Por Gustavo Abad
El pensamiento liberal y moderno ha configurado tres nociones dominantes de lo público. Primero, lo que está a la vista y al acceso de todos, como calles, parques, plazas y otros espacios físicos. Segundo, lo que está bajo control del Estado e incluye las instituciones, las leyes, las políticas de desarrollo, los servicios básicos y otros ámbitos normativos. Y tercero, lo que todos debemos ejercer u obedecer como parte de esa correspondencia entre derechos y obligaciones en la que se sustenta gran parte de la convivencia social.
No obstante, hay una dimensión de lo público que no ha sido considerada suficientemente como tal, y es la producción, circulación y consumo de productos simbólicos. En esta parcela de lo público cabe la información, de la cual los medios constituyen su más soberbia institución, como narradores privilegiados del acontecer social, por lo tanto, como legitimadores o impugnadores de un determinado orden.
Entonces, lo que hagan o dejen de hacer los medios es un asunto de interés público, y toda intervención en una cuestión pública está relacionada con una posición política al respecto. De ahí que negar la dimensión política del periodismo como ámbito donde tiene lugar la representación simbólica del mundo, o predicar que esta actividad no se mueve por resortes políticos ni ideológicos, resulta un absurdo que solo puede ser atribuido al desconocimiento, en unos casos, o al deseo premeditado de tomarle el pelo a los demás, en otros.
Por ello es necesario recalcar que la creación, funcionamiento y vigencia de medios públicos en el Ecuador no es una simple apuesta estatal de comunicación, peor una maniobra gubernamental de propaganda, sino una decisión política que supera la coyuntura del gobierno de turno y crea un nuevo ámbito de discusión, un punto de quiebre dentro de una cultura informativa tradicionalmente dominada por los medios privados como principales constructores del discurso y el debate públicos.
Los medios públicos están llamados a marcar diferencias respecto de los privados precisamente en la noción de lo público bajo la cual construyen sus agendas. Para comenzar, no confundir lo público con lo publicable; tampoco con lo espectacular ni con lo escandaloso; peor con la primicia, ese señuelo esquizofrénico que la cultura periodística ha fetichizado con el nombre de “golpe”, y que a nadie le importa excepto a algunos periodistas.
Aclaremos, una de las premisas del periodismo tradicional dice que cualquier acontecimiento puede ser publicable de acuerdo con su impacto, su colorido, su rareza, aunque no necesariamente tenga algún efecto en nuestras vidas. En el periodismo público los temas se valoran, o deberían valorarse, por su oportunidad para suscitar la intervención política de la comunidad, la deliberación y las propuestas respecto de problemas comunes, la construcción de una ética pública basada en la participación social y la vigilancia al poder.
Los fundamentos del periodismo público se relacionan más con la filosofía política que con los manuales de redacción; más con la difusión el pensamiento crítico que con los discursos del orden; más con la construcción de sentidos que con el simple registro de los hechos; más con la narrativa que con la estadística... En eso radica la diferencia entre formar consumidores y formar públicos. Los primeros buscan el espectáculo y la novedad; los segundos buscan el debate y la participación.
El Telégrafo 30-11-2008
domingo, 7 de diciembre de 2008
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2 comentarios:
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