Por Gustavo Abad
Durante la primera posguerra mundial, el filósofo del lenguaje Walter Benjamín ya hablaba en tono angustiado de lo que él llamaba la crisis del narrador. Se refería a la imposibilidad de muchos hablantes ofuscados de hilvanar un relato de principio a fin sin extraviar el sentido de la historia principal.
Ciertamente, esas reflexiones tenían su propio contexto histórico y cultural. Sin embargo, ochenta años después, hay muchas razones para pensar que la crisis del narrador persiste, especialmente en los medios de comunicación, que no son otra cosa que los narradores privilegiados del mundo contemporáneo.
Y no me refiero a problemas como la falta de dominio del lenguaje -oral, escrito, audiovisual- que se pueden corregir con esfuerzo y ganas; ni al miedo de los periodistas a inventar otros relatos de lo social; sino a uno mucho mayor, que consiste en no poder distinguir, en medio del cruce de información interesada, el sujeto de su narración, el núcleo en torno al cual construir un relato periodístico confiable.
Los diarios El País, de España, y El Tiempo, de Colombia, extraviaron el sujeto respecto del mismo tema. El primero publicó un reportaje acerca de la presencia de guerrilleros de las FARC en territorio ecuatoriano, basado en versiones poco confiables y sin reportería en la zona. El segundo, alineado con el gobierno de su país, publicó la foto de un político argentino en una reunión con el fallecido comandante “Raúl Reyes” de las FARC, y aseguró que se trataba del ministro de Seguridad Interna y Externa de Ecuador, Gustavo Larrea, con el fin de abonar a la versión oficial colombiana de que el gobierno ecuatoriano tiene vínculos con la guerrilla.
Ambos medios olvidaron que el sujeto de la crisis fronteriza entre Ecuador y Colombia no es el presidente Uribe y sus acusaciones; tampoco el presidente Correa y su defensa de la soberanía nacional; ni la OEA y su tibieza, ni las computadoras de Reyes…
El sujeto en torno al cual se debe y se debió armar la narración periodística es el peligro de una regionalización del conflicto colombiano y la terquedad de insistir en una solución militar que solo produce más violencia y muerte.
Si en torno a ese sujeto aparecen vínculos indebidos, negociaciones ocultas o maniobras comprometedoras, que los responsables salgan a explicarlas, pero esa es otra historia.
Mejor parecen haberlo entendido Juanes, Carlos Vives, Juan Fernando Velasco y otros artistas que le cantaron a la paz y no dejaron que Uribe se les acercara.
Volviendo la mirada a la política interna, el sujeto de la narración periodística no es un grupo de señoras que, Biblia en mano, se oponen al derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo en materia de embarazos peligrosos o no deseados. El sujeto son las miles de mujeres que deciden practicarse un aborto y tienen que recurrir a clínicas clandestinas porque no existe una legislación que les garantice condiciones seguras. El sujeto no es la criminalización del aborto sino su dignificación cuando una mujer toma esa decisión.
Cuando el narrador extravía el sujeto de su relato solo aumenta el ruido perturbador.
El Telégrafo 23-03-08
domingo, 30 de marzo de 2008
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