TRES TOQUES: ACERCA DE LOS JUGADORES Y LAS TÉCNICAS
Por Gustavo Abad
El sentido del juego
Un partido se inicia con el saque o batida a cargo del equipo que haya ganado el sorteo previo. El saque se ejecuta desde atrás de la línea final y consiste en golpear la pelota con el puño o con la mano extendida y enviarla al campo rival. Esta ligera ventaja inicial es importante porque pone al abridor muy cerca de marcar el primer punto a su favor.
Un punto se obtiene cuando: a) el contrincante no logar parar el saque; b) cuando no logra retornar la pelota por sobre la red; c) cuando la envía fuera de la cancha; d) cuando realiza una jugada no permitida por el reglamento, como hacer más de tres toques, pisar la línea divisoria del campo, entre otras. En cualquier caso, para anotar un punto el equipo tiene que estar en posesión del saque. De lo contrario, sólo obtiene un cambio.
La dinámica del partido consiste básicamente en un intercambio de la pelota con diversos niveles de habilidad y fuerza. El objetivo es colocarla en el campo contrario o, por lo menos, obligar a fallar al rival. Pero éste tiene la misma intención. Entonces el juego se convierte en una competencia de astucias, engaños, amagues, incluso intercambios verbales para disminuir al adversario. No hay violencia en ello, sólo impulso agresivo, que no es lo mismo.
Por lo general, el volador recibe el saque y pasa la pelota al servidor para que éste la levante hacia la red de manera que el colocador pueda, con un toque, colocarla en terreno adversario. Cuando el colocador la pasa con predominio de la técnica, se conoce como “coloque fino”. Cuando lo hace con predominio de la fuerza y en sentido vertical, se conoce como “gancho”. No es lo usual pero, cuando se enfrentan un ganchador contra un colocador fino, también conocido como “ponedor” , el espectáculo es excepcional porque escenifica la lucha entre la fuerza y la inteligencia.
Si hacemos un breve perfil técnico de los integrantes de un trío de ecuavoley tenemos lo siguiente:
El colocador
Representa el elemento ofensivo, el encargado de colocar la pelota en el campo contrario y en quien recae la mayor responsabilidad en el triunfo o la derrota. Puede ser ganchador o “ponedor” dependiendo de su estatura. Por lo general, se lo considera el líder del equipo, el que propone la estrategia, aunque las decisiones se toman de consenso con sus compañeros. El biotipo ideal del colocador es alto y delgado.
El servidor
Representa el elemento creativo, el encargado de levantar la pelota a la altura adecuada para que el colocador quede en buena posición de realizar su mejor jugada. Su función es vital, puesto que puede convertir una pelota fácil en difícil o viceversa. En determinado momento puede ejercer de colocador cuando se requiere aprovechar un descuido del rival. El biotipo ideal del servidor es de estatura mediana, rápido física y mentalmente.
El volador
Representa el elemento defensivo, el encargado de recibir el saque y levantar la pelota hacia el servidor. Su responsabilidad es grande, puesto que debe garantizar la seguridad desde el primer toque. Un buen volador le ofrece al colocador la posibilidad de moverse con libertad por el resto del campo si sus espacios están bien cubiertos. Puede ocupar el puesto del colocador cuándo éste ha quedado en mala posición. El biotipo ideal del volador es de estatura mediana, fuerte pero ágil a la vez.
Los protagonistas de un cuadrangular relámpago
Cuando Daniel Cedeño era niño tenía el pelo largo, lacio y colorado. Así andaba por las calles de su natal Santa Ana, provincia de Manabí. Los más grandes no tardaron en apodarlo “La Pepona”, porque parecía una copia pequeña de José Omar Reinaldi, un argentino que jugó en el Barcelona de Guayaquil a mediados de los setentas, conocido como “La Pepona” Reinaldi.
En el mundo del ecuavoley es raro que los jugadores se conozcan por el nombre. Más fácil resulta el apodo, que no sólo es la versión caricaturesca de su identidad, sino una síntesis precisa de su historia personal o de su modo de ser, y nadie rehúye a llevar uno. Por eso, cuando alguien pregunta por “el señor que encargó los trofeos para este cuadrangular… “, Cedeño, ahora ya cuarentón, se adelanta: “ese soy yo, La Pepona, conmigo tienes que hablar” y reivindica para sí una autoridad ganada en las canchas y sellada con su apodo famoso.
Viernes por la tarde, cancha de tierra de la Asociación de Ecuavoley de Guayllabamba. “La Pepona” no para de hablar por su celular. “Vea papá, no se haga líos, si viene con su esposa, coja un taxi y aquí le pago, ya, ya… suerte papá…”, instruye a uno de los jugadores que viene a participar en un “cuadrangular relámpago”, que ha organizado en esa parroquia del norte de Quito para mirar buenos partidos, pero también para ganarse unos dólares como empresario a pequeña escala de ecuavoley.
Es la segunda vez que este veterano volador las oficia de organizador, gracias a la buena relación que surgió el año pasado con los dueños de la cancha, que es en realidad una aspiración de coliseo, con piso de tierra, cuatro filas de gradas de cemento por los cuatro costados y columnas de hierro que sostienen una cubierta de cinc, la estructura típica de los escenarios deportivos rurales. Un voluntario riega la cancha con agua para que ni una pisca de polvo empañe el espectáculo de esta noche.
El teléfono suena otra vez. “¿Dónde está?... ya, dígale al chofer que lo deje a la entrada de Guayllambamba, no se vaya a pasar… de ahí camine nomás, que la cancha está cerca del parque, ya, ya…” Diálogos de ese orden ha tenido “La Pepona” durante las últimas tres semanas con los mejores jugadores del país, con quienes ha logrado un cartel de élite, figuras que casi nunca aparecen en las páginas deportivas de los diarios, pero sí en el "boca en boca" de los asiduos a este deporte.
Un cuadrangular es el torneo más sencillo y viable. Se realiza en dos jornadas de dos partidos cada una y los rivales salen por sorteo. Los perdedores de la primera jornada se enfrentan en la segunda por el tercer lugar, mientras que los ganadores lo hacen por el primero. El concepto es redondo, nada sobra ni falta.
La gente comienza a llegar, la mayoría se acerca a un letrero de cartulina, donde se anuncian los equipos y los premios. La lista incluye a Invin, Compucintas, Asaderos Reina del Cisne y Car-Service. Pero los nombres comerciales no llaman la atención como el nombre, más bien el apodo, del colocador, el líder del trío, que ha sido cuidadosamente resaltado para evitar confusiones.
Por Invin llegará “Pillao” (Carlos Valencia) acompañado por “Gatillo” y “Mocache”; por Compucintas estará Emerson (uno de los pocos que no tiene apodo pero casi nadie sabe su apellido, Niola) junto con “Negro Celi” y “Miguelito”; por Asaderos Reina del Cisne se anuncia a “La Reina” (Cristian Valero), flanqueado por “Chulla Bola” y “Mono Gil”; y por Car-Service vienen el “Zurdo Misil” en compañía de “Frank” y Carlos Toro.
Todo es cuestión de palabra, aquí no hay contratos ni empresarios ni federaciones. Un cuadrangular tiene éxito según la confianza de los jugadores y del público en el organizador, quien pone en juego lo que los sociólogos llamarían su “capital simbólico”, es decir, su imagen y su reputación. Aunque no hay documentos formales, todos los compromisos se guardan en la memoria de los jugadores, que van de cancha en cancha por todo el país, cumplen acuerdos verbales, aceptan desafíos y conceden revanchas, sin que nada los obligue, excepto la confianza que unos depositan en otros.
El trío ganador se llevará 800 dólares; el segundo ganará 600; el tercero 400 y el cuarto 200. Haciendo sumas y restas, cada integrante del mejor trío se embolsará no menos de 300 (incluida alguna recompensa de los apostadores) y los perdedores se consolarán con 60 cada uno. No está mal para un fin de semana.
“La Pepona” piensa financiar los 2000 dólares de los cuatro premios con la taquilla. Ha fijado la entrada en dos dólares por persona y necesita que entren al menos 1000 espectadores para cumplir su compromiso. Su ganancia dependerá de cuántos rebasen esa cifra. Para no correr demasiados riegos, pidió a empresas y negocios pequeños que ayuden a financiar los pasajes y estadía de algunos jugadores. Si no logra ganancias, al menos mantendrá en alto su reputación, y eso es lo importante.
Comienza a oscurecer y también a llegar los jugadores. Son una especie de cofradía unida por el deporte. Todos se conocen y todos se han enfrentado varias veces. Aunque tienen revanchas pendientes, los afectos salen a flote en medio de bromas y choques de mano con el pulgar arriba.
Ahí están, por orden de llegada, “Pillao”, un afroesmeraldeño de 1,93 m. y la fuerza de un tractor; después llega “La Reina”, un orense flaco y rubio, de 1.88 m., que no se despega de su blackberry donde mira los videos que sus seguidores han subido a youtube; el “Zurdo Misil”, con 1,85 m., flaco y fibroso, como vara de chonta, saluda discreta pero amablemente con todos; finalmente, Emerson, otro orense, que compensa su tamaño, relativamente bajo para un jugador de élite, con unas pantorrillas que funcionan como propulsores y lo elevan casi un metro en cada salto.
El primer partido será “Pillao” versus “La Reina”. Pese a que un duelo entre ganchadores puede resultar monótono, por el predominio de la fuerza, éste no lo es. Saben que la gente vino a ver espectáculo y se lo dan. Al final, es una cuestión de estado físico. La potencia de “Pillao” es superior a la resistencia de “La Reina” y el esmeraldeño gana sin objeción en dos sets.
En el segundo partido, el “Zurdo Misil” y Emerson protagonizan un duelo de antología. Intercambian ganchos y coloques, fuerza e inteligencia. El público delira ante tal demostración de agilidad física y mental. El partido se define en tres sets a favor de Emerson, gracias a una reserva de energía que guardó estratégicamente para el último tramo, como lo demuestra su camiseta empapada.
Son las doce de la noche y la cancha tarda en quedarse vacía. De rato en rato, algunos apostadores favorecidos se acercan a los ganadores y les extienden un billete de cinco dólares, como recompensa por su buena actuación. Sentado en una silla, junto a la salida, “La Pepona” mira todo serenamente y calcula cuánto le falta para cubrir los premios. A esas alturas ya sabe que su ganancia no será mucha, pero tampoco quedará endeudado. Está tranquilo y se premia a sí mismo con una cerveza fría.
Además de un evento deportivo, un cuadrangular de ecuavoley es un circuito de economía solidaria donde todos ganan algo. Los jugadores se hacen de un premio aunque pierdan; las pequeñas empresas que los auspician ganan clientes con la publicidad colocada en los uniformes; ganan los árbitros que ponen su tarifa según el nivel de los jugadores y el volumen de apuestas; ganan también los dueños de la cancha que se la alquilan al organizador; gana el público que, por una entrada de dos dólares, mira un espectáculo de alto nivel y pasa un fin de semana distendido.
La noche de la final, un olor a linimento inunda la cancha. La gente comienza a llegar en mayor número que la noche anterior. “La Pepona” celebra la entrada de cada aficionado como si fuera un hermano. Sabe que ahora se decide su ganancia y espera que su esfuerzo le deje algo.
Llega Emerson, imperturbable, con una bien ganada fama de luchador hasta el final. Ya sabe que el equipo rival tiene una estrategia para doblegarlo. En lugar de “Pillao” comenzará jugando Quintero, otro ganchador de 1,90 m. que tiene la misión de ablandarlo. En efecto, el primer set es una confrontación de dos estilos distintos. Mientras Quintero aterroriza con la fuerza de sus ganchos junto a la red, Emerson coloca la pelota con suavidad hacia el vacío. “Yo creo que este ha de ser pianista cuando no juega”, comenta un aficionado que aprecia el estilo artístico del jugador orense.
Al final, la estrategia funciona. Emerson gana el primer set, pero pierde el segundo contra “Pillao”, que ya ha reemplazado a Quintero. El tercer set se jugará entre un ganchador fresco y un colocador demasiado exigido. Los que gustan de la fuerza del ganchador lo celebran, como una proyección de sus propias carencias. Los que prefieren la inteligencia del colocador lamentan que haya tenido que lidiar contra dos monumentales rivales. El equipo liderado por “Pillao” se alza con la copa y los 800 dólares.
“La Pepona” hace el último balance, los números en la cabeza. “Parece que salí a tablas nomás mi hermano”, resume, entre aliviado y desencantado. “Por lo menos no le quedo mal a nadie, tú viste, todos tienen su premio”. La gente tarda en dejar la cancha. “La Pepona” se acerca a los jugadores y los invita a cenar arroz con langostinos que ha preparado su esposa.
“Todo bien…”, dice como sentencia final,” ya vendrá la revancha”. Y es cierto, porque en el mundo del ecuavoley todos tienen derecho a pedir y a que se les conceda una justa revancha…
Razón de algunos fetiches
Todos los deportes, y en esto el ecuavoley no es la excepción, tienen su propio universo simbólico. Hay objetos y costumbres que funcionan especialmente en un ámbito deportivo más que en otro y son lo más parecido a un adorado fetiche. Podemos mencionar tres muy ligados a este deporte: las zapatillas, la pelota y los apodos. Aquí su razón y vigencia:
Zapatillas Venus
No hay una regla escrita, pero la mayoría de ecuavolistas juegan con zapatillas marca Venus, especialmente cuando la cancha es de tierra, porque permiten desplazarse con mayor facilidad. No ocurre lo mismo cuando la cancha es de cemento o de parquet como en los coliseos. En ese caso, las Venus no funcionan y hay que buscar zapatillas con gomas gruesas y de mayor firmeza. Desde que las Venus se pusieron de moda entre los jóvenes de toda condición social, los jugadores lo lamentan, pues se elevó su precio de cuatro dólares a diez.
Pelota Mikasa
Un aspecto llamativo del ecuavoley es que se juega con la pelota número cinco de fútbol, debido a su peso, tamaño y dureza ideales. La pelota de fútbol reemplazó a las antiguas de bleris de la prehistoria deportiva, pero las últimas innovaciones mundialistas no son del gusto de los jugadores de ecuavoley, que se quedaron con la clásica número cinco de la marca Mikasa, que consta incluso como pelota oficial en varios torneos nacionales.
Los apodos
Los apodos son como las máscaras, sirven para ocultar pero también para revelar. Hay apodos de lo más comunes: “Chivo”, “Látigo”, “Cadáver”…; también los hay con cierta alcurnia deportiva:” Lapentti”, “Beckenbauer”, “Platiní” …; algunos celebran las ventajas físicas: “Misil”, “Kfir”, “Tanque”…; otros son artísticos: “Dicaprio”, “Chuck Norris”, “Pavarotti”…
Continúa...
miércoles, 15 de febrero de 2012
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