Por Gustavo Abad
Esto se veía venir, lo que no se podía
anticipar era el cómo y el cuándo. Un gobierno como el de Lenín Moreno, que
nació deslegitimado por fundadas sospechas de fraude en las elecciones de 2017,
tenía que enfrentarse algún día con su mayor debilidad: ocupar el poder, pero
carecer de autoridad.
Rota su complicidad de diez años con el
correísmo, la banda delincuencial más grande que ha gobernado al Ecuador –el
expresidente Correa está prófugo, el expresidente Glass sigue preso, mientras otros
jefazos guardan arresto domiciliario o se refugian en paraderos desconocidos– Moreno
no vio otra salida, para sostener su difuso plan de gobierno, que buscar el
apoyo de la derecha empresarial, paradójicamente, la mayor beneficiada por el
correísmo.
El discurso anticorrupción de Moreno al inició
de su mandato le permitió comprar tiempo y mejorar considerablemente su capital
simbólico para gobernar con relativa tranquilidad sus dos primeros años. Después
se diluyó misteriosamente.
Fue entonces cuando sus nuevos aliados
comenzaron a cobrarle su apoyo interesado. Los acuerdos con el Banco Mundial y
el Fondo Monetario Internacional, concretados a inicios de 2019, solo
confirmaron el proyecto neoliberal del gobierno y crearon el estado de ánimo
para la rebelión de diversos sectores sociales.
En este momento a nadie le interesa debatir
acerca de la racionalidad técnica de las medidas económicas del pasado 30 de
septiembre –eliminación del subsidio a los combustibles, flexibilización laboral,
reducción de vacaciones y de sueldos, etc.– porque en la política no rige tanto
la racionalidad como los imaginarios. Y en el Ecuador el imaginario asociado a
la palabra paquetazo es el de la protesta callejera, las llantas quemadas, la represión
policial, la indignación popular.
Ni Moreno ni sus ministros tuvieron la capacidad
de entender esa dimensión de la política y mucho menos de imaginar medidas de
compensación para atenuar el golpe que iban a asestar. Su error no es técnico
sino político. Por eso repitieron el viejo libreto de anunciar el paquetazo como
si nada y, al primer brote de inconformidad, responder con la declaración del
estado excepción y una represión desmesurada, comparable solo con los días más
atroces del correísmo.
Al fin y al cabo, Moreno es heredero de Correa,
la cara complementaria de la misma moneda. No hay traición entre ellos ni
divergencia de ideales, sino bronca por un mal reparto del negocio.
En el Ecuador vivimos una aporía en toda regla,
una situación desesperante en la que, hagamos lo que hagamos, vamos a perder.
El desprestigio del gobierno de Moreno podría hacer reflotar la figura de su
antiguo jefe y eso buscan ahora mismo sus adeptos mediante la estrategia de
generar violencia en las calles. Por eso es necesario identificar quién es
quién en todo este estado de cosas demencial.
- El
movimiento indígena recupera espacio y movilización
Golpeados por tantos años de represión y
cooptación de sus dirigencias, desgarrados por luchas internas e infiltrados
por oportunistas, los movimientos sociales han requerido en los últimos años
más energías para sobrevivir que para liderar un camino hacia un país mejor.
De todos ellos, el movimiento indígena, el de
mayor incidencia política desde el retorno a la democracia y también el más
perseguido y reprimido por el correísmo, cuenta todavía con una base bien
organizada, a juzgar por la capacidad de movilización de los últimos días.
Su presencia en las calles de Quito evoca los
momentos de su mayor auge en la década de 1990 y primeros años 2000. De hecho,
si alguna fuerza social va a resultar determinante en el desenlace –cualquiera
que sea– de esta rebelión popular, es justamente la de las organizaciones
indígenas.
No obstante, se trata de un actor con pronóstico
reservado, con dirigencias todavía confusas, con mayor capacidad reactiva que
programática. Una densa maraña de intereses cruzados impide aseverar con alguna
certeza cuál será su derrotero.
Otros, como el ecologismo y el feminismo, que
han ganado mucho espacio en los últimos años, no alcanzan todavía la incidencia
que ojalá lleguen a tener pronto en la vida pública.
Mientras tanto, vivimos la aporía de un país
obligado a mirarse a sí mismo en medio de una nube de bombas lacrimógenas.
- La
estrategia del correísmo es el cinismo
Varios dirigentes del anterior gobierno quieren
aprovechar esta ola de inconformidad popular para posicionar una falsa imagen
de luchadores sociales. En estos días aparecen personajes como Virgilio Hernández,
Gabriela Rivadeneira, Paola Pabón, entre otros, que quieren pasar como
abanderados de la protesta.
Hace poco más de dos años, cuando detentaban el
poder, condenaban cualquier manifestación en las calles. Para ellos, todo brote
de rebeldía popular era sinónimo de terrorismo y desestabilización. Quienes
ahora se quejan de la violenta represión del gobierno morenista, hace menos de
tres años aplaudían los balazos del régimen correísta.
Cualquier persona honesta tiene dudas en la
vida. Los correísta no las tienen. Su estrategia es el cinismo, ese
salvoconducto psicológico que se compran algunos para ir por el mundo sin que
les asome en la cara el menor rastro de vergüenza.
3.
A los choferes solo les importan los choferes
Intento rastrear en la historia de las luchas
sociales algún acto de solidaridad de los choferes con otros sectores y no lo
encuentro. A los señores del volante solo les importan sus propios intereses.
Durante el gobierno correísta, las principales
organizaciones del transporte (buseros y taxistas) ejercieron como sus mejores
aliadas. Participaron en las campañas electorales del oficialismo con gente y
vehículos. Así obtuvieron exoneraciones de impuestos, subsidios para
combustibles, reducción de las normas de seguridad, disminución de los
controles en las carreteras y, lo peor de todo, impunidad para su conducta
asesina en las calles y rutas del país con un promedio que supera los mil
muertos cada año.
Los transportistas solo piensan en ellos. Una
vez que obtienen sus beneficios particulares se olvidan de los demás. Dicen que
luchan por el pueblo, pero lo maltratan todos los días en sus carros de la
muerte.
- Varios
medios privados se traicionan a sí mismos
Resistir durante diez años el asedio de un
gobierno enemigo de los medios y del periodismo requiere valor e inteligencia.
Dilapidar en pocos días ese capital simbólico ganado a fuerza de revelar la
corrupción en las altas esferas del poder es una extremada torpeza. No puedo
asegurar que todos, pero al menos Teleamazonas y Ecuavisa han dado muestras de
ella.
El enfoque oficialista de sus informaciones es
un retroceso en el terreno ganado en los últimos años por muchos medios y
periodistas, que le ofrecieron al país pruebas innegables de la importancia social
de su trabajo. Hablar en sus noticieros de los beneficios de la eliminación de
impuestos a las computadoras mientras ignoran la represión policial y militar
en las calles y comunidades los acerca al poder y los aleja de la sociedad.
Así, varios medios ofrecen en bandeja los
argumentos que necesitan los detractores del periodismo para denostar de su
función en la vida pública. Unos más, otros menos, esos medios reproducen en
esta coyuntura lo que los medios públicos hicieron durante el gobierno anterior
y el actual: informar desde la agenda del poder y no desde las demandas de la
sociedad.
- Las redes sociales y la interrogante del periodismo
ciudadano
La premisa más difundida en este y en otros
momentos de gran tensión política es que, a falta de una cobertura eficiente de
los medios tradicionales, las redes sociales llenan ese vacío. Eso puede ser cierto,
pero solo de manera parcial. No cabe duda de que las redes sociales ayudan a
democratizar la información en la medida en que cualquier persona puede
transmitir su propia versión de los hechos desde cualquier lugar sin pasar por el
filtro de una edición. De acuerdo, pero así como nadie controla nada, nadie se
hace cargo de nada.
Por cada información certera que circula por
las redes sociales hay que descartar otra o más informaciones falsas
–declaraciones inventadas, titulares modificados, fotos descontextualizadas,
datos alterados, noticias de otros países, de otras épocas…etc.– que no ayudan a
entender lo que pasa y solo aumentan la confusión.
Cuando alguien promovió la idea de periodismo
ciudadano seguramente tenía buena intención, pero confundió información con
periodismo que es como confundir comida con alimentación. El periodismo es un
relato de lo social que se basa en la información y se ajusta a normas de
verificación, contrastación, contextualización y narración especializadas. El
periodismo es bueno cuando se ajusta al rigor informativo y malo cuando oculta
lo que pasa o dice lo que no pasa. Y eso nada tiene que ver con que circule por
los medios tradicionales o por las redes sociales.
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