Por Gustavo Abad
Cuando Susan Sontag
planteaba que la interpretación muchas veces es un acto de venganza del
intelecto contra el arte, no quería negar el valor de las ideas, sino destacar
la potencia de la forma en sí misma. Proponía así liberar a las obras de arte del
pesado ropaje conceptual con que suelen recubrirlas los críticos y volver a la
experiencia sensorial.
De todos modos, la
experiencia general del espectador, ya sea desde la pura impresión sensorial del
arte o desde la irresistible tentación de interpretarlo, deambula por un amplio
e impredecible territorio en el que reside gran parte de su riqueza: el de las
preguntas.
Quizá por ello, el
coreógrafo francés Sylvain Huc imaginó una obra a partir de una sucesión de
preguntas disparadoras acerca de la relación entre el individuo y el colectivo,
entre el cuerpo personal y el de la multitud. Y procura responderlas en Nupcias, una creación colectiva que puso
en escena recientemente con el elenco de la Compañía Nacional de Danza (CND) en
varios escenarios de Quito.
¿Podemos renunciar a
nuestra soberanía individual y encontrar otra fuerza para actuar?, se pregunta,
entre otras cosas, el director. Y la respuesta –siempre provisional, siempre
exploratoria– es una serie de movimientos con que los 17 bailarines
materializan en el espacio físico del escenario el eterno dilema de ser uno y
todos a la vez.
El cuerpo es la unidad
mínima con que se manifiesta el ser humano en el mundo y las multitudes son su
estado de máxima intensidad colectiva. Por eso, Nupcias puede ser descrita como un persistente viaje de ida y
vuelta entre la autonomía personal y la subordinación grupal.
La vida contemporánea
y, dentro de ella, un arte tan corporal como la danza, se organizan a partir del
modo con que cada individuo establece las distancias y las cercanías con los
demás. En otras palabras, es en el cuerpo donde se concentra la suma de
expectativas entre uno y el resto: saber cuándo mostrarlo, cuándo ocultarlo, cuándo
exponerlo, cuándo protegerlo…
En Nupcias, los bailarines de la CND ponen su cuerpo al servicio de
esas preguntas, se colocan en el centro del experimento, y alcanzan un efecto
evocador del funcionamiento social. El cuerpo, en este caso, se pone en
evidencia como el elemento central de un juego permanente entre las fuerzas
controladoras y los impulsos liberadores que rigen la vida.
La tradición
racionalista ha alentado durante siglos la supremacía de lo individual sobre lo
colectivo. El arte, y en este caso la danza, propone una ruptura de esta
fórmula jerárquica. En el trabajo grupal, el cuerpo individual entabla
infinitos intercambios con los demás. La energía de unos se transmite a otros y
cada cuerpo se reafirma como vehículo de la experiencia.
Por eso, y volviendo a
la idea provocadora de Sontag, se podría decir que en Nupcias no son los conceptos los que definen ni, mucho menos,
justifican la obra, sino que son los cuerpos los que se autorizan a sí mismos y
nos ayudan a los demás a entender el mundo o al menos la parte de mundo que nos
toca.
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