinan tiempos difíciles…” el aparato de propaganda oficialista podría obligar a una rectificación y agregar “por fortuna tenemos a Rafael…”. Ahí donde el ensueño de una pitonisa dijera “prepárese para afrontar problemas…” podrían obligar a que se cambie por “avanzamos patria…” y cosas así… ¡Qué tal!
Si el correísmo ya ha descubierto la tendencia criminal de los periodistas; el peligro de los derechos humanos; la perversión de las utilidades de los trabajadores; el brote desestabilizador del ahorro de los profesores… Digo nuevamente, si el correísmo es capaz de armar un ejército de trolls para denigrar las opiniones contrarias; de enriquecer a una empresa española para que haga de gendarme en internet; de movilizar a miles de personas, “voluntariamente obligadas”, para anular las marchas de los movimientos sociales, ¿por qué no descubren las ventajas que les traería una agencia de regulación y control de la astrología? Si ya lo intentaron con la cultura y casi lo logran…
La relación entre política y astrología tiene grandes episodios en la historia latinoamericana. Una de las figuras más influyentes del peronismo en Argentina era un practicante del esoterismo llamado José López Rega, apodado el Brujo. Desde su chifladura y a la sombra del caudillo, el Brujo fue capaz de organizar una gavilla de criminales llamada Triple A, dedicada a perseguir y asesinar a los que consideraba enemigos del peronismo.
Digo, porque tengo esa manía de verbalizar los pensamientos, si ya tienen una “secretaría de la felicidad”, dirigida por un aficionado al espiritualismo, que por 12 millones de dólares hará que todos nuestros sueños se cumplan, ¿por qué son tan modestos? ¿no les parece que hay que pensar en grande?
El horóscopo, señores, también puede ser revolucionario… Vayan por él. Quizá en ese último reducto de la fantasía el correísmo tenga algún futuro.
domingo, 4 de mayo de 2014
García Márquez y la reivindicación del reportero raso
Por Gustavo Abad
Creo que todos los reporteros, de manera consciente o inconsciente, hemos estado por muchos años entrando y saliendo del universo garciamarquiano. Tanto la obra periodística como la literaria del Gabo han sido una suerte de trastienda, una despensa inagotable que hemos aprendido a saquear con mayor o menor sutileza. Alguna frase, alguna metáfora sugerente en nuestros afanes de escritura, muchas veces ha sido una resonancia de alguna lectura de la cantera de ideas de GGM. En ese sentido, él ha sido y sigue siendo una figura tutelar para todos los reporteros. Yo mi incluyo siempre en este grupo.
Hace pocos días, el escritor guayaquileño Marcelo Báez hacía notar la infinidad de veces en que los títulos de las obras del Gabo habían servido como una suerte de comodín adaptable a cualquier temática. Crónica de una muerte anunciada, dice Báez, es quizá el que más adaptaciones ha sufrido. Solo había que cambiar la palabra muerte por crisis, renuncia, derrota…y listo. Lo mismo ha ocurrido con El general en su laberinto, en que general se cambiaba por presidente, ministro, diputado. Así también, El coronel no tiene quien le escriba o El otoño del patriarca han sido objeto de un saqueo parecido, puntualiza Báez.
En lo personal, creo que este uso –que para muchos puede parecer oportunista o facilista- revela también la profunda huella de la imaginación de GGM en la cultura popular y de masas. Significa que sus palabras son parte del ambiente, del paisaje cultural, una propiedad intangible de todos, un patrimonio incorporado al habla cotidiana por lo tanto a la vida cotidiana porque el habla y la vida no se pueden separar, son parte de una misma cosa…
En El mejor oficio del mundo, GGM dice, entre muchas verdades, algo que muchísimos pensábamos pero nadie había verbalizado respecto de la injusta valoración profesional y social del reportero raso. Dice Gabo: “El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: a los diecinueve años -siendo el peor estudiante de derecho- empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso”.
En lo personal siento que ese testimonio contiene una reivindicación del oficio de reportero. En los medios, como dice GGM, opera una lógica al revés. Cuando un reportero destaca por sus habilidades narrativas e investigativas, lo congelan convirtiéndolo en editor. El medio y la sociedad pierden un narrador, o sea alguien capaz de hacer inteligible el mundo. Antes, los periodistas aspiraban a escribir algún día una gran novela, ahora los novelistas aspiran a escribir un gran reportaje. Del primer caso hay muchos ejemplos exitosos, pero casi no hay novelistas que logren escribir un gran reportaje con las reglas del buen oficio.
En el prólogo de su novela Del amor y otros demonios, GGM cuenta que se encontró con el tema de su novela durante una cobertura periodística en sus primeros años de reportero. El jefe de redacción del periódico en que trabajaba lo había enviado, sin mayor entusiasmo a ver cómo vaciaban las criptas funerarias de un antiguo convento para construir un hotel. Dice Gabo: “En la tercera hornacina del altar mayor, del lado del Evangelio, allí estaba la noticia. La lápida saltó en pedazos al primer golpe de la piocha, y una cabellera viva de un color de cobre intenso se derramó fuera de la cripta (…) En la hornacina no quedó nada más que unos huesesillos menudos y dispersos, y en la lápida de cantería carcomida por el salitre solo era legible un nombre sin apellidos: Sierva María de todos los Ángeles. Extendida en el suelo, la cabellera espléndida medía veintidós metros con once centímetros”
¡Ahí está la noticia! Esta frase pronunciada con los más diversos niveles de entusiasmo quizá es una de las más recurrentes en el periodismo. Encontrar la noticia, o sea el ángulo inédito de un acontecimiento, es el momento cumbre del oficio de reportero. En lo personal, casi nunca he podido desprenderme de esa actitud y de ese impulso, incluso en mis actividades académicas. Al escribir una columna de opinión, lo mismo que un informe académico, no dejo de buscar ese ángulo sorprendente, una herencia del oficio de reportero. En el fondo, siempre estoy buscando esa voz interior que me diga ¡Ahí está la noticia!…
Creo que todos los reporteros, de manera consciente o inconsciente, hemos estado por muchos años entrando y saliendo del universo garciamarquiano. Tanto la obra periodística como la literaria del Gabo han sido una suerte de trastienda, una despensa inagotable que hemos aprendido a saquear con mayor o menor sutileza. Alguna frase, alguna metáfora sugerente en nuestros afanes de escritura, muchas veces ha sido una resonancia de alguna lectura de la cantera de ideas de GGM. En ese sentido, él ha sido y sigue siendo una figura tutelar para todos los reporteros. Yo mi incluyo siempre en este grupo.
Hace pocos días, el escritor guayaquileño Marcelo Báez hacía notar la infinidad de veces en que los títulos de las obras del Gabo habían servido como una suerte de comodín adaptable a cualquier temática. Crónica de una muerte anunciada, dice Báez, es quizá el que más adaptaciones ha sufrido. Solo había que cambiar la palabra muerte por crisis, renuncia, derrota…y listo. Lo mismo ha ocurrido con El general en su laberinto, en que general se cambiaba por presidente, ministro, diputado. Así también, El coronel no tiene quien le escriba o El otoño del patriarca han sido objeto de un saqueo parecido, puntualiza Báez.
En lo personal, creo que este uso –que para muchos puede parecer oportunista o facilista- revela también la profunda huella de la imaginación de GGM en la cultura popular y de masas. Significa que sus palabras son parte del ambiente, del paisaje cultural, una propiedad intangible de todos, un patrimonio incorporado al habla cotidiana por lo tanto a la vida cotidiana porque el habla y la vida no se pueden separar, son parte de una misma cosa…
En El mejor oficio del mundo, GGM dice, entre muchas verdades, algo que muchísimos pensábamos pero nadie había verbalizado respecto de la injusta valoración profesional y social del reportero raso. Dice Gabo: “El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: a los diecinueve años -siendo el peor estudiante de derecho- empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso”.
En lo personal siento que ese testimonio contiene una reivindicación del oficio de reportero. En los medios, como dice GGM, opera una lógica al revés. Cuando un reportero destaca por sus habilidades narrativas e investigativas, lo congelan convirtiéndolo en editor. El medio y la sociedad pierden un narrador, o sea alguien capaz de hacer inteligible el mundo. Antes, los periodistas aspiraban a escribir algún día una gran novela, ahora los novelistas aspiran a escribir un gran reportaje. Del primer caso hay muchos ejemplos exitosos, pero casi no hay novelistas que logren escribir un gran reportaje con las reglas del buen oficio.
En el prólogo de su novela Del amor y otros demonios, GGM cuenta que se encontró con el tema de su novela durante una cobertura periodística en sus primeros años de reportero. El jefe de redacción del periódico en que trabajaba lo había enviado, sin mayor entusiasmo a ver cómo vaciaban las criptas funerarias de un antiguo convento para construir un hotel. Dice Gabo: “En la tercera hornacina del altar mayor, del lado del Evangelio, allí estaba la noticia. La lápida saltó en pedazos al primer golpe de la piocha, y una cabellera viva de un color de cobre intenso se derramó fuera de la cripta (…) En la hornacina no quedó nada más que unos huesesillos menudos y dispersos, y en la lápida de cantería carcomida por el salitre solo era legible un nombre sin apellidos: Sierva María de todos los Ángeles. Extendida en el suelo, la cabellera espléndida medía veintidós metros con once centímetros”
¡Ahí está la noticia! Esta frase pronunciada con los más diversos niveles de entusiasmo quizá es una de las más recurrentes en el periodismo. Encontrar la noticia, o sea el ángulo inédito de un acontecimiento, es el momento cumbre del oficio de reportero. En lo personal, casi nunca he podido desprenderme de esa actitud y de ese impulso, incluso en mis actividades académicas. Al escribir una columna de opinión, lo mismo que un informe académico, no dejo de buscar ese ángulo sorprendente, una herencia del oficio de reportero. En el fondo, siempre estoy buscando esa voz interior que me diga ¡Ahí está la noticia!…
miércoles, 28 de agosto de 2013
Yasuní: riesgo ambiental, humano y político
Por
Gustavo Abad
La decisión gubernamental de explotar el petróleo que yace en el subsuelo del Parque Nacional Yasuní pone en riesgo muchas cosas. Además del inevitable impacto ambiental contra una de las áreas de mayor diversidad en el mundo y lugar de vida de pueblos no contactados, también profundiza algunas prácticas negativas en cuanto al debate público y político en el Ecuador.
Esta semana, el portal de noticias ecuadorinmeditato cita el contenido de un informe de “Secretaría de
Inteligencia”, hecho público, aclara el mismo portal, por el presidente de la
República, Rafael Correa, respecto de las manifestaciones sociales en varias
ciudades en contra de la explotación petrolera en el Yasuní.
Según la versión noticiosa, el informe cuantifica que en
12 días se han producido 38 manifestaciones con un total de 1569 personas en
todo el país a un promedio de 26 personas por evento. Habrá que esperar otra
estadística con las marchas del 27 de agosto en Quito y Cuenca. ¿Significa que
el poder político ha puesto en funcionamiento un sistema de vigilancia social
con asombrosa precisión? De ser así, estamos ante un modo de ejercer el poder
que no admite la protesta en las calles pero practica al máximo la vigilancia
sobre las personas.
El mismo informe, anota el portal, contiene los nombres y
apellidos de personas concretas, sus filiaciones políticas, sus nacionalidades,
sus espacios de vida cotidianos. Aquí cabe una segunda pregunta ¿Cuál es la
intención del poder político al exhibir su capacidad de identificar a cada uno
de sus detractores? Quizá enviar un mensaje atemorizante de que en cualquier
momento y lugar es capaz de saber quién lo cuestiona.
Lo público, vale recordarlo, tiene una doble dimensión:
física y simbólica. La primera está compuesta por los espacios cotidianos de
convivencia social, mientras que la segunda es el lugar de circulación e
intercambio de ideas y visiones del mundo. En el espacio público conviven, con mayor o
menor tensión, los modos de hacer con los modos de pensar.
En otras palabras, lo público es el lugar físico o
simbólico donde las personas se manifiestan políticamente ya sea para apoyar o para
cuestionar un determinado orden social. Desde esa perspectiva, la decisión
oficial sobre el Yasuní parece indicar que el espacio público en el Ecuador ha
dejado de ser un lugar de afirmación y expansión de la propia voz ante los
demás para convertirse en un espacio de riesgo y exposición ante el poder.
La mirada vigilante deshumaniza al vigilado porque lo
convierte en objeto de información y le niega su condición de sujeto de
comunicación.
Entre los argumentos del gobierno a favor de la
explotación petrolera en el Yasuní está el que sólo se afectará el uno por mil
de ese territorio. Resulta extraño entonces que le parezca tan peligrosa la
presencia en las calles de una cantidad de manifestantes calificada por el
oficialismo como minúscula. ¿Significa que cuando se trata de su política
extractivista el uno por mil de afectación ambiental es insignificante y cuando
se trata de las protestas sociales un porcentaje mucho menor de personas es
insoportable?
El caricaturista Bonil interpreta humorísticamente esta
suerte de fundamentalismo estadístico del gobierno y dibuja a un médico que le
explica a una mujer que no se preocupe porque está embarazada “tan solo por el
uno por mil de los espermatozoides”. Con menos habilidad humorística, yo
añadiría que una persona también puede morir cuando le cortan el uno por mil de
sus arterias vitales. ¿Acaso las estadísticas ayudaron a evitar el exterminio
de los pueblos tetetes y sansahuaris hace cuatro décadas? ¿Será que la
complejidad de la vida de los tagaeri y taromenane que habitan el Yasuní puede
ser explicada y preservada desde la simpleza de un porcentaje?
Pero a lo que iba, en el Ecuador se ha consolidado una
fórmula de confrontación peligrosa: cada manifestación de los sectores sociales
se expone a un enfrentamiento con una contramanifestación oficialista; cada voz
disidente se expone a un escarnio público por parte del máximo representante
del poder político; cada investigación periodística se expone a un
enjuiciamiento por parte de la autoridad que se considere injuriada; parece que
la vieja confrontación entre ricos y pobres ha mutado en una confrontación
entre gobernantes y gobernados.
La decisión de explotar el petróleo del Yasuní viene a
ser una vuelta de tuerca más en esta dinámica de control político y social
donde el espacio público, físico y simbólico, deja de ser un lugar de expresión
de la diversidad, de reafirmación del ser político, para convertirse en un
espacio de riesgo y de exposición ante un poder político hiperracional e hipercontrolador,
que pone toda su energía en mostrarse infalible en sus actos e implacable con
quien lo ponga en duda.
sábado, 12 de enero de 2013
Juan García y Juan Montaño: territorios distintos y narrativas complementarias desde la memoria afrodescendiente
Este ensayo pone en diálogo el pensamiento y la obra de dos referentes de la cultura afrodescendiente en el Ecuador: Juan García y Juan Montaño. Desde una perspectiva histórico-literaria, analiza las maneras cómo un investigador de la cultura –García- y un escritor –Montaño- ponen en escena el tema de la memoria. El primero va en busca de la tradición oral como portadora de los valores ancestrales capaces de sostener un proceso de resistencia cultural. El segundo, en cambio, inventa otra poética y construye nuevos sentidos acerca de la condición afro en el escenario urbano. Temas como la oralidad, la música, la comunidad, la ciudad, la noche, el amor adquieren significados particulares desde la mirada de dos intelectuales que se expresan desde una profunda conciencia afrodescendiente.
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viernes, 9 de noviembre de 2012
Los claroscuros y la mala conciencia del poder
Por Gustavo Abad
Los claroscuros se forman mediante esos juegos de luces y sombras que, según la mirada, iluminan u oscurecen la realidad. La política y la comunicación se desarrollan dentro de ese juego de contradicciones. No hay que asustarse por ello. Lo cuestionable es que alguien, situado en esos límites de luces y sombras, reclame para sí algún dominio sobre la verdad. Aquí tres casos en los que los claroscuros y la mala conciencia son el estado dominante.
1. Asilo para Assange y amenaza para los funcionarios
El asilo diplomático concedido, el 16 de agosto de 2012, por el gobierno ecuatoriano a Julian Assange es una decisión coherente desde la mirada ideológica. Otra cosa son sus resultados en la dimensión pragmática de la política, algo en lo que no voy a entrar. Por ahora no, gracias. El fundador de Wikileaks, pese a lo que digan sus detractores, es un activista por el derecho a la información y su vida corre peligro si llega a ser extraditado a Suecia y luego, como se teme, a Estados Unidos. Yo estoy con Assange y lo escondería en mi casa si tuviera una.
Sin embargo, la coherencia ideológica demostrada con Assange se hace trizas poco tiempo después, el 13 de octubre, cuando el presidente Correa amenaza con destituir a los funcionarios que entreguen información directamente a los asambleístas sin respaldo de la Presidencia de la Asamblea. Ahí, el mandatario privilegia el cálculo coyuntural por sobre la demanda histórica de garantizar el derecho a la información.
¿Significa que solo Assange goza del apoyo del gobierno ecuatoriano para buscar y difundir información? El gobierno profundiza así la visión maniqueísta de la lucha de buenos contra malos. En ese esquema inaceptable, bueno solo es un hacker australiano que pincha y difunde cables diplomáticos del gobierno de Estados Unidos, y malo un asambleísta ecuatoriano que pide cuentas a las autoridades, cuyo deber es manejar las cosas con transparencia en este país.
2. Código de la Democracia ¿Campaña política sin tesis políticas?
En su afán de evitar una práctica común de los medios como es vender propaganda por información, el oficialismo logra hacer reformas al Código de la Democracia que, en lugar de solucionar el problema, lo enturbian más.
El artículo 203 del Código de la Democracia, reformado y vigente desde el 18 de octubre, dice: “Los medios de comunicación social se abstendrán de hacer promoción directa o indirecta que tienda a incidir a favor o en contra de un determinado candidato, postulado, opciones, preferencias, electorales, o tesis política”.
El periodismo es una actividad intelectual de intervención social política y cultural que se ejerce en el ámbito de la información mediática. Entonces, esa información naturalmente tiende a incidir a favor o en contra, no solo de una tesis política, sino incluso de una comprensión del mundo. No hay periodismo inocente. Lo que se busca es periodismo ético y, para ello, el camino es otro.
Me pregunto ¿Para qué sirve entonces la comunicación si no es para incidir directa o indirectamente en la comprensión de la realidad? ¿Quiere el oficialismo una campaña política sin tesis políticas? Al mal periodismo no se lo combate con peores reformas legales.
3. Los que le cantan al Che condenan a otros que ¡también le cantan al Che…!
El poder se ejerce por coerción o por consenso. La primera vía implica el uso de los aparatos represivos, mientras que la segunda es producto de una estrategia simbólica más compleja. Gobernar por consenso significa capitalizar a favor del gobernante un conjunto de símbolos que tocan directamente la sensibilidad de los gobernados y los conduce a sumarse a su proyecto político.
La llamada revolución ciudadana ha usado a su favor una de las figuras de mayor dimensión simbólica en América Latica, la del revolucionario, cuya máxima personificación es el Che Guevara. Casi no hay mitin político auspiciado por el movimiento del presidente Correa que no termine con la célebre “Comandante Che Guevara…” más o menos desacompasada según la ocasión.
Y sin embargo, el pasado 3 de marzo, 10 jóvenes (7 hombres y 3 mujeres) fueron detenidos en el barrio Luluncoto y continúan en prisión mientras enfrentan cargos de terrorismo. Entre las pruebas inculpatoria estaban precisamente una serie de objetos que seguramente hubieran estado entre los preferidos de cualquier seguidor contemporáneo del Che Guevara. Según organismos de derechos humanos, entre las pruebas inculpatorias constan: panfletos revolucionarios, cuadernos de la Universidad Central, discos de Jaime Guevara, Silvio Rodríguez, Víctor Jara, banderas del Frente Sandinista de Liberación Nacional, pasamontañas, botas de caucho… y así por el estilo.
Los que le cantan al Che Guevara desde las tarimas del poder –muchos de ellos, funcionarios acomodados, solo movidos por las hilachas de su pasado subversivo- mantienen en prisión a otros que también le cantan al Che Guevara, pero desde abajo y con treinta años menos, es decir, la diferencia entre los ideales de unos y la mala conciencia de otros.
sábado, 16 de junio de 2012
El autismo oficial es una oportunidad periodística
Por Gustavo Abad
El gobierno ecuatoriano parece tener una vocación autista. La decisión de no conceder entrevistas a los medios privados confirma la escasa comprensión del oficialismo respecto de la construcción de una esfera pública diversa porque, en lugar de ampliarla, la reduce. Ese silenciamiento que, según se anuncia, será compensado con una mayor presencia de funcionarios en los medios estatales, más que un acto reivindicativo del llamado proceso revolucionario, resulta un gesto de autocomplacencia típico de los que solo quieren escucharse a sí mismos.
Sin embargo, el gobierno no es el único actor despistado en este modelo dramático, que ha llegado ya a su fase caricaturesca, de buenos contra malos. Los medios privados han puesto también su dosis de melodrama al declararse víctimas de una política gubernamental, contra la que no atinan, porque se niegan a interpretarla más allá del predecible discurso de la libertad de expresión. Desde esa posición, comienzan a perder la gran oportunidad de cambiar sus agendas informativas, sus prácticas investigativas y sus estrategias narrativas.
Resulta extraño que el mismo gobierno que, hace cinco años, invitó a los medios a jugar en la cancha de la confrontación discursiva y los goleó, ahora los invita a salir de ella, pero los medios no quieren irse. Esta coyuntura puede ser leída como un síntoma de arrogancia oficial pero también como una muestra de incapacidad periodística. Acostumbrados a no mirar más allá de los escenarios tradicionales de la política, los medios privados se niegan a aceptar el desafío de construir otros relatos de lo social, a dejar de mirar únicamente al funcionario y volver la mirada hacia la comunidad.
Si lo pensamos bien, no hay razón para que los medios no puedan prescindir de ministros, subsecretarios, gobernadores y otros voceros oficiales. Si hiciera falta, la versión del gobierno ya está sobreexpuesta en los medios estatales, en las cadenas nacionales, en las sabatinas y hasta en los partidos de la Selección. En realidad, es poco lo que pueden ofrecer unos funcionarios amedrentados, que son fácilmente desmentidos por el máximo representante del poder político. Ya lo dijo el caricaturista Bonil, ellos no conceden entrevistas pero sí caricaturas.
Si los medios privados se plantearan otros modos de entender y practicar el periodismo tomarían esta prohibición no como un problema sino como una oportunidad. Ahora es cuando tienen la posibilidad de ensayar nuevas agendas informativas basadas en la identificación de las demandas sociales y en la búsqueda de respuestas políticas. Pero las respuestas políticas no están en el discurso de los funcionarios, sino en los niveles de satisfacción y participación de la comunidad, en los efectos sociales y culturales de los actos de gobierno. El periodismo que se olvida de la calle, del campo, de la comunidad y de la vida que en ella anida no es periodismo.
La relación entre comunicación y política en el transcurso de este gobierno ha sufrido giros inesperados. Cuando se inauguraron los medios públicos, se suponía que éstos serían los exponentes de un periodismo social, de nuevas maneras de construir el relato informativo, de una relación más cercana con las audiencias, de unas narrativas frescas y sorprendentes, que actuarían como contrapeso a los esquemas gastados de los medios tradicionales. Pero eso no ha ocurrido y todo indica que renunciaron a ese objetivo.
La ironía de todo esto consiste en que los medios privados, a los que se ha recriminado, con sobradas razones, por su histórica adicción al poder, su falta de apertura hacia nuevos actores sociales, su déficit investigativo, entre otras cosas, ahora quedan en posición de recoger los valores del periodismo social. Si los medios privados no aprovechan este desafío de prescindir de la retórica oficial, que no lo oculten luego bajo el discurso de la libertad de expresión.
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