Por Gustavo Abad
Los claroscuros se forman mediante esos juegos de luces y sombras que, según la mirada, iluminan u oscurecen la realidad. La política y la comunicación se desarrollan dentro de ese juego de contradicciones. No hay que asustarse por ello. Lo cuestionable es que alguien, situado en esos límites de luces y sombras, reclame para sí algún dominio sobre la verdad. Aquí tres casos en los que los claroscuros y la mala conciencia son el estado dominante.
1. Asilo para Assange y amenaza para los funcionarios
El asilo diplomático concedido, el 16 de agosto de 2012, por el gobierno ecuatoriano a Julian Assange es una decisión coherente desde la mirada ideológica. Otra cosa son sus resultados en la dimensión pragmática de la política, algo en lo que no voy a entrar. Por ahora no, gracias. El fundador de Wikileaks, pese a lo que digan sus detractores, es un activista por el derecho a la información y su vida corre peligro si llega a ser extraditado a Suecia y luego, como se teme, a Estados Unidos. Yo estoy con Assange y lo escondería en mi casa si tuviera una.
Sin embargo, la coherencia ideológica demostrada con Assange se hace trizas poco tiempo después, el 13 de octubre, cuando el presidente Correa amenaza con destituir a los funcionarios que entreguen información directamente a los asambleístas sin respaldo de la Presidencia de la Asamblea. Ahí, el mandatario privilegia el cálculo coyuntural por sobre la demanda histórica de garantizar el derecho a la información.
¿Significa que solo Assange goza del apoyo del gobierno ecuatoriano para buscar y difundir información? El gobierno profundiza así la visión maniqueísta de la lucha de buenos contra malos. En ese esquema inaceptable, bueno solo es un hacker australiano que pincha y difunde cables diplomáticos del gobierno de Estados Unidos, y malo un asambleísta ecuatoriano que pide cuentas a las autoridades, cuyo deber es manejar las cosas con transparencia en este país.
2. Código de la Democracia ¿Campaña política sin tesis políticas?
En su afán de evitar una práctica común de los medios como es vender propaganda por información, el oficialismo logra hacer reformas al Código de la Democracia que, en lugar de solucionar el problema, lo enturbian más.
El artículo 203 del Código de la Democracia, reformado y vigente desde el 18 de octubre, dice: “Los medios de comunicación social se abstendrán de hacer promoción directa o indirecta que tienda a incidir a favor o en contra de un determinado candidato, postulado, opciones, preferencias, electorales, o tesis política”.
El periodismo es una actividad intelectual de intervención social política y cultural que se ejerce en el ámbito de la información mediática. Entonces, esa información naturalmente tiende a incidir a favor o en contra, no solo de una tesis política, sino incluso de una comprensión del mundo. No hay periodismo inocente. Lo que se busca es periodismo ético y, para ello, el camino es otro.
Me pregunto ¿Para qué sirve entonces la comunicación si no es para incidir directa o indirectamente en la comprensión de la realidad? ¿Quiere el oficialismo una campaña política sin tesis políticas? Al mal periodismo no se lo combate con peores reformas legales.
3. Los que le cantan al Che condenan a otros que ¡también le cantan al Che…!
El poder se ejerce por coerción o por consenso. La primera vía implica el uso de los aparatos represivos, mientras que la segunda es producto de una estrategia simbólica más compleja. Gobernar por consenso significa capitalizar a favor del gobernante un conjunto de símbolos que tocan directamente la sensibilidad de los gobernados y los conduce a sumarse a su proyecto político.
La llamada revolución ciudadana ha usado a su favor una de las figuras de mayor dimensión simbólica en América Latica, la del revolucionario, cuya máxima personificación es el Che Guevara. Casi no hay mitin político auspiciado por el movimiento del presidente Correa que no termine con la célebre “Comandante Che Guevara…” más o menos desacompasada según la ocasión.
Y sin embargo, el pasado 3 de marzo, 10 jóvenes (7 hombres y 3 mujeres) fueron detenidos en el barrio Luluncoto y continúan en prisión mientras enfrentan cargos de terrorismo. Entre las pruebas inculpatoria estaban precisamente una serie de objetos que seguramente hubieran estado entre los preferidos de cualquier seguidor contemporáneo del Che Guevara. Según organismos de derechos humanos, entre las pruebas inculpatorias constan: panfletos revolucionarios, cuadernos de la Universidad Central, discos de Jaime Guevara, Silvio Rodríguez, Víctor Jara, banderas del Frente Sandinista de Liberación Nacional, pasamontañas, botas de caucho… y así por el estilo.
Los que le cantan al Che Guevara desde las tarimas del poder –muchos de ellos, funcionarios acomodados, solo movidos por las hilachas de su pasado subversivo- mantienen en prisión a otros que también le cantan al Che Guevara, pero desde abajo y con treinta años menos, es decir, la diferencia entre los ideales de unos y la mala conciencia de otros.