Por Gustavo Abad
Creo que todos los reporteros, de manera consciente o inconsciente, hemos estado por muchos años entrando y saliendo del universo garciamarquiano. Tanto la obra periodística como la literaria del Gabo han sido una suerte de trastienda, una despensa inagotable que hemos aprendido a saquear con mayor o menor sutileza. Alguna frase, alguna metáfora sugerente en nuestros afanes de escritura, muchas veces ha sido una resonancia de alguna lectura de la cantera de ideas de GGM. En ese sentido, él ha sido y sigue siendo una figura tutelar para todos los reporteros. Yo mi incluyo siempre en este grupo.
Hace pocos días, el escritor guayaquileño Marcelo Báez hacía notar la infinidad de veces en que los títulos de las obras del Gabo habían servido como una suerte de comodín adaptable a cualquier temática. Crónica de una muerte anunciada, dice Báez, es quizá el que más adaptaciones ha sufrido. Solo había que cambiar la palabra muerte por crisis, renuncia, derrota…y listo. Lo mismo ha ocurrido con El general en su laberinto, en que general se cambiaba por presidente, ministro, diputado. Así también, El coronel no tiene quien le escriba o El otoño del patriarca han sido objeto de un saqueo parecido, puntualiza Báez.
En lo personal, creo que este uso –que para muchos puede parecer oportunista o facilista- revela también la profunda huella de la imaginación de GGM en la cultura popular y de masas. Significa que sus palabras son parte del ambiente, del paisaje cultural, una propiedad intangible de todos, un patrimonio incorporado al habla cotidiana por lo tanto a la vida cotidiana porque el habla y la vida no se pueden separar, son parte de una misma cosa…
En El mejor oficio del mundo, GGM dice, entre muchas verdades, algo que muchísimos pensábamos pero nadie había verbalizado respecto de la injusta valoración profesional y social del reportero raso. Dice Gabo: “El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: a los diecinueve años -siendo el peor estudiante de derecho- empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso”.
En lo personal siento que ese testimonio contiene una reivindicación del oficio de reportero. En los medios, como dice GGM, opera una lógica al revés. Cuando un reportero destaca por sus habilidades narrativas e investigativas, lo congelan convirtiéndolo en editor. El medio y la sociedad pierden un narrador, o sea alguien capaz de hacer inteligible el mundo. Antes, los periodistas aspiraban a escribir algún día una gran novela, ahora los novelistas aspiran a escribir un gran reportaje. Del primer caso hay muchos ejemplos exitosos, pero casi no hay novelistas que logren escribir un gran reportaje con las reglas del buen oficio.
En el prólogo de su novela Del amor y otros demonios, GGM cuenta que se encontró con el tema de su novela durante una cobertura periodística en sus primeros años de reportero. El jefe de redacción del periódico en que trabajaba lo había enviado, sin mayor entusiasmo a ver cómo vaciaban las criptas funerarias de un antiguo convento para construir un hotel. Dice Gabo: “En la tercera hornacina del altar mayor, del lado del Evangelio, allí estaba la noticia. La lápida saltó en pedazos al primer golpe de la piocha, y una cabellera viva de un color de cobre intenso se derramó fuera de la cripta (…) En la hornacina no quedó nada más que unos huesesillos menudos y dispersos, y en la lápida de cantería carcomida por el salitre solo era legible un nombre sin apellidos: Sierva María de todos los Ángeles. Extendida en el suelo, la cabellera espléndida medía veintidós metros con once centímetros”
¡Ahí está la noticia! Esta frase pronunciada con los más diversos niveles de entusiasmo quizá es una de las más recurrentes en el periodismo. Encontrar la noticia, o sea el ángulo inédito de un acontecimiento, es el momento cumbre del oficio de reportero. En lo personal, casi nunca he podido desprenderme de esa actitud y de ese impulso, incluso en mis actividades académicas. Al escribir una columna de opinión, lo mismo que un informe académico, no dejo de buscar ese ángulo sorprendente, una herencia del oficio de reportero. En el fondo, siempre estoy buscando esa voz interior que me diga ¡Ahí está la noticia!…
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