Por Gustavo Abad
Hace como un año
anduvo por el Ecuador un estafador mexicano que se embolsó miles de dólares gracias a su habilidad para
inventar ficciones al gusto de los funcionarios de la llamada revolución
ciudadana. Durante varios meses, el tipo se paseó por los salones del
oficialismo, con el membrete de “filósofo de izquierda”, que lo maquillaba de
autoridad intelectual para plantear cosas que habrían hecho sonrojar a un
admirador del franquismo. Dijo, entre otras sandeces, que en este país había
que crear una “fiscalía de medios”, que las facultades de comunicación debían
formar “soldaditos de la revolución” y que era urgente engordar el Código Penal
con un nuevo delito: “periodismo delincuencial”. Con esos filósofos de
izquierda no hace falta la derecha.
Después se supo que este
personaje abandonó el país por la puerta trasera, incapaz de entregar los
informes, los papers y otros
productos por los que tan bien había facturado. Los funcionarios, que antes parecían
levitar con las palabras del pretendido filósofo, guardaron luego un silencio tan
parecido a la complicidad que solo un especialista podría reconocer la
diferencia.
En un régimen donde faltan
pensadores y sobran publicistas, las visitas de estos aventureros llegan a
tener efectos demoledores para la libertad de pensamiento. Quizá por ello se
pretenden hacer enmiendas constitucionales para incluir a la comunicación como
un servicio público, en contra de toda una tradición de pensamiento social y humanista
que la ha definido y ejercido como un derecho. Ahora resulta que esa cualidad
humana -demasiado humana, diría Nietzsche- que nos sirve para reconocer nuestro
lugar en el mundo, que nos ayuda a vivir, amar, soñar y crear, se reduce a un
trámite de ventanilla como la luz y el teléfono. Vaya manera de entender lo
público.
Hago estas
reflexiones cuando está a punto de comenzar en Guayaquil la II Cumbre de
Periodismo Responsable (CUPRE) convocada por el oficialismo. Por la experiencia
de la cumbre anterior, hay pocas esperanzas de que esta no sea otro efecto publicitario
para reforzar la visión oficial respecto de la comunicación y el periodismo. La
CUPRE parece haber sido diseñada para poner a prueba a la psicología con un
caso de trastorno bipolar. El mismo régimen que desprecia a los movimientos
sociales y que controla una veintena de medios dedicados al antiperiodismo
quiere dar lecciones de periodismo responsable. Es, más o menos, como si un
carnicero convocara a un congreso vegetariano. Como si un ballenero japonés llamara
a la conservación de la fauna marina.
Para hablar de periodismo responsable, primero hay que
recuperar una filosofía de lo público muy venida a menos en los últimos años. En
el Ecuador, el oficialismo ha impuesto una noción de lo público reducida a lo
estatal y, la mayoría de las veces, a lo gubernamental. Recuperar una filosofía
de lo público significa abandonar esas tendencias reduccionistas y pensar en
posibilidades expansivas de la deliberación y el debate. El periodismo
responsable es el que parte de la identificación de las demandas sociales y va
en busca de las respuestas políticas. En ese sentido, la interpelación al poder
es uno de sus deberes ineludibles.
Se trata entonces de hacer periodismo público, que no
obtiene su nombre por el medio en que se practica sino por el modo de concebir
y desarrollar la práctica informativa. Y esto vale tanto para los medios
privados, estatales, como para los colectivos que comienzan a fortalecer
procesos informativos en red, donde parece que el periodismo podría encontrar su nueva casa.
El periodismo responsable defiende el interés público y
no el corporativo, estatal o privado, en concordancia con el principio de
independencia, algo que muchos pretenden encerrar en el museo de las ideas. Es
el que ofrece una pedagogía en deberes y derechos para la formación de públicos
activos y no solo espectadores. Un periodismo responsable se ocupa de hacer
visibles otras formas de vida, de entender el valor de la diversidad en contra
de las doctrinas que buscan la uniformidad. Con ello, facilita la participación
política de los sectores sociales, su inclusión. El efecto social de esta
filosofía periodística en ningún caso es la militancia ciega en un proyecto
tutelado desde el Estado, sino todo lo contrario: es la ampliación de las
condiciones para ejercer el pensamiento crítico que permita precisamente
interpelar al poder. Y sospechar de sus rituales.
Por eso resulta
paradójico que se pretenda fundar el periodismo responsable desde las cumbres
oficialistas. Salvo raras individualidades, cuya honestidad intelectual queda
opacada por el discurso dominante, las voces privilegiadas en la CUPRE miran
para otro lado cuando los medios estatales reproducen los mismos vicios de los
que acusan a los privados; en otros casos se dedican a ponerle ropaje legal al
abuso; y en otros hacen gimnasia conceptual para que las arbitrariedades del
poder calcen en las teorías.
Aunque no
han dado señales de querer hacerlo, les corresponde a los Sierra, Mastrini,
Becerra, García, Ayestaran y otros expositores revertir esa tendencia. Si no lo
hacen, la CUPRE solo será una nueva puesta en escena de lo que pudo haber sido
y no fue.